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En estos últimos dos años parecía que en materia sanitaria, social y económica lo habíamos visto todo, luego de aquel 11 marzo de 2020 cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la COVID-19 como pandemia, un momento a partir del cual la vida no volvió a ser la misma prácticamente para ningún país del mundo.
Las primeras medidas fueron las restricciones que dispusieron todos los países sin excepción, con el fin de evitar que el coronavirus se hiciera incontrolable; meses más tarde y mientras los grandes laboratorios trabajaban contrarreloj para fabricar las vacunas llegaron las medidas de flexibilización, que en forma paulatina se fueron adoptando, de acuerdo a la distribución a nivel planetario de las vacunas que fabricaron Rusia, Estados Unidos e Inglaterra.
Pero la semana pasada, cuando parecía que la pandemia ya comenzaba a ser un tema superado, el mundo amaneció con otra noticia tanto o más angustiante que la COVID-19: la invasión de Rusia a su vecina Ucrania.
El inicio de la guerra entre estos dos países ya tiene consecuencias a nivel mundial y Argentina no es la excepción. Más allá del dolor por un conflicto de este tipo, por la pérdida de vidas humanas o el éxodo forzoso de miles de familias, las consecuencias a nivel global serán económicas.
De hecho, a poco de conocerse la invasión, el precio del barril de petróleo superó los US$ 100, registro que no se daba desde hacía siete años.
Al tratarse de dos fuertes productores y exportadores de granos como trigo, maíz o girasol, como lo son también Kazajistán y Rumania, la disminución en la oferta tanto por el conflicto en sí como por las medidas que podrían tomarse en los puertos del Mar Negro disparará los precios de estos productos primarios para repercutir directamente en el precio de los alimentos, que ya registran una marcada inflación luego de la pandemia.
Otra consecuencia directa se verá en el altamente volátil mercado energético, ya que Rusia es un importante productor y exportador de gas que abastece en un 40% el consumo de toda Europa. El gasoducto Nord Stream 1 atraviesa Bielorrusia y Polonia hasta Alemania y otros pasan a través de Ucrania. Como parte de las posibles sanciones, Alemania podría detener el nuevo gasoducto Nord Stream 2.
Por eso se prevé que el gas acusará un efecto alcista en su precio afectándose su disponibilidad a escala mundial, como también el petróleo registrará un impacto al alza cuando Rusia reduzca sus exportaciones a consecuencia del conflicto o cuando se impongan sanciones a Rusia como a quienes adquieran los commodities.
Las consecuencias en Argentina
El secretario de Energía de la nación, Darío Martínez, anticipó de qué manera el conflicto afectaría a Argentina y vaticinó un aumento del precio del gas natural licuado (GNL).
“El conflicto tiene incidencia en materia energética y hará que a nivel global el precio aumente”, precisó al estimar que Argentina necesitará unos 4 mil millones de dólares para adquirir el combustible necesario para el próximo invierno.
Argentina es un país importador y el encarecimiento en el transporte de estos bienes es un factor a tener muy en cuenta. A esto se suma que el país vive un escenario complejo en la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para cerrar el acuerdo por un nuevo programa económico.
En nuestro país los activos de capitales rusos son escasos y las exportaciones desde Argentina que tienen como destino Rusia llegan solo al 1%.
Es por eso que algunos analistas entienden que el conflicto puede presentar alguna oportunidad para nuestro país. Desde el momento en que Europa limitará sus importaciones de energía desde Rusia, necesitará que otros países abastezcan esa demanda; es allí donde podría radicar la oportunidad de países emergentes como el nuestro, a partir de las buenas relaciones que Argentina mantiene con prácticamente todos los países del Viejo Continente y la necesidad de energía que tendrán a mediano y largo plazo.