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Un reo sin condena y desaparecido

Domingo, 13 de agosto de 2017 00:00
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Nicolás Videla del Pino fue el primer obispo de Salta. Fue una figura preponderante de la Iglesia en el período virreinal y en la década de la Independencia. Su historia es un preludio perfecto en la historia de un país en el que la Justicia y la política se entremezclan demasiado.

Nació en Córdoba en 1740, en el seno de una familia acomodada que le permitió una niñez rodeada de afecto y en un ambiente de cultura elevada. Realizó sus primeros estudios en el Colegio de Nuestra Señora de Monserrat en su ciudad natal. Allí obtuvo los títulos de Bachiller, Licenciado y Doctor en Sagrada Teología. Posteriormente recibió la ordenación sacerdotal. Las parroquias de Río Seco, Río Cuarto y el curato de Los Llanos en la jurisdicción de La Rioja, fueron sus primeros destinos. Allí permaneció catorce años, en los que se ocupó en la construcción de cinco capillas, obras que financió de su propio peculio, demostrando su proverbial generosidad, actitud que estuvo siempre presente a lo largo de su vida. Su labor sacerdotal fue ejemplar.

Más tarde, de regreso en Córdoba, ejerció la cátedra de Teología Moral en el Seminario de Loreto. Su desempeño fue ad honorem. En esta casa de estudios, luego sería rector. En esa función le cupo mejorar la calidad educativa y las condiciones edilicias. Su eficiente labor lo aproxima a otras dignidades eclesiásticas. Sus méritos posibilitaron su ascenso. Su desempeño mereció el reconocimiento del marqués de Sobremonte, en ese momento gobernador intendente de Córdoba del Tucumán. En 1793, el Consejo de Indias lo propuso al Rey para deán en primer lugar y en segundo a Gregorio Funes. Aprobada la propuesta real, Videla fue investido deán de la catedral cordobesa. Fue el inicio de un conato de oposición en su futura labor obispal.

Un importante desafío se presenta cuando en 1804 se hace cargo del Obispado de Asunción del Paraguay. Su labor en esa sede fue de gran relevancia: prestó singular interés por disciplinar al clero corrigiendo la relajación, los desórdenes y los abusos a los que el presbiterio se había entregado por falta de un prelado ilustrado y virtuoso. La visita pastoral lo aproximó a los problemas de la diócesis y a la solución de las problemáticas observadas. Toda esta labor llamó la atención tanto de las autoridades como de la opinión pública. Y es que Videla del Pino consiguió cautivar los corazones de sus feligreses de quienes se hizo dueño. Estos meritorios antecedentes, fueron los factores que contribuyeron luego a su designación en la diócesis salteña.

Videla en Salta

La creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, obligó a la organización del territorio en gobernaciones intendencias. A la decisión política siguió la religiosa. El Marqués de Sobremonte, gobernador intendente de Córdoba del Tucumán inició la gestión de la creación de la Diócesis de Salta, escindida de Córdoba.

La tramitación de la nueva diócesis tuvo una confusa mezcla temporal de fechas y de emisión de documentos. Y es que una cosa era la actuación del Rey y otra el nombramiento que hacía el Papa. Cumplidos los requisitos reales, Pío VII, el 28 de marzo de 1806 creó el Obispado de Salta por la Constitución Apostólica Regalium Principum. Una vez que Videla recibió su nombramiento, se dispuso a tomar posesión de la nueva sede y partió el 4 de abril de 1808 desde Asunción por vía fluvial dirigiéndose a Santa Fe y de allí por tierra hasta el Chaco, llegando a la Reducción de Abipones donde tomó posesión del obispado el 15 de junio de 1808. En su estancia en esa reducción, emitió diecisiete autos de visita instruyendo a los párrocos acerca de diversos aspectos de la administración de los sacramentos y enseñanza de la doctrina. Pero manifestó particular celo en la confección de los libros parroquiales. Cabe aclarar que estas estrictas instrucciones, tanto en Paraguay como luego en Salta, configuran una labor de inmensa importancia para el acervo cultural e histórico de nuestros territorios. Los archivos eclesiásticos, contienen valiosa información demográfica sobre los primeros siglos de nuestra historia. Era menester que el obispo de la novel diócesis hiciera la visita pastoral, en la que desarrolló una minuciosa labor, como así también la erección de la Catedral, pues la Iglesia Mayor se encontraba en ruinas. Se trazó como objetivos la creación de una Casa de Ejercicios para reforma de las costumbres del clero, con este fin, adquirió de su peculio media cuadra de sitio en la traza de la ciudad. Otra gestión estuvo destinada a conseguir un solar para el establecimiento de un Colegio de Niñas Huérfanas, dotando así a un sector vulnerable de la sociedad de conocimiento y asistencia no sólo espiritual sino material. Objetivo central fue la creación del Seminario para el servicio de la Iglesia, crianza y educación de la juventud. Había familias que no podían costear estudios superiores, de allí la importancia de este proyecto. Era la oportunidad de los jóvenes salteños para acceder a conocimientos científicos sin ningún costo para el presupuesto familiar. Cabe valorar este servicio que el obispo ponía a disposición de los jóvenes en virtud de la falta de establecimientos educativos.

Es recurrente en el obispo la necesidad de cultivar las virtudes del clero, buscando incentivar las cualidades con que debe estar investido un servidor de la Iglesia. Es revelador el documento normativo de 23 de noviembre de 1809 que indaga la conducta de los curas y que busca forjar un clero prístino y sólido en su ejercicio sacerdotal.

