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En 1977, el grupo de rock progresivo Kansas lanzó su álbum "Punto de no retorno". Su tapa -icónica-, muestra una carabela a punto de traspasar el "punto de no retorno" y de caer por el borde de un mundo plano; un umbral temido por todo navegante en la antigüedad.
La noción de que la Tierra era una esfera -y no plana- se origina en la Grecia antigua y, la idea de navegar hacia la India yendo hacia el oeste, data de los romanos. Colón retoma esa idea y descubre América, aun cuando sus propios marineros temían llegar al "punto de no retorno".
Qué ironía de la historia resulta que, 532 años después, nosotros, descendientes de esos exploradores, nos esforcemos tanto por demostrar que -ahora- la Tierra es plana. Que, 532 años más tarde, todo el continente americano que se encuentra al sur de México pueda estar a punto de caer por ese borde imaginario del mundo -como la carabela- hacia el abismo de la más absoluta irrelevancia; de la pobreza absoluta; de una fragmentación peligrosa y de un autoritarismo sin igual.
Dejo afuera a México adrede. Por un lado, México encarna a la perfección la expresión de "patio trasero" de Estados Unidos y, si bien en ese país se despliega un experimento populista extraño, esto no les quita el sueño a los norteamericanos ni los inquieta demasiado. Además, sobre ambos países pende una "espada de Damocles sostenida por una única crin de caballo". Si, por ejemplo, Estados Unidos decidiera relocalizar su maquila fuera de México, el país del norte se vería inundado de emigrantes mexicanos, desesperados e incontrolables. Así, el único camino lógico para Estados Unidos es seguir sosteniendo la industrialización controlada de México -una industrialización sin sesión de "tecnología profunda"-; mientras siguen haciendo caso omiso a las figuras políticas excéntricas con sus discursos trasnochados. La otra gran "espada de Damocles" que pende, también sobre ambos países, es el narcotráfico. De allí que, a pesar de la diatriba nacionalista, xenófoba y racista de Donald Trump, no creo que Estados Unidos le pueda soltar la mano a México sin enormes consecuencias destructivas para ellos mismos.
Pero, de Guatemala y Belice hacia abajo, es otro panorama. Todo este vastísimo territorio desde estos dos países hacia el sur conforma un enorme subcontinente que temo que pueda estar pasando "al otro lado" del temido "punto de no retorno". Por mucho que duela decirlo, Latinoamérica en particular, y toda esa América -desde Guatemala y Belice, hacia el sur-; conformamos -hace décadas-, un mundo que se cae del mundo. Una periferia que, para colmo de males, adhiere a ideologías rancias de muy variopintos signos y pelajes. "Las naciones no tienen ni amigos permanentes, ni enemigos permanentes, tienen intereses permanentes" dijo Lord Palmerston -ex Primer Ministro del Reino Unido-; lección que varios países sudamericanos no escuchan ni aprenden. Estos alineamientos -en general, también pendulares-, atentan contra cualquier posibilidad de integración real.
Un aspiracional vacío
Un crecimiento económico sostenido requiere de estabilidad duradera. Y, el mejor camino para una estabilidad así podría ser comenzar por la convergencia política, económica e institucional de la subregión; con miras a una integración económica más profunda.
Por desgracia, carecemos de las condiciones necesarias para aspirar a una integración real; menos duradera. Por la absoluta desintegración regional; por los intereses divergentes de cada país; por la corrupción y la penetración profunda en las capas policiales, judiciales, políticas y estatales de bandas de narcotráfico que se mueven a sus anchas en muchos de estos países tanto por los intereses propios de las variadas guerrillas urbanas -conocidas y no tanto- vinculadas a estas bandas, y que también se despliegan en muchos de estos países.
Por la pobreza estructural; por las condiciones educativas, de vivienda y sanitarias calamitosas; y por ser la región más inequitativa del planeta en cuanto a distribución de la riqueza. Esto hace que, como bloque geopolítico, comercial y económico, seamos de poco valor en términos de intercambio. Sí interesamos, en cambio, como lugar estratégico en el tablero de Go (*) que se juega a nivel global; y por nuestras enormes reservas de riquezas naturales.
Petróleo y pesca en gran escala, reservorios de agua dulce y reservas forestales en volúmenes y superficies gigantescas; metales preciosos y "tierras raras", el nuevo oro del siglo XXI. Recursos naturales extraídos de nuestro continente, en muchos caos, a tasas muy por encima de las tasas naturales de reposición. Recursos naturales que valen por su peso en kilos y que nos alejan de la verdadera riqueza que producen las sucesivas revoluciones tecnológicas; que no son más industriales. Lo demostró Raúl Prebisch: "El deterioro de los términos de intercambio implica que, de mantenerse estables los volúmenes exportados (de materias primas), la capacidad de compra de bienes y servicios desde el exterior se verá disminuida con el correr del tiempo".
