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1 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Una peligrosa pelea por el poder

Viernes, 06 de mayo de 2022 01:26
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Más allá de lo que vaya a anunciar Cristina Kirchner hoy en Chaco, la realidad es que la fractura del Gobierno nacional es explícita desde hace tiempo, debida a fallas de origen, y avanza desde la deficitaria gobernabilidad exhibida el primer día, aceleradamente, hacia el abismo.

En un sistema parlamentario la caída de un gobierno no necesariamente es catastrófica; en la política argentina, hiperpresidencialista, caudillesca y sin un sentido global de "sociedad" y "nación", la destitución o renuncia de un presidente deviene en desastre.

Desde 1983 las Fuerzas Armadas están recluidas en sus cuarteles, luego de medio siglo de aventuras golpistas irresponsables y trágicas. Pero los gobiernos civiles no han construido una democracia estable y genuina. La salida adelantada de Raúl Alfonsín, acuciado por los carapintadas, por el peronismo y por una mentalidad dominante que no alcanzaba a percibir los cambios del mundo fue un anticipo de los que ocurriría en las tres décadas siguientes. El gobierno de Carlos Menem estabilizó y modernizó la economía, pero no logró sostener una sociedad equitativa. El engendro de la Alianza, la caída de Fernando de la Rúa, el invento electoral de 2003 (que demostró que el peronismo como ideología pasaba a ser una ficción), la deriva hacia un sistema hereditario hegemonizado por la familia Kirchner y el asedio al que fue sometido el gobierno de los CEOs, encabezado por Mauricio Macri conforman un proceso que culmina en un nuevo engendro: el binomio gobernante.

A Alberto y Cristina no los une nada, ni el amor ni el espanto. Son socios circunstanciales y desavenidos en un proyecto de poder, sin objetivos explícitos de gobierno.

La crisis actual era previsible desde el día que se conocieron los nombres de los ministros, hace 29 meses: el presidente no estaba dispuesto a usar su única fortaleza política, simbolizada en "la birome". No fue un gobierno de coalición, sino de concesiones extremas, y debilitantes. Y eso se corroboró en casi todos los movimientos posteriores. Entre los más significativos se pueden señalar dos. El más dañino para la sociedad fue la postergación por ocho meses del ingreso de 15 millones de vacunas Pfizer, por decisión de la vicepresidenta, que privilegió los negocios (geopolíticos, económicos o personales) con el presidente ruso Vladimir Putin. Es incalculable cuántos muertos costaron la ceguera ideológica y la anodina obsecuencia del presidente.

El más evidente, sin embargo, fue el "operativo derrumbe" que siguió a la derrota electoral de 2021. Luego de las PASO, los ministros cristinistas presentaron las renuncias, pero solo se fueron los funcionarios que respondían a Alberto.

A partir de entonces las sobreactuaciones de Máximo Kirchner, las declaraciones de Axel Kicillof y las incursiones mediáticas de Andrés Larroque, en todos los casos, con discursos anacrónicos, trataron de presentar a esa supuesta "izquierda oficialista" como enemiga del Fondo Monetario Internacional. Y tomaron como objetivo al ministro Martín Guzmán. Juegan con la mala memoria. Guzmán llegó recomendado por el economista Joseph Stiglitz, uno de los preferidos de Cristina Kirchner.

Es imposible saber cuál va a ser el desenlace. El desencanto y el descreimiento son nocivos para la democracia. Basta con dar una mirada por nuestra región para entenderlo: el sistema está en crisis y la credibilidad de los líderes es frágil desde México a Tierra del Fuego. Las elecciones presidenciales en Colombia y en Brasil muestran un movimiento pendular similar al que ya mostraron Ecuador, Perú y Chile.

El historiador chileno Fernando Mires escribió, ya en 2007: "La derecha ha tendido a constituirse como derecha económica y no como derecha política. A su vez, la izquierda tiende a constituirse como izquierda ideológica y no como izquierda política. Entre una derecha económica y una izquierda ideológica no solo no hay comunicación dialógica negativa, sino que tampoco se dan relaciones de equivalencias o de mínimas correspondencias".

Esa es la definición de "la grieta". Solo que, en Argentina, la supuesta izquierda K tiene dos urgencias lacerantes: los negocios personales y los procesamientos de las principales figuras.

La fractura en el seno del oficialismo tiene más que ver con el eslogan de "Cristina eterna". Por el actual camino la posibilidad de un triunfo oficialista en 2023 parece esotérica. Por eso, el Instituto Patria intenta hacer creer que Cristina no tiene nada que ver con esto.

La realidad indica otra cosa.

La vicepresidenta no es una recién llegada y sus voceros, tampoco. La crisis social, cada día más profunda, tiene raíces macroeconómicas y nace de la estanflación que se puso en marcha a partir de 2011. La gestión de Axel Kicillof en Economía se coronó con dos derrotas electorales consecutivas, en 2013, que frenó el sueño de un tercer mandato de Cristina, y la de 2015, donde quedó en evidencia la orfandad de liderazgos de esa corriente política.

Tematizar con "la deuda" encierra una falacia: la deuda real nacional merodea los 350.000 millones de dólares, de los cuales solo el 12% es la contraída con el FMI. Y el único recurso que ofrece el Gobierno (en ambas facciones) se sintetiza en "el plan platita".

Pero esta crisis política tiene un agravante: la indolencia de los gobernadores. Es evidente que la prioridad del kirchnerismo está puesta en el potencial electoral y clientelar del conurbano bonaerense. Sin embargo, no se observa en los mandatarios peronistas iniciativa alguna para evitar el colapso ni para defender los intereses del interior. Un acuerdo político en serio los convertiría en árbitros de un enfrentamiento interno que solo puede terminar mal.

La sustentabilidad de Alberto Fernández no está garantizada; la posibilidad de una sucesión de Cristina podría precipitar los acontecimientos (parece improbable que ella quiera tomar la brasa caliente) y el segundo en la línea, Sergio Massa, no ha demostrado en su carrera pública ningún atributo para capitalizar sus éxitos.

El problema no es lo que pase con cada uno de ellos, sino en lo que pase con el país, en lo inmediato y a treinta años vista.

 

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