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Mucha sangre y tinta han corrido en Oriente Próximo durante el último mes, a partir del ataque terrorista de la agrupación palestina islamista Hamas, agenciada por el régimen terrorista fundamentalista de Irán, contra Israel. Muchas imágenes difíciles de procesar y de olvidar. Cientos de civiles asesinados brutalmente. Mujeres raptadas, violadas, jóvenes que estaban en una fiesta fueron sorprendidos y barridos por las balas, menores que dormían en sus casas junto a sus familias, sacados de sus camas, secuestrados, permanecen desaparecidos, muchos niños huérfanos y padres asesinados. Todos ellos eran civiles. El goteo, sin embargo, ha sido continuo, basta ver tan solo los eventos de este año, para ir a lo inmediato y hacerse a una idea de los ataques esporádicos que han tenido lugar en Israel, los muertos y heridos han sido israelíes y extranjeros. Lo que vino después, con la población civil en Gaza, a merced de todos los fuegos, no ha sido menos devastador y doloroso.
Entre tanto, diversas manifestaciones, celebraciones y hasta reivindicaciones de la barbarie han tenido lugar. Lo consideran un acto más de la resistencia palestina frente a Israel. Es ingenuo esperar algo diferente cuando generaciones enteras han crecido adoctrinadas en el fanatismo y el odio, soñando despiertos con la aniquilación de Israel. De ahí el aplauso al accionar de los terroristas y la glorificación del martirio y la barbarie islamista. Palestinos y sus valedores dispersos por el mundo se han resistido a condenar tan abominable masacre y, en cambio, se han mostrado prestos a dar lecciones no solicitadas desde una presunta superioridad moral, embebida de religiosidad sin importar qué tan progresistas y ateos digan ser.
Contradicción de la izquierda
¿Cómo definir y conceptualizar a la izquierda autodenominada progresista, al feminismo o a los colectivos LGBT que han estado respaldando, en nombre de la causa palestina, agrupaciones terroristas de base, fundamento y misión religiosa como Hamas?
Activistas han participado de encuentros y ondeado sus banderas, estandartes y símbolos acompañados de lemas como "Allah loves equality" en manifestaciones donde fueron paralelamente agredidos por militantes encapuchados islamistas habituados al "All hu akbar'".
Una postal patética pero eficiente de la realidad y del mundo en el que vivimos. Aunque la escena no debería sorprender en exceso, algo similar ya se había visto en años anteriores cuando el progresismo occidental osaba arengar y posar al lado de las fotografías de personajes como Che Guevara.
La puesta en escena de Hamas es, sin más, la cristalización del pensamiento y doctrina del líder guerrillero y revolucionario argentino -quien fungió como modelo e inspiración de árabes, africanos, asiáticos y latinoamericanos- cuyo ideario reza: "El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales al ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar".
¿No fue la operación de los islamistas de Hamas una puesta en práctica de aquel manual combinada con su misión extremista religiosa que induce al martirio y a la aniquilación?
Apuesta a todo o nada
Todo vale para la causa, una causa que, cada vez más, genera interrogantes sobre su viabilidad. ¿Necesita el mundo una nueva dictadura islamista? La misión de Hamas prueba que no es un conflicto por tierra únicamente. Es la apuesta al todo o nada, vía la combinación de todas las formas de lucha. El fondo de la cuestión es la conquista religiosa y la dominación territorial "desde el río hasta el océano", es la destrucción de Israel y la aniquilación de un país y de su gente.
El oscurantismo islamista y su probada capacidad de destrucción y de devastación no solo están fuera de discusión sino que ya se sienten en todo el planeta.
El antisemitismo en el mundo hoy luce más desvelado, sin maquillaje, sin matices para confundir, al contrario, tiene más brío y potencia tras la masacre del 7 de octubre. Progresistas en Europa y las Américas han llenado las calles avalando el carácter instrumental del terrorismo, llamándolo ingenuamente (o no) "resistencia".
Coincidieron estos hechos con mi lectura de El naufragio de las civilizaciones, del escritor y prolífico pensador libanés Amin Maalouf quien se ocupa de analizar y explicar aquí diferentes eventos acaecidos durante el siglo XX, de ese lado del mundo, un ensayo notable para entender que los hechos exceden su tierra natal, el Levante, y que las repercusiones y los efectos de derrame en realidad exceden al mundo árabe islámico y se sienten en todo el planeta. Como ya lo había mostrado hace unos años en Identidades asesinas y ahora en El naufragio de las civilizaciones, el autor es explícito y contundente al rechazar las especificidades comunitarias, identitarias y/o religiosas que apuestan al totalitarismo y a destruir y discutir valores fundamentales universales que dignifican la humanidad y la existencia individual.
"En un mundo en el que impera un hervidero identitario todos somos forzosamente unos traidores para alguien, y a veces para todas las partes a la vez (…) La homogeneidad es una quimera costosa y cruel. Se paga un precio muy caro para llegar a ella; y en el supuesto de que alguna vez se alcance, resulta aún más cara (...)
Nunca dejaré de oponerme a la idea de que las poblaciones que tienen lenguas o religiones diferentes harían mejor en vivir separadas entre sí. Nunca me decidiré a admitir que la etnia, la religión o la raza sean cimientos legítimos para edificar naciones (…) ¿Cuántos fracasos lamentables? ¿cuántas carnicerías y 'purificaciones' habrá que presenciar aún antes de que ese enfoque bárbaro de las cuestiones identitarias deje de considerarse normal, realista y 'conforme a la naturaleza humana'?".
Caminos, cerrados
Maalouf dice con firmeza y con franqueza aquello que no admite transigencia y condescendencia alguna. Este autor describe cómo es que el mundo árabe no siempre fue lo que vemos hoy, sino que hubo un tiempo en que países como Líbano y Egipto fueron epicentros de efervescencia cultural y de vida liberal que auguraron el florecimiento, el renacimiento, la transformación y la evolución. Tristemente estos procesos se vieron truncados y fallidos con el pasar de los años. También allá hubo héroes con pies de barro a la usanza peronista y chavista, guardando las proporciones de tiempo y espacio. La contingencia, el personalismo, el liderazgo, el populismo y el protagonismo que mostraron les permitió a esos hombres hacerse con el poder y con un lugar en la Historia, entre tanto, otros nombres fueron olvidados y relegados por su apertura, moderación y visión de modernidad, libertades y democracia al estilo occidental.
La desesperanza y la opción árabe por la autodestrucción, dice Maalouf, se hicieron evidentes en 1967: "Fue el lunes 5 de junio de 1967 cuando nació la desesperación árabe". La Guerra de los Seis Días, con el consecuente fracaso árabe de junio de 1967, marcó, en definitiva, la decadencia y el estado de ánimo tanto de los vencedores, como de los vencidos. Si el poderío árabe fue liquidado y fulminado en menos de una semana, el israelí no ha sabido gestionar y administrar adecuadamente y con magnanimidad su victoria, opina el autor. "Una paz de los valientes solo puede acordarse entre adversarios que se respeten". En consecuencia, "el camino hacia la paz, que ya era estrecho y muy accidentado, está ahora taponado".