Así y todo, nosotros seguimos aferrados a la explotación sin límites de estas riquezas no renovables; sean estas de naturaleza minera, agropecuaria, ictícola, forestal, acuífera o, de ahora en más, bajo la forma de las sutiles "energías verdes". Quizás algún día logremos entenderlo; sin desarrollar industrias de valor agregado "aguas arriba" y "aguas abajo" en cada una de las cadenas de valor primarias y secundarias; seguiremos condenando a todo el subcontinente a seguir cayendo por ese borde imaginario del mundo.
Tampoco es posible esta integración por las diferentes visiones geopolíticas que nos sacuden. No es igual la visión de la cruel revolución bolivariana chavista -hoy, quizás, en proceso de declive e implosión o peor, en proceso de una radicalización absoluta si busca sostenerse-; que el proyecto indigenista de Evo Morales, que imagina una suerte de retorno a un improbable Imperio Inca. O esquemas políticos que van desde la afición totalitaria de Bukele en El Salvador a la bestialidad de Ortega y Murillo en Nicaragua; o los estertores de una Cuba en interminable agonía en el Caribe. La imposibilidad de reunir los votos en la OEA requeridos para exigir la publicación de las actas electorales de Venezuela, son la prueba fehaciente de este fracaso regional.
Maduro, otra vez Maduro
En este contexto, vuelve a "ganar las elecciones" Nicolás Maduro en Venezuela. La fuerte convicción de fraude desnuda la fantasía que pretende vestir de democracia a una autocracia cada día más violenta. En lo personal, considero una fantasía peligrosa pensar que se puede derrocar a una dictadura como la que encarna Maduro por medio del voto. No funciona así. También me pregunto cómo se derrota y cómo se termina con una narco-dictadura. Incluso, me pregunto si alguna vez se la supera. Colombia -aún hoy-, sigue a los tumbos sociales, judiciales, económicos y morales.
El fenómeno se espeja en Vladimir Putin en Rusia o, con algún grado de diferenciación, con Modi en India. Se repite en Viktor Orbán en Hungría o en Recep Tayyip Erdo an, en Turquía. Se vislumbra en el intransigente Benjamín Netanyahu en Israel; o en una Estados Unidos que alienta las expectativas de un Donald Trump salvaje y trastornado. El mundo está exaltado y la exaltación produce desmesura. Falta de límites. Vacilaciones en los procesos democráticos, cuando no simple y llana violación de los Derechos Humanos.
En el medio de esta "victoria" surge una pelea entre Milei y Maduro. El primero desconoce -con acierto- los "resultados electorales favorables" anunciados por el narco régimen. El segundo lo invita a un round de boxeo. Sería cómico si no fuera trágico.
En lo local, desconocer a Maduro es "ganancia" al profundizar la grieta con el vetusto y nunca muerto kirchnerismo; aliado al chavismo y a sus horrendas alianzas ideológicas internacionales: Irán, Cuba, Rusia y China. En lo internacional, es colocarnos en posición de baluarte y de resistencia ante la acometida china, rusa e iraní que buscan consolidarse en Sudamérica; dándonos la oportunidad de clamar por la tan necesitada ayuda económica.
Al borde del borde
Pero no nos engañemos. Gustavo Petro; Ortega y Murillo; Hugo Chávez y Nicolás Maduro; Cristina Kirchner y Javier Milei; "Lula" da Silva y Jair Bolsonaro; o el atemorizador Bukele -por mencionar algunos ejemplos paradigmáticos-; sólo son emergentes del vacío y de la grave descomposición social e institucional. Son la parte visible de un problema social profundo que lleva décadas y décadas de fermentación, maceración y podredumbre.
Además, es tan amplia la dispersión de visiones y de aspiraciones contrapuestas como tanta es la diversidad de culturas y la falta de elementos aglutinantes. Una convergencia latinoamericana -o sudamericana- parece una utopía irrealizable. Quizás la idea alguna vez tuvo una posibilidad; hoy no. Suena bonito, pero carece de viabilidad.
Hoy esa aspiración está a punto de caer por el borde del mundo; como la carabela. Como todo este maravilloso y maltratado subcontinente. Ojalá haya tiempo y posibilidades de revertir el curso y de evitar la caída al abismo. Ojalá.
(*) El tablero de Go es un juego estratégico oriental, anterior al ajedrez, donde dos personas compiten con piedras blancas y negras y gana el que logra ocupar más de la mitad del tablero.
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