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Nos toca vivir en la "Era de la ira"

Los algoritmos, la lógica del consumo y el trauma de la pandemia han hecho del enojo un hábito afectivo global. Tres autores coinciden en la necesidad de reconstrucción ética.
Jueves, 30 de octubre de 2025 02:01
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Retomar una de las mejores obras de Gabriel García Márquez, "El amor en tiempos de cólera", para hablar, cuarenta años después, no tanto del amor, sino de la ira en estos tiempos nada calmos: el mundo vibra con una irritación constante, una corriente invisible que atraviesa pantallas, calles y parlamentos. La ira, que se expresa y persiste desde el bullying en la escuela hasta las guerras mundiales, nos dice que hay algo crispado en el aire, una tensión que se respira. La furia se ha vuelto una emoción pública, compartida y casi contagiosa. No es más un estallido aislado, es un síntoma social que atraviesa fronteras, ideologías y generaciones y necesitamos saber de dónde viene para intentar entender este clima de época.

Como advierte Pankaj Mishra (*): el siglo XXI no inventó la ira, la democratizó. Sostiene que millones de individuos, educados en la promesa moderna del progreso y la realización personal, descubren que ese ideal quedó reservado para unos pocos. La consecuencia es una sociedad comparativa, herida y resentida, donde la igualdad prometida se transformó en humillación cotidiana.

En Age of Anger, Mishra explica que el desencanto contemporáneo surge del choque entre las promesas de la modernidad y la realidad del mundo globalizado: hiperconectado, pero emocionalmente fragmentado. La frustración de no alcanzar el ideal de éxito —promovido por el capitalismo y amplificado por las redes— se traduce en un malestar difuso, una mezcla de envidia, indignación y soledad que busca objeto y sentido. Esa energía, sin rumbo claro, se canaliza hoy a través del enojo público.

Desde la sociología de las emociones, Eva Illouz (**) señala que ese enojo no es azaroso: es el combustible del populismo y de la nueva pertenencia política. En The Emotional Life of Populism (2023) describe cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor patriótico funcionan como coordenadas afectivas del presente. Las personas no eligen líderes, eligen emociones compartidas. En un mundo donde la incertidumbre se vive como amenaza, la ira se vuelve una forma de identidad y el resentimiento, un refugio.

Los algoritmos del enojo

También merece un análisis el rol de las plataformas digitales, sujetas a la anarquía de los algoritmos que agrupan las noticias de acuerdo al impacto -siempre emocional- pero sin ningún criterio de ponderación, es decir, sin un trabajo humano y serio de edición, ya que los algoritmos privilegian aquello que genera reacciones intensas: la indignación, el escándalo, la rabia. La lógica de las redes está diseñada para premiar la furia porque el enojo retiene la atención, y la atención es el recurso más valioso del capitalismo digital. Así, las plataformas se convierten en fábricas emocionales que transforman cada

estímulo en un gesto de ira amplificada: un tuit furioso, un titular violento, un video que indigna. El resultado es una economía de la hostilidad, donde la emoción humana más primaria -el enojo- es instrumentalizada como motor de consumo.

Desde la psicología, esto tiene consecuencias profundas: el sujeto digital se expone a una sobrecarga emocional permanente, a una sensación de urgencia y polarización que erosiona su capacidad reflexiva. La emoción no se piensa: se ejecuta, se comparte y se viraliza.

A esta escena emocional, Zygmunt Bauman (***) agrega la estructura ética que la sostiene. En la Ética del consumo, el sociólogo polaco describe cómo el pasaje de la ética del trabajo a la ética del consumo transformó al ser humano en un "producto de sí mismo". El valor ya no proviene de lo que hacemos, sino de lo que mostramos y acumulamos. En ese escenario, quien no logra "consumir" ni "producirse" como imagen, se siente descartable.

La sociedad del rendimiento y la visibilidad convierte al fracaso en vergüenza y a la frustración en ira. Es la ira del que no puede pertenecer.

Pandemia, despertar del enojo

La pandemia de COVID-19 actuó como catalizador de ese clima afectivo. Durante los confinamientos, millones de personas experimentaron simultáneamente la vulnerabilidad, la pérdida de control y el aislamiento. Las promesas de seguridad, salud y bienestar quedaron suspendidas. El miedo —a enfermar, a perder, a morir— convivió con una sensación de abandono institucional y de desconfianza colectiva. Lo que comenzó como miedo, se transformó, lentamente, en enojo: enojo con los gobiernos, con los medios, con los otros, con las propias limitaciones.

Desde entonces, el enojo ha quedado instalado como lenguaje emocional dominante de la postpandemia. Ya no se tolera el dolor ni la espera: el malestar busca causas inmediatas y culpables visibles. La ira se ha convertido en un modo de afirmación: "si estoy enojado, existo".

La pandemia no creó esta emoción, pero la legitimó como reacción social. Hizo visible la fragilidad de los vínculos y la inequidad del sistema, y la frustración colectiva encontró en el enojo una forma de canalización.

Hacia una ética de la reparación

Los tres autores coinciden en que esta era —de ira, consumo y resentimiento— no podrá transformarse sin una reconstrucción ética y emocional.

Mishra propone recuperar la noción de justicia como horizonte, Illouz insiste en la necesidad de reconocer el valor político de la empatía, y Bauman reclama volver a la pregunta moral: ¿qué nos hace buenos?

Esta tríada invita a revisar nuestros modos de vincularnos en lo íntimo y en lo público. La ira colectiva es el síntoma de una cultura que ya no sabe elaborar la frustración ni tolerar la diferencia. Los algoritmos, la lógica del consumo y el trauma de la pandemia han hecho del enojo un hábito afectivo global.

La pregunta ya no es cómo es que llegamos hasta aquí, sino qué hacemos con ésta emoción de nuestro tiempo. Ni negar ni moralizar; el desafío también es político y es educativo, un compromiso con la decisión de desactivar esa energía reactiva y transformarla en un mayor grado de conciencia, es un compromiso con la evolución humana.

(*) Pankaj Mishra, novelista y ensayista indio contemporáneo

(**) Eva Illouz es una socióloga y escritora franco-israelí

(***) Zygmunt Bauman fue un sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío.

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