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Francia atraviesa una monumental fractura político-cultural. Las elecciones presidenciales del año próximo serán el escenario de una confrontación de dimensiones colosales, cuyas primeras escaramuzas conmueven a la opinión pública. Sus actores principales son el presidente Emmanuel Macron, quien busca su reelección para profundizar una gestión que une reformas económicas de corte liberal, resistidas por los sindicatos, con un progresismo cultural que atrae al electorado de la vieja izquierda, y Marine Le Pen, líder de la derecha nacionalista. La atomización del espectro partidario permite vaticinar que ninguno de los contrincantes triunfará en la primera vuelta.
Los votantes de los candidatos de la centro-derecha tradicional y de las fuerzas de izquierda definirán la contienda en un ballotage cuyo resultado influirá en el futuro de la Unión Europea.
La intensidad del debate se vio multiplicada por un episodio inédito en los últimos sesenta años, que agrega una cuota de incertidumbre al escenario electoral: en una imprevista aparición pública varios miles de oficiales de las Fuerzas Armadas manifestaron en términos duros, desafiantes, su disconformidad con la situación del país y exigieron drásticas rectificaciones en el rumbo político.
El impacto de esas declaraciones, que colocan a sus autores al borde de la insubordinación, llevó al jefe del Ejército, general Francois Lecointre, a anunciar la aplicación de sanciones disciplinarias contra los responsables.
El semanario de ultraderecha "Valeurs Actuelles" publicó una urticante carta abierta dirigida a Macron, a sus ministros y al Parlamento, suscripta según la revista por 2.000 militares en actividad que justifican su anonimato con el argumento de haber "entrado recientemente en la carrera" y no poder reglamentariamente expresarse "a cara descubierta".
Los oficiales firmantes se autodefinen como parte de la "generación de fuego" por su participación en combate en misiones militares en Afganistán, en varios países de África y en la "Operación Centinela", denominación del despliegue militar desarrollado en Francia desde 2015 para prevenir atentados terroristas.
El texto denuncia que "nuestros camaradas dieron su vida para destruir al islamismo al cual ustedes están haciendo concesiones en nuestro país". A raíz de su experiencia profesional en la seguridad interior contra el terrorismo islámico, señala que "entonces vimos con nuestros propios ojos los suburbios abandonados, los arreglos con la delincuencia. Soportamos los intentos de instrumentalización de varias comunidades religiosas para quienes Francia no significa nada: solo un objeto de odio". Su párrafo más polémico advierte: "si estalla una guerra civil, el Ejército, mantendrá el orden en su propio suelo, porque así se le pedirá".
El "establishment" castrense reaccionó enérgicamente contra este acto de rebeldía. El veterano general Henri Bentégeat, ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y asesor militar de los expresidentes Jacques Chirac y Francois Mitterand, señaló que los firmantes de esa carta "están siendo completamente manipulados, probablemente por otros militares pero que están sobre todo politizados, cuando los jefes militares- incluidos los retirados no tienen nada que hacer en el debate político público".
La elite vs. el interior profundo
La tormenta había estallado en realidad tres semanas atrás cuando "Valeurs Actuelles" difundió otro documento, firmado por una veintena de generales y un millar de oficiales en situación de retiro "dispuestos a apoyar políticas que tomen en cuenta la salvaguarda de la Nación".
La declaración, cuyo contenido anticipaba la concepción enunciada en la reciente carta abierta, comenzaba con una afirmación de tono dramático: "La situación es seria, Francia está en riesgo, varios peligros mortales la amenazan. Nosotros que, incluso retirados, seguirnos siendo soldados de Francia, no podemos en las circunstancias actuales, permanecer indiferentes al destino de nuestro hermoso país". La inquietante introducción recalcaba también que "nuestro honor hoy radica en la denuncia de la desintegración que golpea a nuestra Patria".
El texto denunciaba la acción perturbadora de quienes "desprecian nuestro país, sus tradiciones, su cultura y quieren verlo disolverse quitándole su pasado y su historia. Así atacan, a través de estatuas, antiguas glorias militares y civiles".
Atacaba también la "discriminación que, con el islamismo y las hordas suburbanas, lleva al desprendimiento de múltiples parcelas de la nación para transformarlas en territorios sujetos a dogmas contrarios a nuestra constitución". Criticaba asimismo la indolencia gubernamental con los "individuos encubiertos y encapuchados que saquean negocios", mientras "las autoridades utilizan a la policía frente a los chalecos amarillos de Francia que expresan su desesperación". Puntualizaba, por último, que "si no se hace nada, el debilitamiento seguirá extendiéndose inexorablemente en la sociedad, provocando finalmente una explosión y la intervención de nuestros compañeros activos en una peligrosa misión de proteger nuestros valores civilizacionales y salvaguardar a nuestros compatriotas en el territorio nacional".
El pronunciamiento sintetiza las principales preocupaciones de la derecha francesa, desde la alarma por el predominio de la población islámica en los barrios del cinturón parisino, la famosa “banlieue”, adonde no ingresa la policía y sus habitantes se rigen por la Sharia (ley islámica), hasta las protestas de los “chalecos amarillos”, que reclaman por la desatención a la “Francia interior” y el cuestionamiento a figuras emblemáticas de la historia, patentizado en torno de los homenajes a Napoleón Bonaparte al cumplirse el bicentenario de su muerte.
Macron, principal blanco de estos ataques, es una personalidad altamente representativa de la elite gobernante francesa. Como licenciado de Filosofía en la Universidad de Nanterre, con una tesis sobre Hegel, y egresado de la Escuela Nacional de Administración (ENA), la escuela por antonomasia de la clase dirigente, tiene credenciales académicas sobresalientes. Como asesor de la Banca Rothschild, adquirió un vasto sistema de conexiones en el mundo empresario y financiero.
Como militante del Partido Socialista desde los 24 años, aunque con un ropaje tecnocrático y un estilo mucho más pragmático que ideológico, ostenta un ascenso meteórico, que a los 38 años lo eyectó desde el Ministerio de Economía de su predecesor, Francois Hollande, al Palacio del Eliseo. Es el presidente más joven de la República Francesa y el segundo Jefe de Estado más joven desde Napoleón Bonaparte. Su trayectoria personifica al “establishment”.
El conflicto desencadenado en las filas castrenses se inscribe en ese enfrentamiento entre esa elite ilustrada y la Francia profunda. La primera tiene como epicentro a París, una ciudad cosmopolita. La otra Francia, que se extiende por las zonas rurales y los pequeños pueblos, es la base de sustentación de Le Pen, erigida en jefa indiscutida de la oposición. Las encuestas indican que la inmensa mayoría de las Fuerzas Armadas y los organismos de seguridad se inclinan por esa Francia sumergida. El valor cuantitativo de ese apoyo, para nada desdeñable en una elección que se presume muy reñida, es menos relevante que su importancia cualitativa en términos de poder.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico