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5 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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A 45 años del atroz cuádruple crimen cometido por un jornalero en El Chamical

Una beba fue la única sobreviviente de la masacre a escopetazos y puñaladas que tuvo como víctima a su familia. El homicida, Martín Vera, de 18 años mató a dos hombres, una mujer, un niño y seis perros.
Miércoles, 05 de julio de 2023 16:35

Recientemente se cumplieron 45 años de la masacre de una familia casi completa en la pequeña localidad de El Chamical, en el agreste y solitario paraje Huayco Hondo, más precisamente en la finca Abra La Montaña, a 42 kilómetros de la ciudad de Salta.

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Recientemente se cumplieron 45 años de la masacre de una familia casi completa en la pequeña localidad de El Chamical, en el agreste y solitario paraje Huayco Hondo, más precisamente en la finca Abra La Montaña, a 42 kilómetros de la ciudad de Salta.

Se trata de uno de los crímenes más impactantes de la historia policial salteña. El múltiple crimen de familia Burgos conmocionó al país.

Eran las cuatro de la tarde del martes 13 de junio de 1978, cuando Martín Vera, un jornalero de 18 años, se encontraba bajo los efectos de bebidas alcohólicas y portaba una escopeta calibre 16 con seis cartuchos. En determinado momento pasó por el puesto de una familia de la zona, los Burgos, quienes se dedicaban a la crianza de ganado vacuno. En cuestión de segundos se desató una discusión que terminó de la peor manera: Vera acribilló y apuñaló a Agustín Burgos (59), luego a su esposa Tomasa Ramos (24), al padre de la mujer: Antonio Tomás Ramos (75) y finalmente ultimó a Benjamín, de tan solo cuatro años, hijo de Tomasa. El despiadado asesino se dio velozmente a la fuga.

Ese día, Antonio había ido a visitar a su hija ya que vivía en un paraje cercano, La Troja. Había llegado con dos caballos y les había llevado frutas y verduras.

Martín Vera, el jornalero de 18 años que confesó el brutal crimen de la familia.

Dos días después, una joven, Carmen Farfán (19), sobrina de Agustín recorrió a caballo durante una hora el camino desde su casa hasta el puesto de sus familiares como lo hacía de costumbre. Pero ese día algo le resultó extraño: su sobrino Benjamin no acudió corriendo para saludarla, entre risas, como siempre lo hacía. En una mesa, una taza estaba servida y también había un queso secándose a la sombra de árboles cercanos. Eso le pareció raro. Sin embargo, siguió caminando nerviosa. De pronto, se encontró con una escena dantesca: en aquel lugar paradisíaco, verde, rodeado de cerros y árboles originarios, a unos 200 metros de la humilde y precaria vivienda de adobe, los seis perros de la familia estaban muertos a tiros.

Carmen caminó unos pasos y halló tirado el cuerpo de su tío Agustín, en medio de un charco de sangre, con heridas de bala y varias puñaladas en el estómago. Estaba prácticamente eviscerado. Más adelante, a unos 50 metros de la casa, estaba el cadáver de don Antonio Tomás Ramos, con heridas similares. Carmen tembló y desesperada se preguntaba dónde estaba el resto de la familia, es decir, su tía y sus sobrinos.

La angustia se hacía cada vez más grande y la joven se armó de valor, caminó unos pasos más y cerca de una cocina improvisada con troncos, se encontraba Benjamín, su sobrino con el cráneo totalmente destrozado, producto de un hachazo en la parte posterior de la cabeza. El cuadro era desolador.

Tras la puerta de la humilde vivienda, descubrió el cuarto cadáver, era la madre del niño, Tomasa Ramos. Había sido golpeada brutalmente en la cabeza y extremidades. En cercanías a su cuerpo estaban sus dientes. Le habían asestado golpes en la boca.

Todas murieron del mismo modo y era evidente que, incluso el niño, trataron de defenderse de su agresor. Presentaban heridas defensivas.

Felipa, en su cuna sana y salva

Carmen buscó desesperada a Felipa, su otra sobrina, una beba de tan solo 11 meses, hija de Tomasa y Agustín. Y para su asombro y consuelo, la encontró en su cuna, sana y salva, pese a que ya habían pasado dos días en los que no recibió atención de nadie, ni alimento. Milagrosamente era la única sobreviviente de la masacre. Tal vez porque el despiadado asesino no llegó a percatarse de su presencia. La joven tomó a la beba entre su brazos y salió corriendo desesperada en busca de ayuda. Se refugió en su casa con la pequeña.

En principio el paradero del cruel homicida era un verdadero enigma y nada se sabía sobre él. La zona donde ocurrió el cuádruple crimen era inhóspita, de muy difícil acceso y propicia para esconderse. Para llegar había que recorrer sendas de una montaña con tupida vegetación. El mensaje de alerta de Carmen se trasladó hasta el destacamento policial de El Chamical, que estaba a cargo de un cabo de apellido Aramayo.

Una comisión policial de siete efectivos a caballo, especializado en desplazamientos por montañas, acompañados por dos baqueanos partió desde El Chamical hacia Huayco Hondo. Tardaron unas 48 horas hasta llegar. Recorrieron un total de 15 kilómetros. Atravezaron una zona de gran altura, abrupta y montuosa y soportaron el frío extremo y una densa neblina. Arribaron ese sábado pasadas las 17 y constataron el cuádruple homicidio.

