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Inflación eterna, un virus sin freno

Martes, 22 de septiembre de 2020 02:15

El aislamiento social preventivo y obligatorio se impuso mediante un decreto de necesidad y urgencia que luego fue prorrogado por sucesivas normas que seguirán saliendo, porque esto va para largo.

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El aislamiento social preventivo y obligatorio se impuso mediante un decreto de necesidad y urgencia que luego fue prorrogado por sucesivas normas que seguirán saliendo, porque esto va para largo.

El virus que se propaga rápidamente, en función a lo que pasó en otros países, hará colapsar el sistema hospitalario. Esto se sabe debido a que en otros países, aun en aquellos que se consideran del primer mundo, el sistema hospitalario colapsó. Esta certeza hizo que surgiera la necesidad de encerrar a la gente en su casa frenando de un solo golpe la actividad económica, cerrando las fronteras, los límites provinciales y hasta los límites municipales. Se puso en marcha un aislamiento que ya lleva más de ciento setenta días. Tal vez suene lógico que se puede parar el mundo, un país o una ciudad si quien gobierna tiene conciencia del peligro que se avecina y que, con sus medidas, evitará un mal mayor. Y es lógico pensarlo así. Y como sonaría lógico también pensar que deberían tomarse medidas extremas en la Argentina para frenar la inflación de una vez y para siempre.

Causa y consecuencia

Una enfermedad viral de rápida propagación viene a ser una buena causa motivadora para instalar un aislamiento obligatorio devastador en lo económico, pero un mal como la inflación no genera tales reacciones por parte del Gobierno, ni en el actual ni en muchos otros que tuvo Argentina en los últimos tiempos.

Es un poco más difícil determinar cuáles serían las consecuencias que deberían analizarse; sin embargo, aún sabiendo las consecuencias que viene generando la inflación en la Argentina, desde hace varias generaciones, no se toman medidas extremas, ni medias ni bajas.

Y no se habla aquí de las medidas coyunturales que pudieron tomarse, aun cuando se hubieran aplicado durante mucho tiempo, como fue el "uno a uno" en el gobierno de Carlos Saúl Menem vigente durante once años; si el "uno a uno" hubiera sido una medida de fondo, hoy estaríamos curados de la inflación, como nos curará la vacuna que nos inmunizará del COVID-19. La salida del uno a uno de Menem - Cavallo nos costó una dolorosa crisis, o sea, taparon la enfermedad con mentiras y no erradicaron definitivamente la inflación.

Verdad y consecuencia

Se asume entonces que la verdad está en el mandato constitucional de preservar la salud de la población y la consecuencia es que se puede destruir la economía y generar niveles inimaginables de pobreza.

Una consecuencia extrema ante un virus altamente eficiente y eficaz para matar a los habitantes de este mundo. A pesar de que antes de que llegara el COVID-19 mucha gente se moría de distintas enfermedades -por ejemplo, de dengue-, ocurre que esas muertes nunca originaron colapso en los hospitales; probablemente las personas solo se morían en sus casas y al pueblo le resultaba difícil relacionar esas muertes con las acciones de los gobernantes con un mandato constitucional no cumplido.

Unas pocas familias que sufren no generan comentarios negativos que logren bajar la imagen positiva de ningún gobernante.

Pero ese concepto de verdad y consecuencia no aplica para la inflación.

El hijo del pobre que se muere porque su padre no consigue comprar los remedios debido a que su salario, gracias a la inflación, se quedó muy atrás y apenas le alcanza para comer, no cuenta en la estadística y no califica para la norma constitucional de preservar la salud de la población; por lógica consecuencia, tampoco se toman las medidas extremas para cumplir con el mandato constitucional de preservar la salud de la población; la inflación sigue con buena salud desde hace muchos años. La verdad es que cualquier estudiante de economía de primer año puede decirnos que la inflación mata a la gente, mata los proyectos de la gente, mata el trabajo, mata los planes a futuro, mata al país, pero la consecuencia de todas estas muertes nunca se hizo ver en un proyecto de gobierno en los últimos cincuenta o sesenta años.

La única verdad es la realidad

El desconocido y mortífero COVID-19 nos lleva a compararlo con este otro virus tan conocido por la sociedad argentina: el de la inflación, altamente contagioso y letal.

