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Cierre de ciclo lectivo: ¿aprobaron o aprendieron?

Pensar es desarrollar la capacidad de aprender, comprender y crecer en libertad. Y eso se logra estudiando comprensivamente.
Viernes, 12 de diciembre de 2025 01:27
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Llega fin de año en las escuelas y, con él, las calificaciones, los informes de progreso escolar y la ansiedad por los resultados.

Tiempo de exámenes, un momento que debería ser de organización y consolidación, pero que a menudo se convierte en una carrera estresante. La gran paradoja de nuestro sistema educativo es que, muchas veces, separamos el estudiar para aprobar del estudiar para aprender. El resultado: los chicos rinden y a los pocos días olvidan todo. Para millones de familias y estudiantes, la pregunta que domina la conversación es una sola: ¿Aprobó? Mientras que la otra pregunta, la verdaderamente importante, queda relegada a un segundo plano, casi como un murmullo incómodo: ¿Aprendió?

El cerebro no sabe de notas, sabe de conexiones. Cuando el verdadero aprendizaje ocurre, la información entra por los sentidos y desencadena un viaje de mensajes químicos que viajan de neurona en neurona. El cerebro comienza a crear conexiones y circuitos que no solo facilitan el recuerdo, sino que hacen que las habilidades nos salgan cada vez mejor.

Nuestro sistema, obsesionado con las notas, puede bloquear esto; la presión por una buena calificación genera estrés y ansiedad, lo que sofoca la curiosidad, la creatividad y el verdadero deseo de aprender. Las notas terminan siendo la meta final en lugar de una herramienta de diagnóstico. La meta no es el 10, sino reprogramar el sistema para que priorice el aprendizaje sobre la calificación.

¿Cómo llegamos a este punto?

Seamos sinceros: hemos permitido que el sistema se obsesione con el aprobar sobre el aprender. Muchas veces, el objetivo es llegar a una nota, un número, más que lograr una comprensión profunda y duradera. Las notas, que deberían ser una herramienta de diagnóstico, se convierten en la meta final. Esta necesidad de una métrica estandarizada e inmediata es el enemigo de la comprensión profunda. Una calificación puede medir si alguien memorizó la fecha de una batalla, pero jamás si activó realmente el cerebro, si encendió una llama de curiosidad o si puede aplicar ese pensamiento histórico a un conflicto actual. Hemos disociado la calificación del conocimiento.

Y esta trampa se refuerza en la familia. Si la conversación en el hogar gira únicamente en torno al diez o al cuatro, el mensaje es claro: la aprobación es el fin supremo. Si, por el contrario, reforzamos la curiosidad, la perseverancia ante un desafío y el deseo intrínseco de descubrir, el aprendizaje se convierte en una búsqueda auténtica y significativa.

En la escuela, los docentes, atrapados entre contenidos y programas rígidos y la presión por los resultados, tienen la responsabilidad y el poder de cambiar el enfoque. Deben convertirse en facilitadores de la curiosidad, en lugar de ser meros transmisores de datos para la prueba. Deben alentar a los estudiantes a cuestionar, a explorar, y a ver el error no como un castigo, sino como una parada necesaria en el camino del aprendizaje. El verdadero éxito en la educación no debería estar atado a una nota. El éxito se mide en la capacidad de nuestros estudiantes para enfrentar el mundo con herramientas sólidas.

Aprobar no siempre es aprender; es cumplir. A veces aprobar significa responder lo justo y necesario en una prueba para obtener la nota suficiente. Es el arte de la memoria a corto plazo, de la repetición oportuna para satisfacer una métrica. Es un acto de obediencia. El estudiante cumple, pasa de nivel, y al día siguiente, el conocimiento se disipa inexplicablemente.

Aprender es internalizar, es conectar nuevos conocimientos con lo que ya se sabe, es abrir puertas a nuevas maneras de pensar y actuar. Es la comprensión profunda que resiste el paso del tiempo y se transforma en una herramienta para resolver problemas reales de la vida. Si solo estamos preparando a los chicos para un examen, estamos fallando en darles las herramientas para vivir plenamente la experiencia del conocimiento.

Si familias, docentes y directivos estamos dispuestos a alinear nuestros esfuerzos para priorizar el conocimiento profundo sobre el resultado inmediato, crearemos una cultura educativa que premie la mente activa. Debemos transformar los exámenes en una oportunidad de reflexión y autoevaluación, donde el estudiante entienda en qué necesita mejorar, sin el miedo a ser juzgado con una etiqueta definitiva. El verdadero "aprobado" surge inevitablemente del aprendizaje. Debemos invertir el valor: priorizar la curiosidad sobre la conformidad, la pregunta audaz sobre la respuesta correcta.

Al cierre de este ciclo lectivo, preguntémonos: ¿Estamos ayudando a nuestros estudiantes a ser personas que piensen por sí mismas y que deseen aprender? Seamos docentes que impulsen la reflexión crítica, la búsqueda de significado y la exploración activa.

La verdadera educación no busca solo que los estudiantes lleguen al final de un ciclo y pasen de curso, busca que los chicos piensen por sí mismos y exploren el "porqué" de cada concepto, con la mente curiosa, el alma encendida y la certeza de que estudiar es un acto de crecimiento personal.

Devolvamos al aprendizaje su valor intrínseco, impulsando a los estudiantes a cuestionar, indagar y encontrar la utilidad de lo que estudian. El aprobado, entonces, será el testimonio de esa conquista intelectual.

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