En Salta surgió una fuerte oposición cimentada en la malevolencia y la codicia de dos prebendados, el deán Vicente Atanasio Isasmendi y el canónigo José Miguel de Castro, ocasionada por una justa distribución de dignidades que fue mal interpretada y que dio base a un continuo hostigamiento del cual fue víctima.

La desafortunada intervención del gobernador intendente Nicolás Severo de Isasmendi, a favor de su hermano el deán y de Castro, otorgó plena impunidad a los clérigos opositores. Quedó planteado el conflicto entre el nuevo obispo foráneo y un sector del poder local. Las voraces aspiraciones de Isasmendi a la mitra eran incontenibles. No se le perdonaba a Videla truncar las aspiraciones episcopales de un representante de la sociedad local. Perduraba un resabio cuasi feudal no sólo en el manejo político sino también en lo religioso a pesar de la contundencia de la normativa religiosa consagrada por el Concilio de Trento y el Derecho Canónico. En adelante, toda obra emprendida por el Obispo era inmediatamente contrarrestada por este grupo sedicioso. Hay que sumar la confabulación de Funes, nuevo deán en la Catedral cordobesa.

Videla y la Revolución

El clero en nuestras tierras ejercía un poder moral sobre su población. Su influencia en la sociedad en aquellos tiempos, era un elemento a considerar en las políticas públicas. De allí la importancia de la decisión de los clérigos luego de la proclamación de la Primera Junta del 25 de mayo de 1810. Salta dirimió su postura en el Cabildo Abierto del 19 de junio, oportunidad en que Su Ilustrísima Nicolás Videla del Pino adhirió al movimiento de Mayo en nombre del clero. Producto de este pensamiento es su Instrucción Pastoral de 1812 cuya súplica era “por la piadosa y santa causa de nuestra libertad”, en la que revela su obediencia a las nuevas instituciones de gobierno.

Más tarde, intereses ocultos y mezquinos, arrojaron sobre él sospechas de traición a las nuevas autoridades. Cuando Belgrano se hizo cargo del mando del Ejército del Norte en marzo de 1812 y atravesó la diócesis, esos poderes ocultos y maledicentes obraron en su perjuicio. Fuerzas patriotas interceptaron una supuesta correspondencia del general realista Goyeneche, donde constaba que Videla respondía a los españoles. Ante la duda, Belgrano dispuso alejar al obispo de su diócesis. Una rara y extraña mezcla de errores en los datos y en su interpretación, cifraron posteriormente un juicio irresoluble.

El reconocido jurista e historiador Dr. Abelardo Levaggi en su libro “El proceso a Mons. Videla del Pino” demostró los graves vicios que se sustanciaron en el juicio, la falsía de las pruebas y las firmas apócrifas. Con el correlato que el juicio no tuvo condena y que el obispo permaneció toda su vida preso, sin que se le diera un veredicto que sustentara el encierro que fue de por vida. La población salteña recibió la noticia con tristeza y desolación. Numerosos testimonios demuestran el apoyo de la feligresía, más las autoridades que se sucedieron entre 1812 y 1819, no lograron resolver esta inacabable causa ni hacer justicia al reo. Esta documentación probatoria se encuentra en el Volumen 2 de Documentación Archivística edición del Servicio de Publicaciones del Arzobispado de Salta y puesta a consideración del público en fecha reciente en la sede del Arzobispado. Videla reconoció y juró obediencia a la Soberana Asamblea del Año XIII, como posteriormente haría lo propio con el soberano Congreso reunido en la ciudad de Tucumán. Los Diputados por Salta, Boedo y Gorriti, pidieron reiteradamente la devolución del prelado a su diócesis y la resolución de la causa. No fueron escuchados. Así también se le negaron los beneficios de la amnistía que decretara el Congreso de Tucumán. Sistemáticamente se rechazaron todas las peticiones a favor de la amnistía o de la concreción del juicio. Acontecimientos de diversa índole obstruyeron toda gestión liberadora. Los tiempos bélicos signaron su destino final. Hace doscientos años, las tropas realistas avanzaban sobre Salta amenazando Tucumán. Esto ocasionó la clausura de las sesiones del Congreso y su posterior traslado a Buenos Aires. En esta ciudad residiría sus últimos años en los severos claustros del convento de la Merced.

Falleció un 16 de marzo de 1819 a punto de cumplir setenta y nueve años de edad. El director supremo Juan Martín de Pueyrredón se interesó personalmente por las exequias, que tuvieron lugar en el destierro, en el que fue juzgado pero no condenado. Así concluía la vida de quien fue respetuoso de la autoridad constituida pero que no obtuvo justicia de quienes ejercieron sucesivamente el poder en la naciente república. Extremo dolor representó y aún sigue representando para la feligresía salteña que, resultado de la injusticia de su proceso y deceso en Buenos Aires, no se tenga certeza del sitio en que fue sepultado, ni exista una lápida que lo identifique. Cabe rescatar del olvido a nuestro primer prelado, quien vio extinguirse un sistema de dependencia hispana y ubicarse en la encrucijada de la historia que representó la génesis de un sistema nuevo regido por los hijos de la tierra americana.

Es menester perseverar en la búsqueda de sus restos mortales para que el obispo torne a nos, para reivindicación de su figura y acto de justicia para con la historia de Salta y de su diócesis. Los hijos de esta tierra claman conocer la verdad. Es la bicentenaria deuda que tenemos con nuestro primer y desaparecido pastor.

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