Piénsese en que no hay tasas de interés adecuadas para que la gente pudiera sacar créditos hipotecarios a treinta años y construir sus casas; no hay créditos a tasas adecuadas para comprar una maquinaria y producir, y de paso dar trabajo; tampoco se puede ahorrar en pesos para comprar un terreno o hacer una ampliación en la casa o negocio, hay que ahorrar en dólares, comprando un poquito todos los meses.

¿Podemos decir que hay un país independiente en donde la gente tiene que ahorrar en una moneda extranjera? Y se tiene la ilusión de festejar la Independencia Argentina los 25 de Mayo y los 9 de Julio, la inflación terminó matando a la independencia.

Se desconoce cuál es el elemento que tiene la inflación para pegarse a cada administración que asume el poder; tal vez sea por eso que no podemos inutilizarlo o elaborar una vacuna contra el mal.

El coronavirus tiene la particularidad de entrar en la célula y por su RNA y lograr que la propia célula lo reproduzca; se pega a ella a través de una caparazón de grasa.

El virus de la inflación tiene el poder de lograr que cada administración lo adopte y lo reproduzca. Lo que no puede descubrirse certeramente es cómo destruir la caparazón.

La única verdad es la realidad, aquella que desde hace muchos años se vive en la Argentina, y va logrando que los ciudadanos vivan peor de lo que deberían porque el "inflacionvirus" mata el crédito, la moneda, el ingreso, la esperanza del más pobre.

Sin embargo, nadie se anima a enfrentar el flagelo con la fuerza y la firmeza con la que se animaron a enfrentar al COVID-19. Se atrevieron a parar el país, a frenar toda actividad, a restringir las libertades de las personas, solo para que el coronavirus no colapse los hospitales.

Nadie, pero nadie, se atreve a matar la inflación para que la nación argentina no colapse de pobres (el “inflacionvirus” hace más pobres a los más pobres), de chicos mal nutridos en la primera infancia (quienes son los hijos de los pobres empobrecidos por el “inflacionvirus”), de gente sin vivienda adecuada (porque un trabajador nunca termina de juntar para el terreno y el rancho propio debido al “inflacionvirus”), de la falta de ahorro (porque no hay una moneda estable que lo permita a no ser que se compré una moneda extranjera lo cual no le hace bien al país por el “inflacionvirus”), de inversión (porque aún ahorrando en dólares no logra juntar lo que necesita para invertir), etc.. Porque todos esos males, y muchos más, son generados por el virus de la inflación a la que el pobre se acostumbra tanto que termina resultando asintomático, resignado y dispuesto a perder la dignidad por una mezquina vacuna de algún plan que le inyectan desde el Estado.

 Cien años de soledad

Como en el libro del genial García Márquez, los personajes se confunden, se entreveran y a veces, ni llevando un registro, se logra saber quién hizo esto o aquello que sumió a la Argentina en más inflación. 
El déficit del Estado, el poco presupuesto para la obra pública que genere infraestructura orientada a la producción, el desvío de fondos hacia los que menos tienen a modo de “vacunaplán”, que por un lado le dan y con la inflación y el IVA le quitan. Los pobres cada vez tienen menos y son más; mientras se genera una espiral de virus inflacionario que no tiene cura. 
Mientras tanto, los gobiernos logran que todos nos enfermemos, como seguramente pasará con el COVID-19, sin distinguir razas o riquezas. Sería bueno que aprendamos que, así como el aislamiento fue decretado, también se puede legislar todo lo que haga falta para demostrar el amor al pueblo, al que vota a los administradores de turno, para dimensionar el estado a los ingresos que se recauden con impuestos justos y razonables y, además, para que se rinda cuentas de cada centavo que se recibe para administrar. Alguno de los Buendía deberá tomar la posta y administrar el remedio contra la “inflacionvirus” y fabricar una vacuna eficaz y definitiva para que aprendamos a vivir con crédito, con esperanza, con una moneda propia en la que podamos ahorrar, con planes para el futuro. Es de esperar que no tengamos que vivir 100 años de soledad en un Macondo que se destruye más cada cuatro años.
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