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“Bajé los brazos. Ya no voy a ir más”, dice terminante Manuela Vega, vecina del barrio Convivencia y madre de once hijos, refiriéndose a su experiencia de formar filas para ser atendida en oficinas estatales adonde acude por ayuda. “No hay cupo, el período de inscripción pasó, hay que esperar las bajas de otros beneficiarios”, escuchó decir, por ejemplo, en Obras Públicas y la Cooperadora Asistencial. Vive con siete hijos menores, dos de ellos discapacitados, en dos habitaciones con piso de tierra. El techo está construido con chapas mal aseguradas y las camas fueron armadas con bloques y maderas irregulares. Una acumulación de trapos les oficia de colchón. Afuera hay una letrina tapada y el olor es fuerte. Pero hacer venir un camión atmosférico que la desagote le demandaría $50 que no tiene. Cobra la Asignación Universal por Hijo por cinco de los niños y lava ropa para afuera. Y aunque el Estado le dio pocos fundamentos para mantener el optimismo, tiene esperanza de conseguir que le construyan una habitación y un baño en su terreno.
Necesidades apremiantes
Ramiro Vega tiene 8 años y padece distrofia muscular. Necesita una silla de ruedas para que su mamá pueda movilizarlo. A veces salen juntos a las 4.30 de la mañana y toman la primera unidad del corredor 2F para obtener un turno en el Nuevo Hospital de Niños. El 16 de este mes Saeta le entregará su carné y está en trámite una pensión por discapacidad. “Cuesta subir el colectivo y los choferes no me tienen paciencia. Lo tengo que subir y bajar como bolsa de papa”, relata Manuela. Ramiro no se levanta solo y camina con mucha dificultad. Sin embargo, lo anima el espíritu propio de cualquier niño. “Cuando hacen festivales en el barrio se desespera por jugar y él no puede, porque enseguida se cae y se enrolla, queda todo doblado”, describe su mamá.
Ramiro aún no asiste a clases y es posible que el próximo año vaya a la escuela intermedia. A su hermanita Nazarena (6) su maestra de primer grado le detectó un retraso madurativo. “Ella solo hace dibujitos y me explicaron que en su mente es como si todavía fuera al jardín”, cuenta Manuela. El próximo jueves la atenderá por primera vez un neurólogo.
“Es una buena madre. Los chicos están gorditos y limpios. Si la llaman a limpiar va, aunque sean las 5 o 6 de la mañana, y hace changas. Los dos chicos de 15 y 18 también trabajan. Ella los manda a la escuela todos los días y no tienen una sola falta. Son aplicados”, asegura Rosa Ríos, presidenta del centro vecinal de Convivencia. Ella ofreció su celular, el 154825268, para recibir la ayuda de quienes puedan colaborar con esta familia, que vive en la manzana 1 lote 4 de ese barrio. Se puede donar ropa y zapatillas para niños de 18 a 6 años, cuchetas, colchones y alimentos.