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El pánico autoritario

Jueves, 13 de agosto de 2020 00:00

Todo aquello que sea diverso al pensamiento único uniforme no se acepta, se bloquea, se silencia, se disciplina.

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Todo aquello que sea diverso al pensamiento único uniforme no se acepta, se bloquea, se silencia, se disciplina.

No pueden aceptarse voces diferentes, disidentes con el pensamiento único y hegemónico que impera desde el poder, el poder de los gobiernos, el poder de los medios de comunicación, el poder de las redes sociales.

La cultura del pensamiento único es la cultura de la no convivencia con el otro, el otro por ser otro es diferente, distinto. Es una cultura narcisista, donde solo se acepta lo igual y se descarta lo diferente. Es una expresión del "thanatos", y no del "eros"; es una cultura que divide, que no une.

En cambio la cultura de la aceptación de la diferencia se basa en construir una sociedad donde lo diferente tiene valor, donde tiene lugar la unidad en la diversidad; en cambio la cultura del pensamiento único implica uniformidad y en esta uniformidad no puede haber unidad desde que no hay diversidad.

De la sutileza a la brutalidad

Expresiones de la cultura del pensamiento único hay muchas, desde formas más severas a formas más leves, si pudiera hablarse de levedad cuando lo que se aniquila, se destruye es una persona. Así es que esta cultura del pensamiento único es propia de sociedades autoritarias, totalitarias, vigiladas, discriminadoras.

A los disidentes con el régimen político imperante, a los adversarios políticos no se los respeta, se los silencia para que su voz diferente no sea escuchada.

A los periodistas críticos se los persigue, se los denuncia, se los censura.

Es la cultura de la censura que se ejerce sobre los medios de prensa y a los periodistas que critican el accionar de un gobierno. Es la cultura del disciplinamiento del diferente.

Podríamos preguntarnos por qué no se acepta lo diferente. La respuesta es el miedo, miedo en el erróneo convencimiento que el diferente hace peligrar la propia esencia, la propia existencia. Esto no es así, lejos de ello, el diferente, lo diverso, enriquece. Es una cultura que aniquila al otro diferente, es destructiva con el otro pero es a la vez autodestructiva porque destruye la riqueza que aporta lo diverso.

Es en una cultura democrática donde hay lugar para lo diferente, lo diverso, lo distinto.

Las sociedades autoritarias aniquilan lo diferente, los populismos sean de derecha o de izquierda al enarbolar el pensamiento único cancelan el debate, el diálogo, la mediación y la conciliación.

En la mediación hay un tercero imparcial que interviene a los fines que las partes involucradas en un conflicto lleguen a un acuerdo que satisfaga las pretensiones legítimas de ambas partes, donde no hay vencedores ni vencidos.

La cultura del pensamiento único es triunfalista ya que el pensamiento único se impone y triunfa frente a un diferente que queda aniquilado, es lo opuesto a la cultura de la paz.

La justicia, el poder judicial debe propender a los acuerdos entre partes y la justicia penal a una justicia restaurativa, reparadora, que vaya abriéndose camino cada vez más ancho en medio de la vigente justicia retributiva que es vindicativa preponderantemente, y aparece como la única forma imperante de justicia penal.

Fundamentalismos

Recientemente, el gobierno autoritario de Erdogan, en Turquía, ha convertido por decreto la basílica de Santa Sofía de Estambul en mezquita, ya que cada vez hay menos lugar para lo diferente, cada vez hay menos lugar para la libertad, y entre sus expresiones la libertad de culto.

Erdogan ha tomado un edificio de la cristiandad y lo transforma en un edificio del islam. ¿Qué pasará con el bello ícono de Cristo bajo la versión del Pantocrator de su interior? No es difícil imaginar, será suprimido.

Este hecho es expresión de la cultura de pensamiento único pero también lo es cuando los españoles convirtieron en el siglo XIII la mezquita de Córdoba en catedral católica y así continúa hasta la actualidad.

Santa Sofía no funcionaba como iglesia para el culto sino como museo, pero resultaba alentador observar la convivencia pacífica de la mezquita de Sultanahmet, más conocida como la mezquita azul con sus seis minaretes al lado de la Basílica de Santa Sofía, expresiones de distinto credo: el islam y el cristianismo.

La cultura de la crueldad

La cultura del pensamiento único es una cultura de la crueldad.

Manifestaciones de esta cultura son: la construcción de templos católicos sobre los templos incaicos, el exterminio de los judíos a manos de los nazis, las vejaciones en la cárcel de Guantánamo, los desaparecidos de las dictaduras militares latinoamericanas, el racismo, la homofobia, la transfobia, el patriarcado, pero también lo son los escraches en las redes sociales, los linchamientos mediáticos, los boicots digitales, censuras a cuentas de twitter por parte del progresismo de izquierda, expresiones todas estas de una pseudo justicia instantánea, es lo que se conoce como cultura de la cancelación.

El pensamiento único atenta contra la libertad, contra la libertad de pensamiento, es una cultura de dominación que se opone a la inclusión, es la exclusión misma

Es una cultura del silenciamiento y disciplinamiento del que piensa diferente, donde se busca extinguir sus discursos, su palabra. Es antidemocrática.

Esta cultura es la que sienta la doctrina del enemigo, donde el otro es el enemigo a destruir. 

Recordemos aquí el derecho penal del enemigo caracterizado por la reducción de las garantías fundamentales, un marcado rigor punitivo y una incompatiblidad con el estado constitucional de derecho; el derecho penal del enemigo encuentra sustento en el estado de excepción.

Recordemos la célebre frase de Perón de “para el amigo todo, para el enemigo ni justicia”; y también la doctrina de la seguridad nacional que era la doctrina del enemigo interno.

“Enemigo del pueblo”

Y cómo no mencionar aquí la famosa obra del escritor noruego Henrik Ibsen “Un enemigo del pueblo” de fines del siglo XIX y sin embargo absolutamente de gran actualidad.

En dicha obra, el médico Thomas Stockmann vive en una ciudad cuyo balneario es la principal atracción turística y motor de la economía. El doctor Thomas descubre que las aguas del balneario están contaminadas. A partir de ahí se propone advertir a los demás de este peligro, pero dicha decisión de decir la verdad lo enfrenta a los poderosos de la ciudad, a los medios de comunicación funcionales al poder y a los pobladores. Todos confabularán para hacerle la vida imposible a Stockmann y su familia, llegando a ponerlos en riesgo.

La obra de teatro de Ibsen muestra como intereses particulares se enmascaran bajo la noción de “bien común” y a una opinión pública a la cual se la manipula descaradamente porque carece de un pensamiento crítico.

Es muy claro que este COVID-19 está haciendo girar aceleradamente las sociedades hacia la cultura del pensamiento único, hacia el autoritarismo y es lo que hay que evitar a toda costa porque implica perder la libertad en todas sus expresiones y entonces ya no tendrá ningún sentido entonar el himno nacional que dice en sus estrofas iniciales “Oíd mortales el grito sagrado: Libertad, libertad, libertad”.

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