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La guerra de Ucrania y la decadencia de Europa

Mientras se desarrollan intensas negociaciones entre Trump y Putin, el conflicto ingresa en una etapa decisiva, cuyo resultado previsible es la profundización de la crisis europea y un replanteo de las relaciones de poder.
Viernes, 05 de diciembre de 2025 01:54
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La propuesta de paz anunciada por Donald Trump para poner fin a la guerra de Ucrania, que la mayoría de los analistas interpretaron que consagraría las principales las pretensiones de Rusia, por lo que cayó como un balde de agua fría sobre el gobierno de Kiev y en la Unión Europea, es el resultado de un diálogo subterráneo mantenido durante meses entre funcionarios de la Casa Blanca y emisarios del Kremlin.

En un artículo cuyas graves revelaciones no merecieron el desmentido de ninguna de las partes involucradas, el londinense" Financial Times" relató las conversaciones iniciales mantenidas en Washington entre Jared Kushner, el influyente yerno de Trump (coautor del plan de pacificación de Gaza), y el emisario ruso KIril Dmitriev, quien puso en antecedentes del tema a Yuri Ushakov, asesor en política exterior de Vladimir Putin.

Esa gestión secreta habilitó una rueda de contactos que incluyó el viaje a Moscú de Steve Witkoff, el delegado de la Casa Blanca para el conflicto de Medio Oriente, para establecer un diálogo directo con Ushakov y analizar el contenido de una propuesta de paz que Estados Unidos pondría a consideración de ambas partes.

En sus encuentros reservados con los funcionarios de la Unión Europea, el Secretario del Ejército de Estados Unidos, Daniel Driscoll, fue enfático y extremadamente elocuente acerca de la urgencia perentoria de aceptar los términos de la propuesta de Trump: "no estamos discutiendo detalles. Necesitamos que esta mierda funcione".

Nadie puede argüir que la iniciativa de Washington haya sido demasiado sorpresiva. Apenas asumido su segundo mandato Trump informó que había conversado telefónicamente con su colega ruso para comenzar las negociaciones bilaterales para terminar con la guerra, sin consultar con el gobierno de Kiev ni con sus socios de la OTAN.

Henry Kissinger debe haber sonreído desde su tumba. En 2017, cuando Trump asumió su primer mandato, el legendario arquitecto de la política exterior estadounidense le recomendó la necesidad de realizar una maniobra similar, pero inversa, a la que había implementado Richard Nixon en 1971 con su viaje a Beijing y su acercamiento con la China de Mao Tse Tung como mecanismo para contrapesar el avance de la Unión Soviética. La sugerencia de Kissinger, que Trump recibió con agrado, era establecer un diálogo amistoso con Rusia para amortiguar el ascenso de China. Desde entonces, las relaciones personales entre Trump y Putin fueron notoriamente amables.

A la inversa, durante el gobierno de Joe Biden la política estadounidense tomó una dirección opuesta. La idea de la "Alianza de las Democracias" implicó un afianzamiento de los vínculos de Washington con Europa Occidental y un correlativo fortalecimiento de la OTAN, en línea con la creación de un muro de contención a los regímenes autoritarios, en particular los imperantes en Beijing, Moscú y Teherán. Por aquel clásico axioma de que "los enemigos de mi enemigo son mis aliados" la estrategia de Biden generó un eje Beijing-Moscú y ayudó a la consolidación de los BRICS, con la inquietante incorporación de Irán.

Para hacer aún más inequívoco el actual viraje de Estados Unidos, Trump embistió contra Zelensky, a quien calificó de "dictador", con el argumento de que había expirado su mandato constitucional y no había convocado a elecciones, una postergación que la administración de Kiev justifica por el estado de guerra impide la realización de comicios.

Esta interpretación, sumada a las conocidas opiniones de Trump de que la invasión rusa había sido una consecuencia de la estrategia de la OTAN de cercar militarmente a Rusia, fundamenta este giro copernicano de la administración estadounidense que llevó a una negociación con Moscú sin la intervención de Kiev.

