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Nuestra gran opción es el Estado de Derecho

Domingo, 13 de agosto de 2017 00:00
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"El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su Patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes". Este principio expresado por Marco Tulio Cicerón hace más de 2.000 años, define la esencia de la república y debería inspirarnos a todos, electores y precandidatos, en una jornada como la de hoy.

Nos toca elegir entre personas que se proponen para legislar. Debería ser una fiesta cívica. Sin embargo, la jornada aparece empañada por el desencanto. La vida política produce entre los argentinos grietas, rencores e insatisfacciones. Ni siquiera perdura la pasión, porque la pasión política requiere una escala de valores y un proyecto, que terminan brindando identidad.

Pero el desencanto argentino arraiga, sobre todo, en la experiencia cotidiana, que muestra a una dirigencia poco cuidadosa de las instituciones y las leyes. No son solo los dirigentes que defraudan: nuestra cultura política está todavía muy lejos de aquella idea del jurista y filósofo romano.

Sin embargo, ese es el sendero que tomamos en 1983 y del que no debemos desviarnos. El sistema de la democracia representativa y republicana, el más exitoso y equitativo que ha producido la humanidad, se sustenta en la participación de la ciudadanía; es el que permitió a los países occidentales mejorar la calidad de vida de los pueblos, reducir la pobreza y universalizar la educación. Está inspirado en los principios de la libertad y en la certeza de que es posible progresar en todos los órdenes de la vida. Al cumplirse el 18§ turno electoral, esa certeza hoy nos está faltando.

Pero el desencanto y la indiferencia no deben ocultar la trascendencia de lo que nos toca hacer. Los hombres y mujeres -argentinos de carne y hueso- que resulten electos hoy y en octubre deberán debatir ideas, intentar consensos y sancionar leyes para garantizar la convivencia y crear las condiciones para que todos podamos vivir en un país mejor.

El Poder Legislativo no es una isla y solo puede cumplir sus funciones en una sociedad comprometida con el Estado de Derecho. En la Argentina hay una carencia histórica al respecto.

La liviandad y el oportunismo que prevalecen en los discursos de campaña son el correlato del nivel de las discusiones que se escucharán en los recintos parlamentarios, donde la verdad queda habitualmente subordinada a la conveniencia.

Estamos muy lejos del ideal republicano. En nuestra sociedad prevalece el criterio de que la ley es una circunstancia y no un mandato. Contribuyen a esa sensación las presiones de los poderes ejecutivos sobre el parlamento, y también muchos fallos inexplicables y contradictorios que proliferan ante la opinión pública.

La ley, para que sea democrática y republicana, debe ser obligatoria para todos, estable y preservada del capricho de un gobernante. Para un argentino medio esta definición parece una quimera, nos acostumbramos a que gobernantes, legisladores y jueces hagan lo contrario.

El filósofo argentino Carlos Nino, inspirador de la investigación y condena al terrorismo de Estado y la violencia política de los años setenta, escribió un libro cuyo título describe nuestra realidad histórica: "Un país al margen de la ley". Los crímenes que desangraron a la Argentina y la decadencia social que hoy padecemos hunden sus raíces en la fragilidad de nuestro Estado de Derecho. "La autoridad de estas reglas (las leyes del Estado) no depende del todo de su calidad intrínseca, sino de la legitimidad de los órganos en que se originan", escribió Nino, en las primeras semanas de la restauración democrática. El gran desafío de nuestros legisladores es restablecer la legitimidad y la credibilidad de los parlamentos.

Esta es la clave del Estado de Derecho. La Argentina nunca llegó a consolidar plenamente su orden jurídico. La construcción de la república democrática a partir de la Constitución de 1853 sufrió, apenas siete décadas más tarde, la irrupción de la ilegitimidad: la doctrina del "poder de facto", en 1930, reemplazó , en nuestra cultura política, al Estado de Derecho. Además, dejó abiertas las puertas a diversas formas de autoritarismo y demagogia, de izquierda o de derecha. Ese daño aún perdura.

Al votar, los ciudadanos ejercemos el poder de la decisión. Al vivir, es imprescindible tener en cuenta otro principio de Cicerón: "Seamos escla vos de la ley para ser libres".

 

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