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Marcelo Torrico: el perverso asesino de los hermanitos Leguina

Domingo, 12 de mayo de 2013 09:04
Enríquez fue capturado a los 17 días, en un hotel de la calle México al 800, en San Telmo, Buenos Aires.
Torrico no fue aceptado en el establecimiento, habida cuenta de sus antecedentes de delincuente sexual.

Marcelo Alejandro Torrico (35) es, quizás, el más despiadado, cruel y perverso criminal que registre la historia negra de la provincia de Salta.

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Enríquez fue capturado a los 17 días, en un hotel de la calle México al 800, en San Telmo, Buenos Aires.
Torrico no fue aceptado en el establecimiento, habida cuenta de sus antecedentes de delincuente sexual.

Marcelo Alejandro Torrico (35) es, quizás, el más despiadado, cruel y perverso criminal que registre la historia negra de la provincia de Salta.

Fue autor hace 15 años, junto a un cómplice, del secuestro, violación y asesinato de los hermanitos Leguina.

El grado de sadismo de su acción horrorizó a la población. Y cuando se reconstruyeron los hechos, con la utilización de dos muñecos, narró entre risas los últimos terribles momentos de dos niños, a los que no solo les quitó la vida sino a los que sumió en un infierno. Tan horroroso fue su relato y tan espantosos sus gestos, que su propia abogada defensora se desmayó.

El crimen atroz

Torrico registraba, al momento de su captura, un largo prontuario delictivo entre los que acumulaba robos y violaciones. El 3 de mayo de 1998, estuvo bebiendo y consumiendo drogas hasta la madrugada del día siguiente junto a Ariel Brandán, momento en que decidieron secuestrar a dos de los hijos de Miguel Angel Leguina, un pintor de brocha gorda, para vengarse, supuestamente, de una "mejicaneada' de este.

Ambos conocían el itinerario de Melani (9) y Octavio (7), quienes salían muy temprano de su casa para dirigirse al hogar de niños Casita de Belén. Los nenes subían a un colectivo y luego caminaban 14 cuadras hasta llegar al lugar donde tomaban el desayuno y luego iban a la escuela Nuestra Señora de la Candelaria, en Villa Costanera. Esa mañana, los pequeños inocentes fueron interceptados por los delincuentes, quienes los invitaron a subir a un auto Volkswagen Gacel amarillo. Sin sospechar nada, subieron confiados, ya que conocían a Brandán, que formaba parte del círculo de su padre.

A partir de allí todo fue un misterio. Los niños fueron buscados durante 6 días hasta que en una senda rural, en la zona sur de la capital salteña, encontraron sus cadáveres. Quienes vieron sus cuerpos se desvanecieron: sus cabezas estaban destrozadas. Los habían ultimado a golpes de piedra. Pero no fue todo: las pericias demostraron que previamente fueron torturados y la niñita violada por Torrico sobre el capot del auto, mientras Brandán obligaba al hermanito a observar la terrible escena. Después de varias detenciones y de casi un año de investigación, aprehendieron al cómplice de Torrico. Y en enero de 1999, tras el arresto de dos hampones, surgió el nombre del despiadado criminal, que por entonces escondía sus actividades actuando como remisero. En marzo de ese año, fue atrapado. Torrico confesó el crimen, se hizo cargo de la violación de la nena pero endilgó los asesinatos a su amigo.

Psicópata y perverso

En el transcurso del juicio, se escucharon declaraciones de varios testigos y de profesionales de la salud que realizaron diversos peritajes a los acusados. Es así que tanto el psiquiatra David Flores como el psicólogo Eduardo Usandivaras fueron coincidentes al destacar “el sadismo desmesurado” de Alejandro Torrico, quien les relató la violación de Melani “con indiferencia, como si fuera una película” y con una “sorprendente frialdad afectiva”.

Flores explicó “la sensación de poder e impunidad que experimentan estos individuos” ante sus víctimas indefensas. “Tal vez -dijo-, luego de estrangularla mientras la violaba, pensó que estaba muerta. Matar a sus víctimas mientras experimentan el orgasmo es el máximo placer para un sádico homosexual”, sostuvo el profesional ante el estupor de los presentes en la sala de la Cámara III del Crimen, integrada por los jueces Susana Sálico, Antonio Morosini y Alberto Fleming.

De acuerdo a la consideración de los psiquiatras, Torrico, un joven rubio, delgado y con “cara de ángel”, tenía la capacidad para ganarse la confianza de la gente y luego manipularla. Según ellos, eso había ocurrido con Brandán, quien le obedecía ciegamente. Durante el juicio, ambos se culparon de ser la mano ejecutora de la muerte de los niños, pero nunca hubo dudas del autor de la aberrante violación. A esto se suma que en la autopsia se encontró cocaína en el organismo de los niños.

En diciembre de 1999, concluyó el juicio y los imputados fueron condenados a reclusión perpetua y reclusión por tiempo indeterminado, lo que significa que ambos deben morir en la cárcel. Los criminales fueron alojados en el penal de Villa Las Rosas y Torrico fue recluido en el mítico sector S, de máxima seguridad, pabellón del que, hipotéticamente, nadie puede huir. Sin embargo, el 1 de enero de 2006, el asesino logró escapar junto a su compañero de celda, Diego Enríquez.

Amparado por el hampa

Se manejaron algunas hipótesis de cómo podría haber sido la fuga, pero la investigación fue bastante rápida y concluyente. Torrico había recibido ayuda de al menos 15 guardiacárceles. La Policía organizó una búsqueda frenética del delincuente. Pero, lo increíble, es que los investigadores lograron capturarlo por una trivialidad, en Buenos Aires, luego de seguir sus rastros por varios lugares del país. El prófugo fue amparado, durante varios meses, por el mundo del hampa y la droga. Pero, aparentemente la violación a una menor, hizo que sus secuaces le dieran la espalda, quedando sin protección ni dinero. Por eso, el 30 de agosto reventó la vidriera de un local de ventas de celulares en la zona de Retiro, pero fue advertido por personal de seguridad que dio aviso a la Policía Federal, cuyos efectivos lo detuvieron de inmediato. Los policías no daban crédito a lo que veían: habían capturado, por un simple robo, a uno de los hombres más buscados del país y clasificado como prioridad por Interpol. De inmediato, fue trasladado a la ciudad de Salta, en un Lear Jet y al llegar al aeropuerto de El Aybal, dijo a El Tribuno: “La fuga me costó 7.000 pesos y caí por estúpido”.

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