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Por qué los montoneros mataron a Rucci

Domingo, 24 de septiembre de 2017 00:00

Hace 44 años, el 25 de septiembre de 1973, la organización Montoneros mató al secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, en un operativo comando ejecutado en el barrio de Caballito. Fue un acción de consecuencias nefastas, y que expresaba el momento que vivía la Argentina. Dos días antes, Juan Domingo Perón había ganado su tercera elección presidencial con el 62% de los sufragios. Poco más de tres meses antes, el 20 de junio, Perón había regresado al país después de 18 años. En Ezeiza, Montoneros y el peronismo histórico se enfrentaron violentamente. Perón no pudo llegar al palco. Fue el final del brevísimo mandato de Héctor Cámpora.

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Hace 44 años, el 25 de septiembre de 1973, la organización Montoneros mató al secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, en un operativo comando ejecutado en el barrio de Caballito. Fue un acción de consecuencias nefastas, y que expresaba el momento que vivía la Argentina. Dos días antes, Juan Domingo Perón había ganado su tercera elección presidencial con el 62% de los sufragios. Poco más de tres meses antes, el 20 de junio, Perón había regresado al país después de 18 años. En Ezeiza, Montoneros y el peronismo histórico se enfrentaron violentamente. Perón no pudo llegar al palco. Fue el final del brevísimo mandato de Héctor Cámpora.

Perón había sido durísimo con "los que tratan de infiltrarse". Montoneros sacó carteles sin firma con las caras de Jorge Osinde, José Rucci y Norma Kennedy, entre otros, con la leyenda "Los asesinos de Ezeiza".

Rucci fue concentrando toda esa bronca a medida que aumentaba su protagonismo en varias jugadas políticas de Perón contra los montoneros y sus aliados. La más osada fue la escalada que terminó con la renuncia del presidente Héctor Cámpora, el 13 de julio de aquel año decisivo, y de los ministros más afines a la "Orga", el nombre de entrecasa de la guerrilla de origen peronista.

Tras la caída de Cámpora, Montoneros decidió pasar al ataque en busca del terreno perdido, con una vasta operación prevista para septiembre llamada Septiembre Negro. El nombre era el mismo del comando palestino que el año anterior había secuestrado y matado a once atletas de Israel en los Juegos Olímpicos de Munich. En el libro La Voluntad, los periodistas Eduardo Anguita y Martín Caparrós cuentan que el "Gallego Willy" (Jesús María Luján) le dijo a Emiliano Costa, periodista y uno de los jefes en la Capital de la JTP, que "la Orga va a dar una respuesta ofensiva: se ha hecho la lista de todos los responsables de Ezeiza y se va a operar contra ellos".

Según ese testimonio, la Conducción decidió hacer participar a los cuadros de más nivel y que no iba a admitir la autoría: "No es momento para entrar de lleno en la lucha militar; solo sería una advertencia al vandorismo y al lopezreguismo".

Los ataques tenían como destinatarios a varios peronistas ortodoxos, que había participado de la resistencia. Finalmente, solo se cobraron la vida de Rucci. Emiliano Costa recuerda bien aquellos momentos complicados: "El nivel de conmoción que produjo lo de Rucci ya fue suficiente. La cercanía de Rucci con Perón era evidente, Perón lo había dicho en público y también en las reuniones que los de la Juventud tuvimos con él. "Ojo con Rucci que es el único hombre leal que tengo en el sindicalismo', nos decía".

Sobre las razones del atentado contra Rucci, Costa sostiene que "lo más importante fue Ezeiza y la reacción de Perón luego de Ezeiza, donde nos culpa a nosotros. Era su visión, la visión de un hombre de orden. La gente pedía respuestas. Y, en parte, fue también un mensaje a Perón: Sin nosotros, no podés gobernar".

"Era una disputa esquizofrénica con Perón: nos veíamos como un proyecto revolucionario, un partido que iba a conducir a las masas, pero compartiendo la conducción con Perón. En realidad, nosotros nos veíamos conduciendo y relegando a Perón a un papel decorativo", dice.

Para Jorge Lewinger, periodista y exmilitante de las FAR, "después de Ezeiza y del golpe contra Cámpora la respuesta a Perón fue militar: amasijarlo a Rucci. Hoy digo que fue un infantilismo, que estuvo en la raíz de nuestras grandes equivocaciones históricas. No lo firmamos porque no éramos boludos. Era un mensaje a Perón, pero no lo podíamos firmar para no darle la excusa de borrarnos del mapa. La intención fue que él supiera que fuimos nosotros, pero no hacerlo público".

En aquel momento, el principal órgano de expresión, aunque oficioso, de Montoneros era El Descamisado, una revista con destacados periodistas como Ricardo Grassi, Enrique "Jarito" Walker, Juan José "Yaya" Azcone, Pepe Eliaschev y Ricardo Roa (actual secretario general adjunto de Clarín), que costaba 2 pesos y tiraba unos 60/70 mil ejemplares semanales, aunque con las tapas más impactantes sobrepasaba largamente los 100 mil, como la del retorno definitivo de Perón, que vendió 140 mil.

Desde Italia, donde vive ahora, Grassi recuerda que al atardecer de aquel martes 25 de septiembre se les apareció en la redacción de la calle Jujuy, en el barrio de Once, el propio Firmenich, seguido de cerca por un guardaespaldas, que, según otras fuentes, llevaba una vistosa ametralladora.

