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Argentina atraviesa una etapa política y económica de fragilidad extrema. A más de dos años de haber asumido, el presidente Javier Milei se enfrenta al dilema que toda revolución improvisada encuentra tarde o temprano: la realidad no se puede gobernar con discursos de redes sociales ni con shows de rock.
Los mercados, las instituciones y la sociedad no responden al grito, sino al liderazgo. Y el gobierno libertario, atrapado entre su dogma ideológico y la dependencia financiera de Washington, muestra hoy su rostro más vulnerable. Mientras la inflación mensual e interanual vuelve a repuntar, y el tipo de cambio paralelo supera la brecha del oficial por un margen considerable, el presidente eligió subirse al escenario del Movistar Arena para celebrar sus "primeros éxitos" con show desopilante. La escena, que pretendía ser un gesto de épica antisistema, terminó siendo la síntesis de un país donde la ética pública se ha reducido a espectáculo.
El contraste no puede ser más elocuente: según el propio INDEC, el 38% de los hogares urbanos padece inseguridad alimentaria, el salario real cayó un 23% en términos interanuales y la pobreza infantil supera el 60%. En ese contexto, Milei decide convertir la política en una performance.
Detrás del show
No hay deliberación, ni balance, ni autocrítica: solo luces, eslóganes y gritos de guerra contra "la casta", mientras la sociedad se desangra. Pero el problema no es el show en sí, sino lo que revela. Un presidente que festeja mientras el país se hunde demuestra una ausencia de moral política. Gobierna para sus seguidores virtuales, no para los ciudadanos que dependen del Estado para sobrevivir. Y esa fractura ética tiene consecuencias concretas: sin credibilidad, no hay conducción posible.
La economía argentina está técnicamente paralizada. Según datos del INDEC, el PBI se contrajo en el segundo trimestre de 2025, la inversión cayó un 18%, y la tasa de desempleo esta entascada. Al mismo tiempo, el propio ministro de Economía, Luis Caputo, permanece "secuestrado" en las oficinas del Departamento del Tesoro estadounidense, gestionando un rescate financiero que solo profundiza la dependencia. No hay plan, hay sumisión. Washington dicta la agenda y el FMI oficia de tutor de un experimento que ni siquiera sus autores entienden. Paul Krugman, premio Nobel de Economía, a diferencia de Milei, lo advirtió en su última columna: el llamado "acuerdo de rescate" entre Trump, Scott Bessent y Milei no es más que un "bailout de hedge funds amigos" (1), financiado con recursos públicos norteamericanos para salvar las apuestas financieras que se hundieron con la caída del peso. La política exterior convertida en corretaje, la economía en especulación y la soberanía en slogan. En lugar de un plan de estabilización, Milei ofrece un acto de fe: creer en él. Pero la fe, sin resultados, se agota. Y cuando la moral se degrada, la gobernabilidad se evapora.
Milei llegó al poder con la promesa de ser distinto. Prometió terminar con la casta, con el déficit, con la inflación. Prometió un capitalismo de libre competencia y una economía sin privilegios. Pero ahora el país es menos competitivo, más endeudado y desigual que antes. El déficit fiscal primario, según datos oficiales de la Oficina de Presupuesto del Congreso, se redujo por el recorte brutal de gasto social y de transferencias a provincias, pero el déficit financiero total, que incluye intereses. sigue en 3,7 % del PBI, apenas un punto menos que en 2023.
El ajuste, lejos de estabilizar, generó una recesión sin precedentes: el consumo privado cayó un 11%, y la recaudación tributaria real se desplomó un 22% interanual.
El propio economista Matthew Klein lo sintetizó: "La vulnerabilidad argentina a la fuga de capitales y la inflación se ha reimpuesto con venganza. El país sigue sin reservas, y su población prefiere guardar dólares fuera del sistema financiero, generando los mismos males que intenta evitar".
Entre 2006 y 2025, los argentinos acumularon más de 200.000 millones de dólares fuera del país, mientras el Banco Central apenas recibió 160.000 millones en todo ese período. En otras palabras, la desconfianza estructural se profundizó. Y esa desconfianza tiene un nuevo rostro: el de un gobierno que desprecia al Estado, pero no duda en usarlo para concentrar poder. Milei prometió transparencia y meritocracia, pero su hermana Karina controla la estructura partidaria y las listas electorales. Prometió limpiar la política, pero enfrenta denuncias por el cobro de un presunto 3% de comisión a funcionarios designados, el llamado Karinagate, que remite a los peores hábitos del kirchnerismo que decía combatir.
La incoherencia
A la incoherencia moral se suma la económica. El liberalismo que predica no existe en la práctica: los mercados no se abren por decreto, y el crecimiento no surge de la demolición del Estado. La teoría del derrame que sustenta su ajuste ha
demostrado ser empíricamente falsa: entre enero y septiembre de 2025, el índice de producción industrial cayó un 13,4%, la construcción un 22,1%, y el empleo registrado privado perdió 117.000 puestos, según datos del Ministerio de Trabajo. Mientras tanto, el gasto en educación bajó un 35 % real, en salud un 42 %, y los programas de discapacidad sufrieron recortes de hasta el 60 % en algunos rubros. La mortalidad infantil, que había descendido al 8,4% en 2022, volvió a crecer al 9,7%, según estimaciones del Observatorio de la Deuda Social de la UCA.
La crisis institucional
La tercera dimensión de la crisis es institucional. La gobernabilidad de Milei se derrumba no solo por la economía, sino por la forma en que ejerce el poder. La Cámara de Diputados acaba de aprobar una reforma que limita los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), exigiendo la aprobación de ambas cámaras para que tengan fuerza de ley. El Congreso, en un gesto inusual de equilibrio republicano, intentó poner fin a una práctica de abuso presidencial que se remonta a 2006. La reacción del Ejecutivo fue inmediata: Milei anunció que vetará la ley. El conflicto de poderes está servido. Y en esa tensión se juega el futuro institucional del país. El presidente desprecia el diálogo, insulta a gobernadores, descalifica al Congreso y amenaza con vetar toda ley que no lleve su firma. El consenso, pilar de toda democracia representativa, ha sido reemplazado por el agravio. Pero gobernar es precisamente eso: construir acuerdos entre diferencias.
El futuro inmediato muestra tres escenarios posibles. Primero, un rescate financiero que salve temporalmente las reservas, a costa de una cesión mayor de soberanía. Segundo, un acuerdo político que obligue al presidente a negociar con el Congreso para sostener el presupuesto y las reformas. Tercero, el colapso institucional, si Milei insiste en gobernar solo, rodeado de obsecuentes "yes-men" y redes sociales. La historia argentina demuestra que los proyectos personalistas, por más ruidosos que sean, terminan derrotados por la realidad. El dólar puede prestarse, la confianza no. Y sin confianza, ni interna ni externa, ningún gobierno sobrevive.
(1) "Rescate de fondos de cobertura amigos"