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Molinos se prepara para celebrar los 200 años de la parroquia San Pedro Nolasco

Si bien la estructura del templo es más antigua, tiene más de 300 años, su designación formal de parte del obispado fue en 1826. El padre Lucas contó que su jurisdicción es muy extensa y abarca los municipios de Molinos y Seclantás, con 20 capillas a cargo.
Domingo, 09 de noviembre de 2025 08:06

Entre los cerros colorados y las aguas del río Calchaquí, el pueblo de Molinos guarda uno de los templos más antiguos y emblemáticos del norte argentino. Su historia se entrelaza con la de las encomiendas coloniales, las familias fundadoras y una fe que, siglos después, sigue marcando el pulso de la comunidad.

A primera vista, y a pesar de su desarrollo, Molinos parece detenido en el tiempo. Sus calles adoquinadas, las paredes de adobe y las galerías de cardón hablan de siglos pasados. Pero detrás de esa calma se esconde una historia intensa, marcada por la fe y el poder. La iglesia de San Pedro Nolasco no solo es el corazón espiritual del pueblo, sino también el testimonio vivo de cómo nació y creció esta comunidad calchaquí.

Para comprender la historia del templo hay que retroceder hasta 1659, cuando el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta otorgó en merced las tierras de la antigua Hacienda de Calchaquí  -también conocida como Encomienda de San Pedro Nolasco de los Molinos- al maestro de campo Diego Diez Gómez. A él le correspondió organizar esas tierras habitadas por indígenas pulares y tonocotés, bajo las normas de la encomienda española.

La hacienda prosperó y, con el tiempo, pasó a manos de Magdalena Diez Gómez y Escobar Castellanos, hija del fundador. Al casarse en segundas nupcias con Domingo de Isasmendi, unió dos apellidos que marcarían para siempre la historia de los Valles Calchaquíes. Fue probablemente Magdalena quien mandó a construir el primer templo, cumpliendo con las obligaciones religiosas que imponían las mercedes reales. Cuando contrajo matrimonio, en 1726, la iglesia ya se alzaba en la hacienda.

Su esposo, Domingo de Isasmendi, fue un hombre de gran influencia. Teniente gobernador entre 1729 y 1759, impulsó la economía y la organización del valle. Hacia 1760, atendiendo el pedido del obispo del Tucumán, monseñor Manuel Abad Illana, Isasmendi donó la iglesia al obispado junto con los paramentos sagrados y un extenso terreno para uso del cura. Aquella donación selló el nacimiento de una parroquia que se convertiría en centro religioso de toda la región.

Tras la muerte de Domingo, su hijo Nicolás Severo de Isasmendi -quien llegaría a ser el último gobernador español de Salta del Tucumán- tomó las riendas de la hacienda. Bajo su tutela, el oratorio se consolidó como templo parroquial y comenzó a atraer a pobladores de los alrededores.

Entre 1838 y 1853, el cura José Antonio Rioja tomó una decisión clave: vendió las tierras aledañas a la iglesia para que los feligreses levantaran sus viviendas. Así nació el pueblo de Molinos, que mucho después, en 1934, sería reconocido oficialmente por ley provincial. Desde entonces, el templo se convirtió en el corazón de la vida social y espiritual del lugar.

El templo de los siglos

La iglesia de Molinos es una joya arquitectónica del siglo XVIII. De estilo cuzqueño, posee dos torres con cúpulas semiesféricas y muros gruesos de adobe que conservan frescura en verano y abrigo en invierno. El techo, hecho con tejas musleras asentadas sobre barro y madera de cardón, resume el ingenio constructivo de la época.

En su interior se venera a Nuestra Señora de la Candelaria, acompañada por las imágenes de San Pedro Nolasco, San Francisco de Asís y la Virgen del Valle. La imagen principal mide más de un metro de altura, tiene cabello natural y una delicada corona de plata que refleja la luz del altar.

A diferencia de otros pueblos calchaquíes, Molinos no nació alrededor de su iglesia, sino al revés: el templo formaba parte de una hacienda y el caserío se fue formando en uno de los extremos. Por eso su traza urbana no ubica la iglesia frente a la plaza principal, una rareza en la región.

El bicentenario de su designación

La celebración central de los 200 años de la parroquia San Pedro Nolasco de Molinos será a fines de mayo de 2026, ya que fue en 1826 cuando recibió formalmente ese estatus. Por tal motivo, ya se están desarrollando actividades culturales, religiosas y recreativas. La comunidad local no quiere que el bicentenario pase desapercibido.

El templo, declarado Monumento Histórico Nacional en 1942, es un importante punto de interés arquitectónico en Salta.

El padre Lucas, a cargo de la iglesia San Pedro Nolasco, contó que el templo tiene más de 300 años y que pronto cumplirá 200 años desde su designación como parroquia. Antes era una capilla dependiente de San Carlos, pero con el nuevo estatus adquirió mayor autonomía en la organización pastoral y en la administración de los registros, como los libros de bautismos. “El registro parroquial comenzó oficialmente en 1826, aunque unos 15 años antes ya existían algunos asientos de casamientos y bautismos, como parte de los primeros intentos por convertirla en parroquia”, explicó.

El sacerdote destacó además que se trata de una parroquia muy extensa, que abarca los municipios de Molinos y Seclantás, con 20 capillas bajo su jurisdicción, además del templo principal ubicado en Molinos.

La fiesta que revive la historia

La fiesta patronal de Molinos se celebra en febrero. Para esa fecha, fieles, peregrinos y gauchos llegan desde todos los rincones para rendir homenaje a la Virgen de la Candelaria y a San Pedro Nolasco, en una de las festividades más antiguas de los Valles Calchaquíes. Las celebraciones comienzan varios días antes con la entronización de las imágenes y el rezo de la novena.

La celebración mantiene un equilibrio entre lo litúrgico y lo popular, se mezclan procesiones, misachicos, misas y serenatas, donde el canto y la danza se transforman en oración. Uno de los rituales más esperados es la “batida de banderas”, una tradición que llegó desde el Alto Perú y simboliza la fidelidad y el agradecimiento a los santos patronos. Los encargados son los alféreces de la Virgen, familias que conservan estandartes bordados durante generaciones y los hacen ondear frente al templo en la procesión principal.

Es un ritual muy particular y vistoso, lleno de historia, al que se suma la gente del pueblo y la que llega desde los parajes más alejados”, contó el intendente Walter Chocobar, orgulloso de mantener viva la identidad de su comunidad.

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