"Lo de Rucci -cuenta- era una cosa muy gorda, que había causado una gran conmoción en todo el país. La revista era un ambiente muy político, donde todo lo discutíamos y con mucha pasión. ­Discutíamos hasta los epígrafes, así que imagináte cómo discutimos eso! Todos estábamos convencidos de que no podía ser sino una provocación del Ejército Revolucionario del Pueblo. Sabíamos que Rucci era el hombre de Perón en los sindicatos, que era una pieza clave de Perón, que Perón podía contar con Rucci para todo. Por lo tanto, para nosotros era una provocación a Perón y correspondía que lo hubiese hecho el ERP. Pero, llegó Firmenich y nos dijo: "Fuimos nosotros'".

Vino a explicarnos por qué habían tomado esa decisión en la Conducción Nacional, para que nos quedara claro cuál debía ser la línea de la revista. No era la primera vez que venía: después de Ezeiza, todas las semanas venía él o algún miembro de la Conducción. Nosotros le hicimos preguntas y hubo una discusión con él.

Claro que en aquella época predominaba el principio del "centralismo democrático", no solo en El Descamisado: todo se debatía, pero una vez adoptada la decisión de la mayoría, se la cumplía disciplinadamente.

De todos modos, el asesinato de Rucci convenció a varios miembros de la redacción de que el proyecto montonero estaba agotado.

La Orga fijó su posición pública en el editorial del número 20 de la revista, el 2 de octubre, cuya tapa decía en letras negras sobre fondo amarillo: “La muerte de Rucci, encrucijada peronista”. Dardo Cabo figuraba como el director, pero el “responsable” era

Lewinger, quien recibía las órdenes directamente de la Conducción Nacional: “Yo escribía los editoriales según la línea que bajaba la Conducción Nacional. Al editorial de aquel número también lo escribí yo y lo firmó Dardo Cabo. La Conducción me dijo que elogiáramos el hecho, pero no tanto”.

El editorial fue titulado “Ante la muerte de José Rucci” y está muy bien escrito.

“La cosa, ahora, es cómo parar la mano. Pero buscar las causas profundas de esta violencia es la condición. Caminos falsos nos llevarán a soluciones falsas. Alonso, Vandor, ahora Rucci. Coria condenado junto con otra lista larga de sindicalistas y políticos. Consignas que aseguran la muerte para tal o cual dirigente. La palabra es traición”.

“Un gran sector del Movimiento Peronista condena a un conjunto de dirigentes como traidores y les canta la muerte en cada acto. Estos dirigentes a su vez levantan la campaña contra los infiltrados, proponen la purga interna. Arman gente, se rodean de poderosas custodias personales y practican el matonaje como algo cotidiano”.

“Cómo es toda esa historia, cuándo comenzó la traición y cuándo comenzó la muerte. Los viejos peronistas recordamos a estos burócratas hoy ejecutados y condenados a muerte. Los conocimos luego de 1955, cuando ponían bombas con nosotros. Cuando los sindicatos logrados a sangre y lealtad, recuperados para Perón y el Movimiento, eran casas peronistas donde se repartían fierros y caños para la Resistencia y de donde salía la solidaridad para la militancia en combate o presa”.

“Por eso no hay que disfrazar la realidad. Acá somos todos culpables, los que estaban con Rucci y los que estábamos contra él; no busquemos fantasmas al margen de quienes se juntaron para tirar los tiros en la avenida Avellaneda, pero ojo acá las causas son lo que importa. Revisar qué provocó la violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros”.

El Descamisado incluyó una nota sobre “La vida y la muerte de Rucci”, que destacó “los enfrentamientos” entre Rucci y Lorenzo Miguel, la presunta oposición del secretario general de la CGT al Pacto Social y las acusaciones “contra su patota” por la matanza de Ezeiza.

Y terminó con una frase contundente y provocadora: “El pueblo estuvo ausente en el sepelio”.

La revista le dio también despliegue a otro asesinato, el de Enrique Grinberg, quien fue muerto 24 horas después que Rucci por tres jóvenes en la puerta del edificio donde vivía, en el barrio de Belgrano. Grinberg trabajaba en la UBA y militaba en la Juventud Peronista.

El dirigente y escritor Julio Bárbaro era muy amigo de varios jefes montoneros: “A los tres días me lo encuentro a Horacio Mendizábal, que me dice: “Va a aprender el General que nuestras posiciones tienen que ser respetadas”. Yo lo conocía bien a él de la época en que todos militábamos juntos, en la juventud de la Democracia Cristiana. Incluso, él había sido uno de los monaguillos en mi casamiento. Luego, él fue uno de los fundadores de los Descamisados, que después se incorporaron a Montoneros, y los “Desca” tenían eso del martirio, de dar la sangre por tus hermanos; algo bien católico que puede derivar en algo muy mesiánico, puede facilitar una conversión drástica a la violencia.

Un gran sacudón

El asesinato de Rucci fue un tremendo sacudón y provocó un desconcierto inicial dentro de la Orga: muchos pensaron que había sido obra de otro grupo guerrillero, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), trotskista, que seguía en la lucha armada a pesar de que la dictadura ya había dejado paso a un gobierno democrático; una porción similar apuntó contra la CIA, la agencia central de Inteligencia de Estados Unidos, siempre muy activa en la región, y hubo quienes se acordaron del ministro de Bienestar Social, José López Rega, cada vez más influyente en el entorno del General y a quien varios vinculaban ya con la CIA.

Pero, a las pocas horas el boca a boca ya se había encargado de informar a todos los interesados que habían sido ellos mismos. Algunos se pusieron contentos con el argumento de que algo había que hacer para frenar la ofensiva de la derecha; otros, en general los que provenían del peronismo puro y duro, se molestaron.

A ninguno le pasó desapercibido que había sido una jugada muy audaz, que marcaría el destino de Montoneros. Un destino de derrota, antes política que militar.

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