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El 3 de junio de 2015, salimos a la calle con un grito que nos atravesó el cuerpo: Ni una menos, no era solo una consigna, era un pedido desesperado, una alerta, un ritual colectivo de duelo y rabia.
Desde entonces, cada año contamos las ausencias como quien lleva un registro del horror: son miles las que ya no están, algunas tenían nombre en los diarios, otras ni siquiera eso. Pero todas fueron asesinadas por una misma estructura patriarcal.
Hoy duele escribirlo, porque una década después, el grito sigue intacto, porque no cesó la violencia, cambiaron gobiernos, pero no cambió la realidad en las vidas de las mujeres y disidencias. Nos siguen matando. Nos siguen desapareciendo.
El Estado, que debería ser garante de nuestras vidas, hoy nos agrede, en un contexto de ajuste, odio institucional y retrocesos brutales en políticas de género, el mensaje es claro: ¿nuestras vidas valen menos? o directamente, ¿no valen? Ni una menos fue un punto de partida. Y sigue siendo un grito de lucha: mientras una sola de nosotras esté en peligro, ninguna estará a salvo. Por eso seguimos gritando: íPorque vivas y libres nos queremos!
Y seguimos, acá estamos una década después, en continua lucha. Nos organizamos en redes de apoyo, sostenemos ollas, refugios, cuerpos y memorias, nos cuidamos entre nosotras porque "una Vida sin Violencia es posible".