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Je suis impertinente ! Una sentencia osada, atrevida. El francés no es mi lengua. No lo escribo, no lo hablo y ni siquiera lo entiendo. Percibí, sin embargo, que esta frase en francés, con aquel adjetivo proveniente del latín, contiene mayor musicalidad, fuerza y contundencia que la exclamación en inglés o en español. Todas estas, desde luego, son apreciaciones que surgieron en el intercambio de una estudiante curiosa con un profesor poco ortodoxo, tras una primera lección de francés, que vino a ser una intensa sesión de spanglish/fragnol en Miami.
Sonreí espetando a mi interlocutor desafiante:
- Bonjour. Oui, je suis impertinente, M. Soleil !
- Et vous ?
- [...]
- Au revoir, professeur !
La impertinencia ronda mi cabeza. Desde siempre. Y, viendo ahora al pasado, fue esta la que me permitió transitar e integrarme en mi Buenos Aires del alma hace más de una década. Después de mi estancia porteña, nada volvió a ser como antes. Impertinente es una de mis palabras preferidas, incluso la he usado a modo de cumplido y, todavía más, probablemente esta sea una característica definitoria de quien soy. Y, si soy impertinente, lo que sigue es un elogio desvelado de la impertinencia. Algo que, desde luego, no captó el traductor de Instagram cuando en días pasados publiqué una fotografía con el texto: Je suis impertinente ! Y, al traducirlo al español, para sorpresa, espanto y escándalo de mis conocidos hispanohablantes arrojó: "íSoy una perra descarada!".
Comenté la traducción de la expresión con un académico, escritor y traductor marroquí quien precisó que en francés impertinente alude a descarado, casi insolente y no a algo/alguien no pertinente, como podría significar en español. «Lo de perra descarada es muy exagerado y no corresponde al significado de la palabra", agregó el profesor Mohamed Abrighach.
Impertinente se escribe y se pronuncia de modo similar en inglés, en español y en francés, pero lo que me interesa es el fondo, su contenido. La impertinencia es a menudo menospreciada, está impregnada y cargada de connotaciones negativas. La mísera definición que se ofrece en estricto sentido no la dignifica.
La impertinencia engloba y contiene mucho más de lo que a simple vista pareciera, por tanto, el sujeto calificado de impertinente es mucho más de aquello que dice la RAE en sus diferentes acepciones cuando (des)califica la acción de aquel que «no viene al caso", "molesta de palabra o de obra", es en exceso «susceptible" y «muestra desagrado por todo", incluso «pide o hace cosas que están fuera de propósito". íNi hablar de los "anteojos con manija, usados por las señoras!" Una acepción en desuso, pero algo más amable añade la "curiosidad, prolijidad y excesivo cuidado".
Algunas definiciones de impertinente, en inglés y en francés, sugieren significados similares para calificar las acciones, las palabras, el lenguaje, los modales y los comportamientos «fuera de propósito", inoportunos, molestos y enfadosos que acusan, de nuevo, la "susceptibilidad excesiva, nacida de un humor desazonado y displicente".
La "no pertenencia"
Se usa impertinente para (des)calificar o describir al insolente, descarado, atrevido, irrespetuoso y hasta grosero, que habla o actúa con descaro, atrevimiento, irreverencia, altanería, presunción, burla, sarcasmo, ironía. El/la impertinente sería un individuo impactante, casual, audaz, insolente y desvergonzado que no se comporta de modo adecuado y formal en momentos y ocasiones determinadas, alguien que "resulta molesto por sus exigencias o peticiones" y que escandaliza por su libertad.
Todo ello, desde luego, va a contramano del decoro, las buenas costumbres, la corrección, la reverente cortesía. íVaya aroma rancio que arrastra un pasado de servidumbre, pleitesía y doblez! Resulta sorprendente que palabras que no tienen una connotación negativa en este contexto la adquieran. Asombra también que las definiciones de las palabras sigan, todavía hoy, cargadas y atravesadas de una moral religiosa y binaria que interpreta qué y quién es bueno y qué o quién es malo en una mirada bastante reducida del mundo y desfasada de la realidad del siglo XXI.
Algún artículo mencionó que impertinente, en un sentido literal, alude a quien no pertenece, ya sea a una ideología, a una religión, a un partido, a un movimiento, a una posición política, etc. En ese sentido, la no pertenencia puede incluso suscitar el resentimiento de aquellos que sí pertenecen y optan por la descalificación de aquel sujeto que por gusto, placer y decisión transita por las orillas o fuera de ellas, designado renegado, provocador, arrogante, insolente e impertinente, como si algo de esto fuera necesariamente negativo o con ello se negara la existencia de un individuo que también puede ser genuino, osado, atrevido y audaz aunque a veces hable con descaro o de manera tan directa que escandaliza a quienes pretenden enarbolar la virtud y representar la decencia.
