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En el último cuarto de siglo el populismo de izquierda en América Latina no solo se ha apropiado del concepto "progresismo" sino que lo ha redefinido a partir de sus prácticas opacas y cuestionables. Ha desafiado la transparencia y perseguido a quienes hacen control político desde la oposición.
Además, ha obstaculizado la rendición de cuentas, bloqueado y desprestigiado investigaciones periodísticas que desnudan a los gobernantes ante la opinión pública, incluso descalificando e insultando a los trabajadores de medios y, en el caso de Colombia, a las mujeres periodistas que han sufrido y chocado con el machismo, paternalismo y furia presidencial. El poder político, criminal y mafioso ha convertido esta profesión, la de comunicar e informar, en un oficio de alto riesgo en varios países de la región.
Colombia y Venezuela, a diferentes niveles, viven tiempos recios. El gobierno de Gustavo Petro en Colombia enfrenta una seria crisis de credibilidad y una desaprobación del 58,3 % de desaprobación transcurridos dos años de gestión. Abundan escándalos de corrupción, ya no solo en materia de política interior, sino también en los nombramientos y los casos que comprometen a la familia presidencial. Además, los desaciertos de política exterior han puesto al país en una línea opuesta a su tradición afín a Occidente y a las democracias del mundo. *
El régimen
Entre tanto, en Venezuela, el régimen ha consumado el fraude, acudiendo incluso al terrorismo de Estado. Una vez más impidió deliberadamente la alternancia en el poder en conformidad con la voluntad popular y obstruyó los legítimos derechos de la oposición. La situación es crítica y desoladora. Los gobiernos de Colombia, Brasil y México han desempeñado un rol vergonzoso, más o menos explícito, en respaldo de la dictadura de Nicolás Maduro. No obstante, para Petro y Lula se hizo cada vez más difícil justificar sus posiciones afines a Maduro: por lo mismo han tratado de posar en un punto medio, presuntamente buscando un rol mediador.
El hacer progresista latinoamericano evoca la ficción distópica de 1984. Los principios del Partido (la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza), los mecanismos para su funcionamiento (la mutabilidad del pasado, el "doblepiensa", la "nuevalengua") y hasta el hacer de los ministerios, funcionarios y agentes del Estado que se encargan de temas esenciales como la verdad (falsificar la historia y la realidad), la paz (hacer la guerra), la abundancia (asegurar la miseria y administrar el hambre de esa mayoría excluida y despreciada por el Partido) e incluso el amor (mantener el orden instaurado y reeducar a quienes desafían el poder) nos recuerdan ese mundo orwelliano, inspirado por la realidad de la Unión Soviética de sus tiempos. El líder supremo invade todos los aspectos de la vida de ese pueblo reprimido. Todos cumplen una función y toleran sus condiciones miserables en la creencia de que ahora viven mejor que sus antepasados. Pero lo cierto es que allí reinan la miseria, la pobreza y el atraso. La frustración se disipa en brutales manifestaciones de odio contra el enemigo que viene a ser cualquier disidente, opositor o desertor, todos tachados de criminales.
El lenguaje ha sido transformado y es vital para el triunfo de esos proyectos que propenden a la destrucción del pensamiento crítico. La ortodoxia equivale a no pensar, decía Syme, gestor de la "nuevalengua" en la novela de Orwell. El progreso es el avance hacia el dolor.
El odio, la desigualdad, la falta de libertad, la reescritura de la historia, la guerra perpetua contra el supuesto enemigo externo, la vigilancia y la represión son las condiciones necesarias para la estabilidad del régimen. El poder no es un medio, es el fin en sí mismo.
Populismo
Los gobiernos de izquierda populista en América Latina hicieron del progresismo su bandera, del pueblo y de los pobres su base y, también, su relato. De esta manera exacerbaron la división social a partir de un discurso desfasado y extemporáneo que opone a ricos -denostados como "oligarquías y castas"- y pobres. Han despreciado a las clases medias y eliminado matices y zonas grises en la evolución histórica, política, económica y social de las repúblicas latinoamericanas.
Desigualdad
La presunta lucha política contra la desigualdad incluso se tradujo en mayor pobreza de los ciudadanos, promoviendo, en algunos casos, el éxodo masivo por la ausencia de las condiciones mínimas y básicas para asegurar la subsistencia y la vida.
El desmantelamiento progresista del Estado se ha traducido en el empeoramiento de las condiciones económicas, políticas y de seguridad en diferentes territorios que han terminado cooptados por mafias políticas y por cárteles de narcotraficantes, muchas veces aliados con élites clanes locales. Grupos ilegales han impuesto el terror y sus reglas de juego se han superpuesto al Estado de derecho alterando la vida y la cotidianidad de los ciudadanos.
El progresismo, a la usanza latinoamericana, paradójicamente, hizo de la concentración de poder y riqueza un mecanismo para la preservación del poder. Sus líderes amasaron fortuna a partir del erario, destruyeron la institucionalidad, cambiaron las reglas de juego a su parecer y conveniencia, hicieron del saqueo y el derroche de recursos públicos las formas cotidianas de gestionar los asuntos del Estado. Quienes han ocupado altos cargos en los gobiernos de la región no son precisamente los más capaces, muchas veces se aprecia en las representaciones diplomáticas entre otros cargos del alto gobierno que ni siquiera cuentan con formación profesional o experiencia para ocupar los cargos en los cuales se les designa. Arriban al poder por ser los más leales y fieles al líder supremo que ha devenido en una suerte de mesías y monarca absolutista.
La cleptocracia -el gobierno de los ladrones-, entonces, pasó a ser sinónimo de esta forma de progresismo. El historiador argentino Luis Alberto Romero, explicaba, años atrás, que cleptocracia es un concepto claro y directo que "refiere a un grupo gobernante que utiliza los recursos del Estado para organizar un saqueo sistemático, con el que se llenan las cajas políticas y las privadas, difíciles de distinguir".
Corrupción
La corrupción no es nueva en la historia política latinoamericana. Sin embargo, la gran crítica a la izquierda populista es que su relato y puesta en escena, que les permitieron a muchos líderes acceder al poder, inicialmente por la vía democrática, prometían luchar contra los órdenes establecidos en lo político y en lo económico.
Según ellos, venían a sanear las instituciones atravesadas por las prácticas corruptas y clientelares de sus antecesores, usualmente catalogados a la derecha del espectro político. Pronto quedó evidenciado que se trataba, más bien, de cooptar las instituciones y amasar fortuna. Algunos avanzaron en ese camino con más destreza que otros. Recuérdese, por ejemplo, el lapsus de Nicolás Maduro cuando dijo "los capitalistas roban como nosotros".
* Clara Riveros es politóloga y analista. Es autora de Sexo, pudor y poder. Debates del siglo XXI en el norte de África (Alhulia, 2021) y Autocracia, democracia y constantes vitales en el reino magrebí (Alhulia, 2023).