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No hay cultivos de soja en la Puna, ni viñedos en Anta, ni caña de azúcar o tabaco en el Valle Calchaquí. Esta simple verdad no es casualidad, sino causalidad. ¿Por qué? Porque la configuración geológica del edificio andino condiciona los pisos agroecológicos.
La tectónica y el clima son los responsables de la distribución de unidades morfotectónicas y éstas en base a su altitud sobre el nivel del mar, anatomía interna, precipitaciones pluviales y otros parámetros meteorológicos condicionan la flora y los cultivos.
El edificio andino es producto de la subducción de la placa oceánica de Nazca por debajo de la placa continental americana. A la latitud del norte argentino, esa subducción o inclinación de la losa oceánica por debajo del continente es de 30 grados. Ese ángulo de subducción hace que la placa alcance la temperatura de 1.200° C y se funda. Al fundirse se elevan los magmas a la superficie para formar volcanes que estallan a lo largo del eje andino. El calentamiento deforma la corteza y eleva las montañas al oriente para dar una cordillera tectónica que es paralela a la Cordillera Volcánica Principal.
Puna, valles y selva
Entre ambas cadenas, la volcánica a occidente y la tectónica al oriente se extiende la Puna Argentina y su continuación septentrional, el Altiplano de Bolivia. El empuje de los Andes hacia oriente va formando fosas tectónicas a las cuales se las llama valles, entre ellos el Valle Calchaquí, el Valle de Lerma y el Valle de Siancas, o sensu stricto, Cianca.
Los pisos de esos valles, tomando la misma latitud, descienden desde 3.000 m en La Poma, a 1.200 m en la ciudad de Salta hasta los 700 m en General Güemes. Son peldaños de la escalera tectónica andina entre la llanura chaqueña a menos de 400 m sobre el nivel del mar hasta alcanzar la Puna a más de 4.000 m sobre el nivel del mar. En esa franja la relación de la atmósfera con la geosfera, condiciona a la biosfera y a la hidrosfera. La posición norte-sur del edificio andino hace de pantalla a los vientos húmedos del atlántico que descargan gradualmente sobre la cara oriental de los Andes. Así se logran precipitaciones extremas que van desde 6.000 milímetros en los Yungas de Bolivia hasta 3.000 mm en las laderas orientales del Aconquija en Tucumán. Lo cual viene acompañado de una flora exuberante en esas regiones.
Las temperaturas se elevan en función de la latitud y la altura sobre el nivel del mar alcanzándose el "Polo de Calor" de la América del Sur en el Chaco salteño (Rivadavia) y extremos fríos en la Puna Argentina por debajo de los 30° bajo cero. Precipitaciones, temperatura y latitud hacen que Salta tenga la única selva tropical de la República Argentina. Con una flora magnífica de la provincia fitogeográfica de "Selva Tucumana-Oranense-Boliviana". Y como ejemplo se cuenta con el Parque Nacional Baritú con su profusión de epífitas, helechos arborescentes y grandes árboles, plantaciones de frutas tropicales en la región y una riquísima avifauna, además de reptiles, mamíferos, anfibios, peces e insectos.
Del hielo al fuego
Los antiguos viajeros que cruzaban desde la Puna a Orán llamaban la atención sobre cómo se bajaba desde "el hielo al fuego". Y señalaban que Salta tenía esa singularidad de atravesar en su geografía desde los altos volcanes cordilleranos en el más árido desierto hasta las selvas tropicales del este y luego perderse en la gran llanura chaqueña abrazada por los ríos Pilcomayo, Bermejo y Juramento.
La elevación de los Andes se compensa con el hundimiento de la llanura chaqueña. A eso se le llama isostasia, una palabra griega que significa "igual equilibrio". Si algo en la corteza se levanta, se compensa isostáticamente con algo que se hunde. Así los Andes están creciendo en la vertical, empujando lateralmente hacia el este para formar los valles y finalmente la corteza se hunde en la llanura. Como los platos de una gran balanza metafórica. Y dicho de la manera más simple vemos cómo, detrás de estos mecanismos corticales, producto de las placas tectónicas, se van a formar todos esos pisos ecológicos sobre los cuales se asienta la actividad productiva de la región.
Desde el corazón metalífero de la Puna hasta los pliegues suaves con reservorios de hidrocarburos de las Sierras Subandinas. Donde aún se conservan estructuras potenciales para extraer recursos hidrocarburíferos convencionales y también los no convencionales a partir de las viejas rocas madre del Devónico y del Cretácico, como es el caso de las formaciones Los Monos y Yacoraite.
Todo ello forma parte de la compleja anatomía del edifico andino, que da lugar a un extraordinario mosaico de eco-regiones que van desde desiertos absolutos con "paisajes marcianos" y "paisajes lunares" en la Puna hasta selvas tropicales y subtropicales en el oriente salteño. Donde tienen cabida los más diversos cultivos.