Es posible romper esquemas y moldes, ser un impertinente en toda regla, elegir no pertenecer y optar por cruzar océanos o transitar desiertos y aventurarse a descubrir mundos desconocidos, con otras lenguas, acentos, culturas, expresiones, melodías. Y, quizá, cuando uno menos lo espera encuentra ese lugar confortable al cual pertenecer, sin por ello dejar de ser impertinente, una tierra de expatriados impertinentes, rica y diversa justamente por ello.
No traicionarse a sí mismo es el mayor acto de impertinencia. Equilibrar el sentir con la razón, asombrarse, apreciar la belleza, rendirse —y qué defina la RAE la o las palabras a usar para la confluencia de pasión, vida, hedonismo y propensión excesiva a los placeres de los sentidos: ¿Vicios? ¡Valga la ironía!—, sin abandonar la capacidad de razonar, deconstruir, dudar y crear. O sea, pensar, imaginar, desear, jugar con las palabras, comunicar de manera efectiva y eficiente, con destreza, indistintamente del idioma o del lenguaje que se use, empleando los recursos precisos, en las dosis justas, sin tacañería y sin miseria, con inteligencia y dando cuenta en las acciones de la avidez y la pasión febril por seducir la vida, la propia y la de otros, y por hacerlo no de cualquier manera o en modo vulgar y corriente.
Las "buenas costumbres"
Decía Shimon Peres, recordado últimamente al cumplirse 100 años de su natalicio, «La gente que no tiene fantasías, no hace cosas fantásticas». ¡Cuánta certeza contiene su sentencia! Es posible que algunos pequemos por exceso pero no por defecto o ausencia de ellas. Las fantasías constatan la existencia, la diferencia y la autenticidad, un pensamiento elevado, ingenioso, desafiante.
A veces encorsetamos la impertinencia, pero, tarde o temprano esta emerge, se impone, se erige y ya no hay marcha atrás. Los principios rectores del Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres del caraqueño Manuel Antonio Carreño, un texto que data del siglo XIX, y que, junto con la Biblia, catecismos y libros religiosos, fungieron de idearios base para la educación de las señoritas en las familias tradicionales colombianas durante el siglo XIX y buena parte del XX, han quedado o van quedando en el pasado y hoy son más una referencia sociológica en una sociedad secularizada tardíamente. En ese sentido, afirma el sociólogo y escritor Gabriel Restrepo: «El Manual se caracterizó por dos cegueras: era agorafóbico, palabra que significa horror a la plaza, y sexofóbico, terror por el sexo. Los espacios y los tópicos de la Urbanidad se limitaron a una cortesía señorera y amanerada en sala y comedor, con el ideario de una mujer hacendosa y dedicada al tejido de mano y a la galantería asexuada de espacios cerrados. Sin cama y sin ágora, una Urbanidad que ha predominado en los imaginarios colectivos hasta el presente, impidió el esfuerzo de pensar una ética pública para dirimir las grandes diferencias sociales asociadas a las pasiones políticas y cerró la posibilidad de crear una ética privada para regular los diferendos surgidos de las relaciones cotidianas en el hogar, en la calle o en los espacios laborales. Esta urbanidad que redujo la ética a la etiqueta y la moral a la moralina, dejó intacto el ethos dominante de la hacienda con la supremacía del patrón macho y la minusvalía de la peonada con todos los rezagos de esclavismo y servidumbre».
El fértil terreno de la impertinencia enseña a jugar con libertad y destreza, con arte, con sentido de la ética y de la estética, implica tomar riesgos y hasta recibir señalamientos por presuntuosos, narcisistas o arrogantes. Pero —entre impertinentes— sabemos que asumimos desafíos y los conquistamos, disfrutamos los procesos porque ponen a prueba nuestra inteligencia. Descubrimos con fascinación que son muchos los caminos que conducen a Roma. Hay competencias que se ganan no por ser el primero en llegar a una meta, cualquiera que esta sea, sino por saber llegar.
Se trata, en últimas, de llevar a su expresión más alta y acabada aquel 'dejáme ser' tan popular en la cosmopolita, hechicera, sensual, tanguera e insolente Buenos Aires, mi escuela para la vida con arte, seducción e impertinencia. Allí pude ser, fui y desde entonces soy. Je suis impertinente !
* Clara Riveros es escritora, analista política y columnista de opinión. Sus libros más recientes: Sexo, pudor y poder. Debates del siglo XXI en el norte de África (Alhulia, 2021) y Autocracia, democracia y constantes vitales en el reino magrebí (Alhulia, 2023).