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El colapso de la idea de una América grande

Viernes, 25 de febrero de 2022 02:29
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Hoy se cumple un nuevo aniversario del natalicio del Libertador de América, un hombre de una clara cosmovisión Sudamericana. San Martín, además de guerrero, estratega y estadista, fue un precursor, que visualizó a la América del Sur como una sola gran nación. Su vida pública fue un continuo bregar por la suerte y la unidad de la América sureña. Todos sus actos estuvieron guiados por este pensamiento.

Las dotes excepcionales de San Martín lo llevaron a considerar y sopesar la situación internacional de la época, relacionando lo geográfico con lo político, económico y estratégico, en el orden regional y mundial, en función del porvenir de Hispanoamérica.

Se comprometió en la libertad de América, y a través de ello salvaguardar su identidad: su cultura, su lengua, sus creencias, para que no fuera una ampliación de Portugal, un protectorado inglés o una colonia francesa. Significaba; además; evitar que la América española cayera en el mismo grado de descomposición política y social que había alcanzado la Madre Patria, destrozada por rivalidades y desenfrenos de su política interna.

La mirada geopolítica del Libertador superó siempre los límites de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

San Martín llevó su bandera emancipadora desde Buenos Aires a Quito, pasando por Santiago y Lima, como dirección estratégica principal, integrada con las líneas de operaciones secundarias de Montevideo, La Paz y Asunción. Bosquejó para la Argentina, como espacio geopolítico, el posteriormente denominado "Cono Sur de América", donde la presencia de nuestra nación debería ser gravitante y rectora.

El Libertador de los Andes aspiraba que, luego de emancipados los pueblos, se generara una nueva dinámica que tomando en cuenta la realidad histórica y al subcontinente como una unidad, se fortalecería la capacidad de acción conjunta, sistematizando en un marco político los principios orientadores de la cooperación para alcanzar un desenvolvimiento integral, en el que se potenciara los recursos humanos y materiales para resolver los problemas socioculturales. Era menester consolidar la solidaridad hispanoamericana y afianzar el sistema republicano, democrático, representativo y liberal.

El 8 de octubre de 1821 escribe en Perú: "Mi pensamiento ha sido dejar puestas las bases sobre las que deben edificar, los que sean llamados al sublime destino de hacer felices a los pueblos". Entendía que la subregión habría de generar intereses recíprocos, que deberían satisfacerse sin fracturas, buscando las grandes metas del desarrollo económico, político y cultural de las sociedades, acorde con las aspiraciones e intereses generales de las mismas.

En su vasto plan continental, intuía que las Provincias del Río de la Plata no podrían proyectar su destino como si los demás países hispanomericanos no existieran, y sin tener en cuenta las grandes transformaciones que se estaban produciendo en los grandes centros del poder desde donde se trazaba y dictaba la política a escala universal.

Se gesta el colapso

A la conclusión de la guerra por la independencia, se consolida la emancipación y se disipa la amenaza exterior que movía la política de España y de Europa. Más, se imponen los intereses localistas y las clases dirigentes en usufructo del poder político, se despreocupan de la "gran causa del continente americano".

Cabe indagar el estado de las noveles naciones latinoamericanas, surgidas de la emancipación por las que tan afanosamente trabajaran los próceres de la Patria. Este interrogante se constituye en una cuestión fundamental, porque fue en ese período posrevolucionario cuando se produjo la divergencia en la trayectoria política y económica de los pueblos.

Al concepto solidario y humanista de integridad hispanomericana se gestan propósitos y objetivos restringidos, de espíritu localista, un separatismo de patria chica, que condujo a la formación de países independientes pero pequeños y débiles. Así se abdicó al ideal sanmartiniano de una gran confederación sudamericana, similar a la norteamericana, capaz de intervenir con autoridad y capacidad en el concierto universal de las naciones.

El sentido histórico de la emancipación había sido concebido en que las partes debían estar en función del todo, destinada a ser un hecho político trascendente a escala universal. Más, a poco de andar la vida independiente, los grandes ideales devienen en localismos y provincialismos carente de la perspectiva internacional.

En tanto, en Estados Unidos y la Europa noratlántica se registra un crecimiento sostenido gracias a su inserción en la industrialización, con economías dinámicas, en oposición, las nuevas naciones latinoamericanas nacidas mediante el triunfo de las armas, y en contraste, registran un progresivo retraimiento. En este tiempo posrevolucionario se gesta y profundiza el crecimiento desigual de América Latina, y se afianza su posición periférica en el continente y en el mundo.

