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La violencia en los barrios de Salta refleja un tejido social deteriorado y falta de contención familiar y comunitaria. El licenciado en psicología y docente, Matías Arroz, proporcionó una mirada profunda sobre la problemática y advierte que solo la Policía no alcanza: hacen falta políticas integrales, centros de rehabilitación que no solamente aborden problemas de consumo, sino también otras problemáticas. y programas de inclusión para jóvenes en riesgo.
¿Cómo interpreta usted, desde la psicología social, el nivel de violencia que estamos viendo en los barrios de Salta?
La sociedad expone sus necesidades muchas veces con impacto. Situaciones que se vinieron dando en silencio, un día irrumpen con un hecho que sorprende y parece aislado, pero que, si nos adentramos en las razones, vemos que se viene gestando desde hace mucho tiempo. Los episodios de violencia que estamos viendo con cada vez más frecuencia nos parecen ajenos, de otras ciudades, pero están ocurriendo a la vuelta de la esquina. Es que Salta está sufriendo un deterioro sostenido del tejido social: la contención en el entorno del hogar está cada vez más afectada, golpeada por las consecutivas crisis económicas y la escasez de instituciones que apuntalen. Clubes de barrio, centros educativos y vecinales están cerrados, sin recursos o no dan abasto.
Es ahí donde ingresa el consumo, a cubrir una necesidad de desconectar, de escapar a una realidad dolorosa y traumatizante. Este análisis puede sonar repetido, oxidado, pero no por ello es erróneo. El hecho de que lo hayamos percibido hace mucho no implica que hayamos avanzado en dar soluciones. Los problemas no se resuelven solo con identificarlos: hacen falta cambios y, fundamentalmente, entender que el aumento de la violencia y la conflictividad es directamente proporcional a la disminución de recursos e inversión en instituciones de bien público: escuelas, hospitales, clubes, centros deportivos, etc.
La Policía ha dicho que sus intervenciones no son la solución y que se necesita un abordaje multidisciplinario. ¿Qué opinión le merece esta afirmación?
La Policía está acertada en su análisis. No es su función ni pueden encerrar a todos, y encerrar a algunos no cumple con la premisa de que los demás no incursionarán en actos similares por temor al encierro porque son demasiados y porque el encierro tampoco soluciona la sensación de exclusión; al contrario, potencia la violencia, exacerba la sensación de ser distinto y la lleva al límite.
Y esta afirmación no es contraria a que quien cometa un delito deba pagar por ello, sino a que no es suficiente solo eso. Hace falta además contener, educar, anticiparse a los que están al borde del abismo, a los que todavía no forman parte de la banda, a los que están en la banda porque no tienen otro lugar.
Los límites que nos dicen "no robes", "no agredas", "no destruyas las cosas del otro" deben ser internos, deben surgir de nosotros mismos. Y ara eso hace falta un trabajo largo, silencioso y con el ejemplo, que no se construye de un día para otro ni en un solo lugar. Las instituciones como la fuerza policial son siempre un límite externo que nace para reforzar los límites internos, pero no pueden suplantarlos.
¿Qué tipo de políticas públicas deberían impulsarse para empezar a revertir este panorama?
El contexto actual requiere un trabajo coordinado, dual si se quiere. Por una parte, lo obvio, lo evidente pero insuficiente: mejorar recursos y ampliar personal de fuerzas de seguridad. Pero eso debe ir acompañado de políticas de inclusión, de centros de rehabilitación que no solamente aborden problemas de consumo, sino también otras problemáticas. Muchos de nuestros jóvenes y niños no tienen un espacio de escucha, es decir, un lugar no solo para tratar problemas médicos si les duele algo, sino también dificultades como la violencia familiar, el aprendizaje, los abusos, el bullying, la discriminación.
Las políticas públicas hoy necesitan lugares polo: centros con psicólogos, psicopedagogos, licenciados en Ciencias de la Educación, trabajos interdisciplinarios, talleres de manejo y gestión emocional, enseñanza de límites, detección y seguimiento de problemas de abuso, espacios de recreación.
¿Cómo se puede trabajar con jóvenes que ya están inmersos en entornos violentos para evitar que sigan ese camino o incluso para reinsertarlos socialmente?
El trabajo con jóvenes inmersos en entornos violentos es muy complejo y requiere de logística y recursos altos. Primero deben ser alejados del entorno violento en el que están, y atraídos por una propuesta que no solamente los escuche sino que les brinde un lugar para desarrollarse.
Eso no es fácil, requiere muchas veces de paciencia, de estar en el territorio con una propuesta, con un espacio, y esperar a que se acerquen. Traerlos por la fuerza no funciona nunca: la violencia no se aplacó con más violencia.
Hoy una propuesta de escucha y de contención puede —y debe— estar mediatizada por la tecnología: lo que parece un obstáculo puede ser un aliado, que nos permita llegar más lejos. En resumen, hace falta mostrar algo diferente al "todo o nada" que se vive en las calles, a la escasez. Enseñar orden, cuidado, enseñar y dar amor.