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José de San Martín se había formado profesionalmente en el Viejo Mundo en materia militar y, en tal carácter, desarrolló una importante carrera en suelo hispánico. De retorno en tierras del Plata, su objetivo primero fue la emancipación americana. Pero era conciente que para que se consolidara la independencia a la que dedicara todos sus esfuerzos, había que mejorar la ilustración de sus habitantes en todos sus estratos. En consonancia con esta idea, manifiesta en nota al Cabildo de Santiago con fecha 17 de marzo de 1817: “La ilustración y el fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos”.
En la comprensión de que el remedio a las problemáticas americanas era la cultura, ante la necesidad de satisfacer mediante una alta calificación de los recursos humanos a fin de que resultasen útiles al proceso productivo, y en el imperativo de formar ciudadanos aptos para el desempeño en las diversas actividades sociales, nuestro prócer dedicó sus esfuerzos en aquellos territorios en los que le tocó actuar.
Concretamente, era menester para lograr este objetivo, proporcionar material de lectura y estudio.
Nuestro guerrero, de austeras costumbres, trajo consigo desde España más de un millar de libros, los que conservó durante su estadía en Buenos Aires y a los que posteriormente llevó a Mendoza. Con setecientos de esos volúmenes enriqueció la Biblioteca Provincial de esa ciudad a través del testamento que firmó ante el Escribano del Cabildo mendocino, Cristóbal Barcala, con fecha del 23 de octubre de 1818, en el que cedió su “librería”, término que usaba para definir a su biblioteca.
En oportunidad en liberar a Chile, trasladó a lomo de mula por los angostos caminos de la cordillera de los Andes, otros cuatrocientos volúmenes para la creación de una Biblioteca Nacional en su capital.
En Santiago de Chile, luego de producida su emancipación e instalado el gobierno independiente, y ante la partida de San Martín hacia Buenos Aires, el Cabildo chileno le otorgó diez mil pesos oro para los gastos del viaje. San Martín agradeció la atención y donó ese dinero con destino a la creación de la Biblioteca Nacional, fundamentando: “Deseo que todos se ilustren en los sagrados derechos que forman la esencia de los hombres libres”.
Más tarde, cuando entró triunfante en Perú, transportaba el remanente de su biblioteca, consistente en alrededor de medio millar de libros, los que donó como base para la fundación de la Biblioteca Nacional de Lima.
El decreto del 28 de agosto de 1821 expresa que lo hace para facilitar a las gentes “todos los medios de acrecentar el caudal de sus luces y fomentar su civilización”.
Una póstuma donación fue hecha a la Biblioteca de Buenos Aires a través de Mariano Balcarce por carta fechada oportunamente en París.
En un viaje a Córdoba en 1816, anunció su interés por publicar una reedición de los “Comentarios” del Inca Garcilazo, en una tertulia a la que concurrieron hombres ilustrados de esa ciudad. En esa oportunidad, se hizo apología de la obra y se censuró el despotismo que había prohibido su lectura. San Martín propuso abrir una suscripción pública con el objetivo de reimprimirla.
Designaciones
La iniciativa fue aprobada y se designó al doctor José de Izasa para que presidiese la suscripción y al doctor Bernardo Bustamante para revisar la obra, cuya edición se haría en Londres, porque en ese momento se carecía de imprenta en Córdoba sino también porque habría de hacerse con el mayor lujo posible. Esta actividad, no pudo concretarse.
El 15 de diciembre de 1816, solicitó al Gobierno de Buenos Aires varios ejemplares de la obra de Tomás Paine “Historia de la Revolución de Estados Unidos e Independencia de la Costa Firme”, con el propósito de difundirla en Chile. Juan Martín de Pueyrredón accedió a la petición, para ello adquirió y le remitió doce ejemplares. Se trataba de una edición de Filadelfia de 1811, traducida del inglés al español por Manuel García de Sena.
Acopio documental
Otra actividad a la que prestó atención fue a la formación de un archivo. A tal efecto por oficio de 13 de diciembre de 1814, solicitó a las autoridades de Buenos Aires que se le remitiese todos los impresos publicados desde el “día glorioso de la instalación de la Primera Junta Superior de Gobierno”. En ellos estaban insertos todos los decretos cuyo conocimiento era indispensable para realizar una buena gestión en los cargos que posteriormente habría de ocupar y cuyo dominio le auxiliaría en la toma de decisiones.
Es también relevante y de significación cultural el previsor bando de 8 de noviembre de 1815 en Mendoza sobre la creación del Archivo de Documentos Históricos. Observando que la documentación original se hallaba dispersa y en muchos casos en manos de particulares, ordenaba y mandaba que las personas que los poseyeran, debían entregarlos en el término de un mes a partir de la fecha del bando, al escribano de Gobierno, para su reconocimiento y para que este funcionario le diese el destino pertinente.
Era esencial este relevamiento y acopio documental, no sólo para la gestión gubernamental sanmartiniana, sino para los posteriores mandatarios y ciudadanos mendocinos. De forma tal que la concreción de la organización del Archivo da cuenta de la esmerada atención que prestaba a su faceta de gobernador civil, tan significativa, relevante y eficiente, como lo fue su obra militar de trascendencia universal.
Que la equidad no sea una utopía
La herencia sanmartiniana de hace dos siglos nos señala que el mejoramiento de nuestros niveles técnico-científicos en nuestra sociedad y el afianzamiento permanente -en especial de su clase dirigente- de valores culturales y éticos es imprescindible para la construcción de una Nación libre y justa, donde la equidad no sea una utopía sino una realidad posible. Estos objetivos solo encuentran su concreción cuando la ciudadanía se apropia de las herramientas del conocimiento, que en los tiempos del Padre de la Patria eran transmitidos por libros, de ahí la importancia asignada a la formación de bibliotecas públicas y archivos, territorios de riqueza que deberíamos explotar y cuyos recursos son aún hoy inagotables.
Al recordar el bicentenario del Cruce de los Andes, hecho central no solo en la historia argentina, americana sino universal, se debe tener presente que no sólo se trasladó el material bélico, sino que en las alforjas de las mulas se guardaba el imperecedero tesoro de la palabra escrita pronta a iluminar a los hermanos chilenos y peruanos.
Brillante legado que contribuye a configurar la grandeza moral de José de San Martín.
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