Ayer no fue un día más en la Escuela Técnica Pacto de los Cerrillos. Los estudiantes tuvieron la chance de viajar miles de años atrás sin moverse de sus sillas. El guía de esa travesía fue nada menos que Ricardo Alonso, doctor en geología, acompañado por el periodista e historiador Luis Borelli.
Con un estilo claro y cercano, Alonso logró lo que pocos pueden hacer, hablar con las piedras y transmitir sus secretos. Les contó a los chicos cómo se formaron la serranía de Cerrillos y el Valle de Lerma, esos paisajes que ellos ven todos los días pero que pocas veces se detienen a pensar que guardan millones de años de historia.
El geólogo explicó que hace muchísimo tiempo esta zona era muy distinta. Hubo lagos que ya no existen, ríos que cambiaron su curso y fallas geológicas que levantaron montañas donde antes había planicies. Cada cerro y cada quebrada esconden huellas de ese pasado que la ciencia logra descifrar.
Más que una clase, fue una charla de esas que dejan huella. Los estudiantes no solo escucharon datos y fechas, también entendieron que el suelo que pisan tiene memoria y que esa memoria puede leerse si alguien sabe interpretarla.
Alonso, que además de investigador es un apasionado divulgador, bajó conceptos complejos a ejemplos cotidianos. Comparó movimientos de la tierra con pliegues en una sábana o con golpes que hacen “arrugar” el suelo. Y lo hizo con la calidez de quien disfruta contar una buena historia. Por su parte, el “Suri” Borelli les relató anécdotas de la historia reciente y leyendas inspiradas en esos mismos paisajes.
Al final, la sensación que quedó entre los chicos fue la de haber descubierto que la geología no es una materia lejana o complicada, sino un relato fascinante que explica por qué Cerrillos y el Valle de Lerma son como son.
Cuando uno viaja por el Valle de Lerma y mira hacia la serranía de Cerrillos, cuesta imaginar que ese escenario tan verde y apacible es, en realidad, el resultado de millones de años de empujones geológicos. La historia arranca en el Pleistoceno tardío (Duró desde hace 129,000 años hasta hace 11,700 años, marcando la última etapa de la Edad de Hielo), relató Alonso, una época en la que el norte argentino se estaba reacomodando tras la elevación de las serranías subandinas.
En aquel entonces, lo que hoy conocemos como valle era un gran piedemonte, una suerte de rampa natural que conectaba la Cordillera Oriental -con sus sierras de Lesser y del Obispo- con la llanura que se extendía hacia el este. Era un territorio de transición, de bordes móviles, donde la tierra parecía nunca estar quieta.
Los pisos agroecológicos andinos
El Dr. Ricardo Alonso, en diálogo con El Tribuno, contó: “Salta es una tierra de contrastes que sorprende a cualquiera que la recorra de punta a punta. En pocos kilómetros se pasa del frío extremo de la Puna a la humedad sofocante de la selva, con escalas en valles fértiles y el calor chaqueño. Nada de esto es casual, ya que la tectónica andina y el clima son los grandes arquitectos de los suelos y, por lo tanto, de los cultivos”.
En tal sentido, explicó: por eso no vemos soja en la Puna, ni viñedos en Anta, ni tabaco en los Valles Calchaquíes. Cada zona tiene lo suyo. La caña de azúcar en Siancas, el tabaco en el Valle de Lerma, los vinos y especias en los Valles Calchaquíes y los frutales en las Yungas. La diversidad se explica por la “escalera tectónica” que baja desde más de 4.000 m hasta la llanura chaqueña, con climas que van de la nieve al calor sofocante.
"Los viajeros del siglo XIX quedaron fascinados con esa variedad. Hablaron de cocales en Campo Santo, de la dulzura de la chirimoya, de vinos premiados y hasta del hielo que los 'collas hieleros' bajaban de los cerros para los mercados salteños. Ese mosaico productivo dejó huellas, desde los ingenios azucareros hasta los actuales viñedos de altura, pasando por recuerdos menos conocidos como los plantíos de coca que alimentaban a los trabajadores de la zafra", detalló el geólogo.
Salta es un rompecabezas de pisos productivos donde la geología, el clima y la historia cultural se combinan para dar identidad a cada rincón.
La tierra que se levanta y los ríos que insisten
La contracción de la corteza empezó a levantar nuevas sierras en el corazón mismo del valle. Así nacieron las elevaciones de Vaqueros y los Cerrillos de San Miguel. Poco después, el movimiento se propagó hacia el este y una falla terminó dando forma a la serranía Mojotoro-Castillejo, que selló el destino del Valle de Lerma al cerrarlo como una enorme cuenca.
Pero la naturaleza siempre busca una salida. Algunos ríos lograron cortar esas nacientes barreras topográficas, insistiendo con sus cauces hasta abrirse paso. Otros, en cambio, no tuvieron tanta fuerza y terminaron desembocando en una gran depresión que se convirtió en el antiguo lago Lerma.
Al norte, los ríos llegaban con pendientes fuertes y lograron horadar la roca con más facilidad. Fue allí donde el río Mojotoro resistió como cauce antecedente, desafiando a las nuevas montañas. En el sur, en cambio, el lago creció tanto que terminó colmando la cuenca y, cuando ya no había más espacio, derramó sus aguas hacia el este. Ese desborde fue el que esculpió el cauce del actual río Juramento, atravesando la sierra de Castillejo.
Un valle lleno de historia
En el fondo del Valle de Lerma se fue acumulando una impresionante cantidad de sedimentos: más de 800 metros de arena, arcilla y grava que hoy los geólogos llaman “Grupo Valle de Lerma”. Ese relleno, que se fue depositando durante miles de años, es como un libro abierto que guarda la memoria del paisaje.
Las investigaciones modernas, gracias a estudios de subsuelo, permitieron revisar con más detalle esa estratigrafía y hasta redefinir la verdadera extensión de la llamada “Formación Tajamar”, que durante años fue interpretada con cierta libertad.
Caminar hoy por Cerrillos o mirar la amplitud del valle es recorrer un escenario que se terminó de moldear en esa época de transformaciones. Bajo los cultivos, los pueblos y las rutas, late todavía la memoria de un “lago desaparecido”, de ríos que se resistieron a cambiar su camino y de sierras jóvenes que se empujaron unas a otras hasta dejar el paisaje tal como lo vemos hoy.
Durante el encuentro, entre los estudiantes algo quedó claro y es que la serranía de Cerrillos y el Valle de Lerma no son solo un atractivo turístico o un espacio productivo, con sus suculentas plantas de tabaco y verduras pintadas, son también un enorme relato geológico, escrito con la paciencia de miles de años y con la fuerza de la tierra que nunca dejó de moverse.