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Un fotógrafo gravemente herido, un policía baleado, una mujer de 87 años golpeada por un agente, muchos lesionados, dos patrulleros destruidos, autos saqueados y varios containers incendiados. Y pocos jubilados manifestando.
Muchísimos militantes con camisetas de fútbol y entre ellos, los barrabravas convocados entre bambalinas por políticos y por "ingenieros del caos" que actúan en las sombras y no se interesan por ninguna causa noble. Una movilización violenta en la que se mezclaban universitarios con patoteros de barrio. Y decenas de detenidos.
Y como un mensaje de ultratumba, una convocatoria a la violencia de Mario Firmenich, desde Barcelona o Managua. Pero no es una "contraofensiva" postrera. La historia tiene ciclos, que no se repiten, y lo de ayer no fue un Cordobazo.
La movilización, que parecía convocada por la AFA o por el crimen organizado, fue en realidad la expresión de la oposición de un kirchnerismo en decadencia y una izquierda cuya representatividad se desconoce.
Lo que ocurrió en el Congreso (dentro y fuera), en la Casa Rosada y en los alrededores fue un fresco de la pesadilla argentina. Un país en quiebra, una movilización violenta por activistas que responden a quienes figuran entre los principales responsables del quebranto y, al mismo tiempo, legisladores dispuestos a llevar la guerra a cualquier parte, incluso a la sesión que debió estar dedicada, exclusivamente, a la emergencia por Bahía Blanca.
Pero es esa la realidad argentina: un Congreso que está en otra frecuencia, distinta a la del pueblo al que representan.
Las agresiones entre libertarios oficialistas y disidentes, -a golpes, Oscar Zago y Lisandro Almirón, y con verborragia de bajofondo, -Marcela Pagano y Lilia Lemoine- fueron un bochorno. Claro que Máximo Kirchner, rodeado de compañeros, patoteando al presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, completaron un cuadro deplorable, porque refleja que lo que ocurría afuera estaba en sintonía con las intenciones de los parlamentarios.
Es cierto que todo lo ocurrido parece mostrar un capítulo de la "batalla cultural", el concepto utilizado desde foros internacionales por Javier Milei pero que, desde la orilla ideológica opuesta, fue una de las banderas de Cristina Kirchner.
La pobreza política de los actuales protagonistas se hace notable en estos acontecimientos. El pretexto de los activistas ayer fueron los jubilados. Si hay algo que no necesitan ni apoyan los jubilados es la presencia de barrabravas e incendiarios rentados en sus movilizaciones. Por eso ayer, los pocos "abuelos" que se presentaron terminaron siendo escudo de los violentos. Porque los barrabravas, en la Argentina y desde hace tiempo, son un símbolo de la prepotencia, la violencia y los negocios ilícitos. Estos "patrones del tablón" inspiran todo lo contrario a lo que puede ser la solidaridad con los adultos mayores.
Para la mediocridad política es más atractivo recurrir a la violencia y recrear cuadros que evocan un pasado lamentable, pero proyectan un panorama aún más sombrío.
Los jubilados, los docentes, los subocupados y desocupados, los excluidos, no necesitan ninguna batalla cultural, sea en nombre de Hugo Chávez o de Donald Trump.
El presidente Javier Milei no llegó a donde llegó porque la gente se equivocó. A lo largo del proceso electoral dejó en el camino a Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Eduardo de Pedro, que no pudieron presentarse por el rechazo que generaban; a Horacio Rodríguez Larreta, a Patricia Bullrich y a Sergio Massa. Por eso, la movilización violenta de ayer encuadra en lo que la intelectualidad de Carta Abierta y 6,7,8 definían como "ánimo destituyente".
Pero lo grave es lo impostergable: la reactivación productiva y laboral, la reforma tributaria y la reforma previsional. Eso es lo que necesita la gente. Y es lo difícil. Mientras Milei se aferre a la motosierra, sin nuevos logros, y no tenga un gabinete estable, y mientras la oposición siga hundiéndose en el pasado violento, el futuro será cada vez más sombrío.
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