En la escena del crimen, los policías hallaron un hacha con rastros de sangre y un frasco roto, en el que aparentemente se guardaba dinero. Además faltaban animales como caballos e instrumentos musicales, propiedad de Burgos. Procedieron al levantamiento de los cuerpos y los cargaron en mula hasta el puesto policial. Fueron trasladados a la morgue del hospital San Bernardo de la capital salteña.

Los lugareños le contaron en esa oportunidad a El Tribuno, que sentían miedo al pensar que criminales despiadados andaban sueltos por ahí.

Por las características del lugar fue muy complicado realizar el rastrillaje. La búsqueda de él o los criminales fue intensa y en su transcurso hubo varios detenidos, al menos unos 10, quienes fueron alojados en la seccional cuarta de la Policía y, poco a poco, liberados por falta de pruebas.

Para los investigadores, el crucigrama se complicaba: no podían definir el móvil de semejante matanza. Se sabía que faltaban un par de caballos con sus respectivas monturas y también se sospechaba que los autores del hecho podrían haber robado dinero producto de la venta de ganado ya que encontraron tirado el frasco vacío, teñido con sangre.

Con la escopeta y el machete en su poder

Los primeros días de julio Martín Vera, su hermano, Marcos y el padre de ambos, José fueron detenidos en un puesto del paraje Pozo Verde, donde vivían. En ese momento, Martín estaba junto a su hermano ingiriendo bebidas alcohólicas y juntando animales.

En la vivienda de la familia Vera, se halló la escopeta Brenta calibre 16 con la que se consumaron los asesinatos, el machete con el que le partieron la cabeza al pequeño; una guitarra Vendoni y un bandoneón El Amol, instrumentos de propiedad de los fallecidos. Los elementos fueron secuestrados.

Martín Vera fue indagado por el jueza penal a cargo de la causa, Rogelio Saravia Toledo.

En su declaración, se hizo responsable de la matanza manifestando que el 13 de junio, aproximadamente a las 16, pasó por la vivienda de los Burgos estando ebrio, portando una escopeta calibre 16 con seis cartuchos, "sin intención de agredir a nadie", pero cuando llegó 'Agustín Burgos me celó con su esposa, Tomasa Ramos de Burgos, y me encaró con un facón. No tuve más escape que acribillarlo con mi arma y después a puñaladas'. En ese momento, confesó que la mujer del hombre, con hacha en mano, salió en defensa de su marido y 'no pude hacer otras cosa que defenderme y matarla' y que ya con las cartas echadas sobre la mesa, no tuvo otra opción que quitarle la vida al padre de ella y finalmente al pequeño Benjamín, utilizando, en este caso, la herramienta con la que lo había atacado Tomasa.

El día que El Tribuno entrevistó a los vecinos de El Chamical.

Después de perpetrar la masacre decidió volverse a su rancho. Allí encontró a su hermano y le contó lo sucedido. Por esa razón, el hermano de Vera, Marcos, estuvo detenido en calidad de encubridor y posteriormente fue procesado por este delito. El padre de los hermanos, José, intentó autoinculparse pero su versión no resultó nada creíble para la Justicia que resolvió liberarlo.

Durante la reconstrucción de los hechos, Martín Vera relató detalladamente ante el juez las acciones realizadas en la vivienda de la familia Burgos. Siempre sostuvo que actuó en defensa propia porque Burgos lo atacó por celos. Sin embargo, nada pudo explicar la saña con la que asesinó a cuatro personas.

"La familia Burgos era trabajadora y muy buena"

Los lugareños siempre describieron a la familia Burgos como "gente de bien y laboriosa".

Don Narciso Chávez, un vecino de El Chamical, declaró que conocía desde hacía mucho tiempo a la familia Burgos. "Era gente muy trabajadora, criollos nacidos y criados aquí. Por aquí nos conocemos todos", afirmó.

Por su parte, don Matías Chuchuy, encargado de la iglesia San Francisco y del cementerio declarado monumento histórico nacional porque allí descansaron los restos del héroe gaucho Martín Miguel de Güemes, entre 1821 y 1822, relató que la familia se dedicaba a la cría de ganado y tenía una muy pequeña explotación agrícola. En ese mismo cementerio fueron inhumadas las víctimas, luego de haberse realizado la autopsia legal en el hospital San Bernardo de la capital salteña.

Las pericias psiquiátricas al imputado

Tres meses después, en el marco de la investigación, Martín Vera fue sometido a una pericia psiquiátrica para establecer si padecía de algún tipo de enfermedad mental que hubiese podido disparar semejante crimen.

Los estudios dieron como resultado que Vera tenía una personalidad dentro de los parámetros normales con un grado de cultura "relativamente baja por ser una persona con escasa instrucción y que residía en el campo, con poco trato social". Además el sujeto siempre sostuvo que había actuado en defensa propia.

Martín Vera fue procesado, condenado y alojado en el penal de Villa Las Rosas, lo mismo que su hermano Marcos, acusado de encubrimiento.

 

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