Si bien los movimientos de Trump pueden resultar inesperados, no se trata de una estrategia improvisada. Antes de las elecciones presidenciales de 2024, Steve Cheung, entonces vocero oficial del candidato republicano, resaltó que "la guerra entre Rusia y Ucrania nunca hubiera ocurrido si Donald Trump hubiera sido presidente" y subrayó que "Trump declaró en repetidas ocasiones que una de las principales prioridades de su segundo mandato será negociar rápidamente el fin de la guerra".

Simultáneamente, el general retirado Keith Kellogg y Fred Fleitz, los dos principales asesores de Trump materia de seguridad, presentaron un plan para poner fin a la guerra, cuyo balance tendía a favorecer a Moscú. En lo esencial, la iniciativa implicaba notificar a Zelensky que la continuidad del respaldo económico y militar estadounidense estaría subordinado a la aceptación de entablar negociaciones de paz y que cualquier negativa a esa exigencia llevaría al retiro de esa ayuda.

Según la propuesta, Rusia y Ucrania acordarían un cese de fuego basado en la línea de batalla existente al inicio de las negociaciones. Las tropas rusas permanecerían en control del territorio que sus tropas habían ocupado durante la guerra. La iniciativa incluía el compromiso occidental de postergar indefinidamente el ingreso de Ucrania a la OTAN, pero a la vez otorgaba a Ucrania garantías especiales de seguridad.

La difusión de ese documento permitió al comando electoral demócrata resucitar las viejas acusaciones sobre la "conexión rusa" de Trump, ya utilizadas en la batalla presidencial de 2016, cuando los "hackers" rusos ingresaron en la computadora personal de Hillary Clinton y difundieron unos 12.000 correos electrónicos que entre otras cosas revelaban ciertas vinculaciones entre la candidata y algunas influyentes personalidades de Wall Street.

En ese intrincado tramado de relaciones jugaron un papel relevante los estrechos lazos que, con anterioridad, calificados líderes de la comunidad evangélica estadounidense que apoyaban al candidato republicano habían establecido con Putin a través de la Iglesia Ortodoxa Rusa, a la que el zar del Kremlin devolvió la influencia perdida durante la era comunista.

En 2017, en el comienzo de la "era Trump", en el Desayuno Nacional de Oración, organizado por la cofradía evangélica en Washington, participó Alexander Torshin, un personaje allegado a Putin y artífice de esa alianza entre el mandatario ruso y la Iglesia Ortodoxa.

En ese contexto, misteriosos trascendidos periodísticos empezaron a dar cuenta de la supuesta intención de Trump de promover el reemplazo de Zelensky por el general Valery Zaluzhny, ex comandante de las fuerzas ucranianas al momento de la invasión que fue destituido el año pasado por diferencias con Zelensky y enviado como embajador en Londres. Zaluzhny tiene una elevada popularidad. Según una encuesta difundida por "The Economist", en una eventual elección podría obtener un 65% de los votos contra un 35% de Zelensky.

Esa supuesta maniobra se vio ahora potenciada por las denuncias de corrupción contra allegados de Zelensky, que culminaron con la dimisión de Andriy Yermak, que estaba a cargo de las negociaciones con Estados Unidos, producida cuando personal de la Agencia Anticorrupción y la Fiscalía Especial Anticorrupción allanaron su domicilio en búsqueda de pruebas incriminatorias de un escándalo por sobornos de más de cien millones dólares que ya provocó la destitución de varios altos funcionarios.

La Unión Europea queda prisionera de un dilema estratégico. Su prestigio internacional está jugado en defensa de Zelensky y en contra de Putin pero el gobierno estadounidense ya dio señales inequívocas de que su opinión no será tomada en cuenta. El discurso del vicepresidente JD Vance en la conferencia de Munich, donde señaló que la crisis europea obedecía al abandono de los valores occidentales, abrió una discusión de fondo sobre las relaciones de la Unión Europea con Washington.

En este nuevo escenario, Trump impulsa la construcción de un nuevo equilibrio de poderes que preserve el liderazgo estadounidense. En esa reformulación el "atlantismo", y por ende la misma OTAN, deja de ser una prioridad estratégica para Estados Unidos. China y Rusia están destinados a ocupar un rol más significativo que Europa Occidental, forzada a reducir su histórico protagonismo. En ese panorama, Ucrania es sólo una pieza en el tablero.

 

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