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La valoración por la independencia es un rasgo central del sistema capitalista que impera en nuestra sociedad. Podría decir que ese principio es la locomotora que nos impulsa a generar dinero, ser productivos y procurar valernos por nosotros mismos.
Vivimos con la ficción de que podemos no depender de nadie. La mala -y buena- noticia es que cada uno de nosotros forma parte de una sociedad interdependiente, que sobrevive precisamente gracias a las relaciones que teje con otros y con el entorno.
Imagen de adulto
¿Podemos abandonar la imagen del adulto sano e independiente como el ideal? Siendo realistas, todos, sin excepción, hemos necesitado, necesitamos y necesitaremos ayuda, apoyo y sostén. Por eso es injusto que necesitar apoyo o ser dependiente resulte tan estigmatizante. Esa idealización de la independencia no solo es irreal, sino también injusta: convierte la dependencia en un estigma, y con ello invisibiliza y desvaloriza a quienes cuidan, casi siempre mujeres.
Se habla de una división sexual del trabajo porque, tanto en el trabajo de cuidado -impago- dentro del hogar, como en los servicios de salud o asistencia remunerados, la mayoría de quienes cuidan son mujeres.
¿Roles?
El sistema necesita un hombre sano, limpio, alimentado y disponible para producir. Ese hombre existe gracias a que alguien cocina sus alimentos, pone la mesa, lava sus platos y su ropa, y cuida a sus hijos. Casi siempre, por no decir siempre, quienes hacen ese trabajo son las mujeres de la casa.
De un tiempo para acá, muchas de esas mujeres también se pretenden independientes y se incorporan al mercado laboral. Ahora bien, ¿quién se ocupa de las tareas de soporte, esas necesarias e ineludibles tareas domésticas que sostienen la vida cotidiana de las familias? Las mujeres. Más allá de las jornadas laborales y los múltiples trabajos que realizan para sostener un cierto estándar de vida -igual que los hombres-, ellas siguen siendo las principales responsables del cuidado. De allí surge la noción de la doble jornada laboral que soportan las mujeres.
Crianzas
Es cierto que cada vez hay más hombres implicados en la crianza y que procuran una distribución más equitativa de las tareas. Todavía son pocos. Los que siguen sin participar, ¿no cuidan porque no pueden o porque no están interesados? Probablemente conozcamos más hombres del segundo tipo. Pero también es cierto que el entramado social y laboral no facilita la participación de los hombres en las tareas de cuidado. Siempre imagino a un padre pidiendo permiso en el trabajo porque tiene que llevar a vacunar a su hijo. Qué raro, es como un cortocircuito en la cabeza. Y la respuesta que imagino del jefe es: "¿Por qué no lo lleva tu mujer (jermu)?"
Cuando vamos los dos a vacunar a nuestra hija, la enfermera se dirige exclusivamente a mí, aunque él sea quien sostiene a la bebé. Se despide con un: "chau, mamá". Al padre, ni el saludo, completamente ignorado.
La maestra no le pasa los reclamos a él cuando va a buscar a nuestra hija, sino que espera a verme a mí para descargar la perorata. Seguimos reproduciendo el mismo molde de sociedad donde solo las mujeres cuidamos.
El trabajo de cuidado que realizan las mujeres en nuestra sociedad es fundamental. Ellas dedican muchas horas y mucho esfuerzo a una tarea que necesitamos para sobrevivir y que debemos valorar y agradecer.
* Directora del Instituto de Estudios Laborales y del Desarrollo Económico, IELDE
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