Desde una perspectiva general latinoamericana se produjo un estancamiento económico difícil de superar, uno de cuyos síntomas más evidentes es que en casi todas partes la magnitud del comercio exterior de mediados del siglo XIX no excedía demasiado a la existente en 1810. Sin embargo, la situación general está matizada por significativas asincronías regionales explicables por las características propias de las economías regionales.

Las naciones sudamericanas nacientes determinaron enormes espacios vacíos con comunicaciones terrestres deficientes. Las autonomías consolidaron su aislamiento.

La independencia política estaba consolidada, pero sin un potente andamiaje económico, se instauró otra suerte de dependencia, que lanzó a las repúblicas a andar a destiempo, cuando no a remolque del Viejo Mundo y más tarde de los EEUU.
Los hechos históricos le dieron la razón a San Martín, quien sacó a la América del Sur de su encuadramiento colonial, pero sus contemporáneos no entendieron que había que reemplazarlo por otro que la salvaguardara con efectividad, del imperialismo que subsistió en el mundo como sistema.
Los cuadros dirigentes a quienes el Libertador entregó su ideario, organizaron estados jurídicamente autónomos, pero destinados al subdesarrollo. En los tiempos subsiguientes, todo hecho político o económico estuvo influido, desde el extranjero.

Consolidación de las asimetrías

Al interior de Sudamérica se profundizaron las asimetrías sociales. Los tiempos posrevolucionarios, sumidos en un arcaísmo cultural, consolidaron la perpetuación de la clase gobernante y de sus legisladores, proceso éste imposible de evitar y de revertir. Áreas despobladas con vecinos mayormente analfabetos y un mínimo segmento social ilustrado, ocasionó que estos notables fueran obligadamente señalados para la cobertura de los diversos cargos en las repúblicas, lo que sentó las bases para que la gestión gubernamental recayera siempre en esa representación de elite. Este modelo se perpetuó largamente. Para el Libertador, la libertad y la prosperidad se cifraba en que los pueblos tuvieran cimientos sólidos, es decir estar en posesión del conocimiento. El 28 de enero de 1816 en carta a Tomás Guido le expresa: “Nosotros no somos capaces de constituirnos en nación por nuestros vicios e ignorancia”.

Necesidad de educación

El remedio era la cultura, cuyo enriquecimiento debe tender a satisfacer las necesidades de alta calificación de los recursos humanos a fin de que resulten útiles al proceso productivo; que condiciona al bienestar general; como así también a formar ciudadanos aptos para el desenvolvimiento de las diversas actividades sociales, y obviamente para la plena consecución de los objetivos nacionales.
El mensaje bicentenario sanmartiniano, nos señala que el mejoramiento de nuestros niveles técnico- científico y por consiguiente la posibilidad de un crecimiento productivo está en directa relación con la calidad educativa.
Así también, el progreso de la sociedad está directamente relacionado con la posesión de su clase dirigente de valores culturales y virtudes éticas, basadas en un presupuesto de libertad y autonomía, imprescindible para resistir la presión o intromisión de sectores locales o foráneos en los campos político y económico. 
La educación es el oxígeno para revertir las aspiraciones totalitarias y populistas que se infiltran y mimetizan en el seno de los distintos estamentos que constituyen la Nación.
Si la cosmovisión continental de San Martín, y su pensamiento político hubieran podido sortear las barreras de la incomprensión humana; las ambiciones de los hombres y consecuente disputa por el poder, unido a una lamentable inestabilidad político- institucional y una velada intervención extranjera en los asuntos internos de América del Sur, otra sería nuestra realidad. Quedamos inermes para hacer frente a los grandes desafíos emergentes de las aceleradas transformaciones en el orden internacional.
La misión impuesta por San Martín está inconclusa. De ahí la profunda desazón que se advierte en la mayoría de los países del área, la sensación de haber sido neocolonizados.
A casi dos siglos de finalizada la guerra por la independencia, hay problemáticas que subsisten en nuestro territorio, y en algunos casos compartidas con otras naciones sudamericanas: la calidad educativa es una deuda pendiente, no se evidencia un pleno desarrollo económico, el narcotráfico amenaza el derrumbe de la sociedad, nuevas ideologías de base populista cercenan la posibilidad de crecimiento real, e impiden advertir el camino que se ha de transitar para resolver los problemas.
El Padre de la Patria trabajó incansablemente por lograr la anhelada Independencia. Hoy, es imprescindible que la ciudadanía y su clase dirigente se comprometan en erradicar las nuevas dependencias que frustran el desarrollo político-económico y el crecimiento espiritual. Es menester volver la mirada sobre la educación y desterrar los muchos vicios que corroen a la política. Simplemente, volver la mirada y recuperar el prístino legado sanmartiniano.
 

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