Desde la soja de la llanura chaqueña, pasando por la caña de azúcar del Valle de Siancas, el tabaco del Valle de Lerma, los viñedos y especias del Valle Calchaquí, hasta alcanzar la aridez de la Puna. Allí mismo, en las alturas andinas, se cumple la premisa de "suelo pobre, subsuelo rico"; todo lo contrario a lo que ocurre en los suelos pampeanos de la región núcleo de Argentina donde a la riqueza del suelo se contrapone la pobreza del subsuelo.
Tierra de coca y cañaverales
Los viajeros decimonónicos se mostraron sorprendidos de la feracidad de los valles orientales de Salta cuando avanzaban hacia la ciudad siguiendo el viejo camino de postas que unía Buenos Aires con Potosí. Un tema recurrente de esos viajeros fue señalar la presencia en el actual Valle de Siancas, en las comarcas de Campo Santo, Betania y El Bordo, de grandes plantaciones de coca, caña de azúcar y chirimoyas.
El valle caliente de Siancas difería del valle templado de la ciudad de Salta, donde además se enfrentaban a los pantanos palúdicos que enfermaban a los viajeros con el chucho. No hay viajero que no se haya quejado entonces de la insalubridad de las charcas y los tagaretes del ejido urbano salteño.
El ingenio San Isidro, instalado en las últimas décadas del siglo XVIII, era un importante lugar de paso. Muchos viajeros recalaban allí y dejaban sus impresiones al relatar sus memorias. Víctor Martín de Moussy (1810-1869) fue un sabio francés contratado por Justo José de Urquiza para estudiar la Confederación Argentina. Llegó al país junto a otros franceses como Augusto Bravard (1803-1861) que fallecería en el terremoto de Mendoza de 1861 y Alfred Marbais Du Gratty (1823-1891) quien mantuvo estrecho contacto con el salteño Casiano Goytia (1811-1882).
Vale mencionar que Goytia, junto a los salteños Juan Martín Leguizamón (1833-1881) y Mariano Zorreguieta (1830-1893), este último antepasado de la reina Máxima de Holanda, juntaron sus escritos sobre límites de Salta y otros apuntes históricos y publicaron el primer libro que salió impreso en Salta. Hasta entonces todas las publicaciones eran del tipo folletería.
Martín de Moussy vino a Salta en la década de 1850 e hizo referencia a las plantaciones de coca, caña de azúcar y frutas tropicales en la región de Campo Santo. En 1871 Domingo F. Sarmiento organizó la Exposición Nacional en Córdoba y allí Salta obtuvo una medalla por sus cultivos de coca y caña de azúcar. Otra medalla la obtiene doña Ascensión Isasmendi de Dávalos (1831-1910) por sus vinos de Colomé. Esta última se conserva en la sección numismática del Cabildo Histórico de Salta. También se premiaron las colecciones minerales salteñas.
El sabio alemán Germán Burmeister (1807-1892) ya había alabado a los vinos de Salta como los mejores del país en su tiempo. El tema que llama la atención es la presencia de esos extensos cocales que tenían como fin proveer de la hoja de coca a los trabajadores del ingenio. Miles de indígenas del Chaco y ciudadanos bolivianos venían a la zafra de la caña de azúcar durante el siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Uno de los tantos viajeros, el ornitólogo inglés Ernest William White (1858-1884) señala que al menos un cuarto de la cosecha de caña era consumido por los trabajadores que la masticaban como una golosina.
La chirimoya
El ex presidente de Bolivia, Evo Morales, vino de niño a trabajar a la zafra de Salta. El viajero italiano Paolo Mantegazza (1831-1910) llamó la atención sobre la chirimoya a la cual describe como la fruta más deliciosa del mundo. Su juicio es importante ya que como médico se dedicaba a la fisiología del placer. Además, centró su atención sobre la hoja de coca y estudió sus beneficios médicos. Información que compartió con su amigo Sigmund Freud. Su descripción del ingreso a Salta por El Portezuelo es una bella imagen de la ciudad a mediados del siglo XIX. Hace referencia a las montañas glaciadas del oeste del Valle de Lerma y a los llamados "collas hieleros" que bajaban hielo de los cerros, envuelto en paja y a lomo de animales, para su uso en las casas y mercados de la ciudad antes de la existencia de las heladeras.
Mantegazza se casó con la joven salteña Jacoba Tejada y alcanzó fama internacional en Italia. La clasificación del gato andino "Felis (Leo) jacobita" fue un homenaje a su esposa. Los cocales fueron erradicados completamente y los hielos de las montañas desaparecieron. Sin embargo, conforman una postal de la vieja Salta que descubrimos a través de los ojos de los viajeros que nos visitaron y que dejaron sus impresiones en relatos, libros y memorias.