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Pobreza: en Salta siguen los niños de un solo y roto par de zapatillas

Sabado, 03 de noviembre de 2012 20:16
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Los dedos afuera. Se escapan por los agujeros de sus descuajeringadas alpargatas. Se ensucian por la tierra, la basura y hasta se raspan por las piedras. En el asentamiento Gauchito Gil, un niño de ocho años es lo único que tiene para ponerse. Su par de zapatillas de tela, para ir a clases, está mojado, a la espera del secado en la soga.

El crecimiento de la economía nacional, entre un 7% y 8% anual en la última década, aún no llega a un puñado de barrios de Salta. Hay niños que asisten a la escuela o juegan con suelas perforadas, sin plantillas y cordones deshilachados. Con los precios de las zapatillas a $300, sobrecargados por la inflación, sus padres recurren a modelos económicos, como productos de telas, sandalias plásticas o alpargatas. Por más que hace dos años cobran la asignación universal por hijo o se den vuelta con “changas”, siguen sumergidos en la pobreza a la hora de proteger sus pies.

Desde esa inocencia despreocupada de la infancia, Martín, del asentamiento Bicentenario, relata: “Calzo 35, pero todavía me pongo unas zapatillas 34. Me ajustan un poquito, es que los pies se me crecieron”.

Faltaban minutos para el mediodía. Martín, de 9 años, cuenta que a las 14, entra a la escuela “Cuchi” Leguizamón, en la zona oeste de la ciudad. Por las mañanas, utiliza unos “suecos” de goma azul. Le quedan grande (número 37), pero él refuta: “Me los compraron así para que me duren. Lo mismo puedo correr, si querés hagamos la prueba y te gano”.

Según el Indec, con $13 al día se puede comer, comprar ropa y ahorrar para las vacaciones. En los barrios salteños, la pobreza no se disfraza con esas cifras. Queda a la vista en los miles de pies, casi al desnudo.

En el norte de la Capital, Anabel le compró unas sandalias, de plástico rígido, para su hija de dos años. Aprovechó una oferta, y llevó un par para ella, a $18. La niña las usa para ir de aquí para allá, ya sea con baja temperatura o cuando el sol presiona con más de 30 grados. Los efectos son diferentes: siente frío o el plástico se calienta y le aparecen ampollas. Pero no hay para más.

En el precario asentamiento del Balneario, que limita con Vaqueros, un grupo de madres reconoce que la inflación hace cada vez más inaccesible un “buen par de zapatillas o zapatos para los chicos”. Hablar de cuero o lona es un privilegio. “Para los niños no hay "llantas' modernas, esas que visten Los Wachiturros y que algunos creen que compramos”.

Un par de zapatillas de marca, entre las más conocidas, talle 34 o 36 demanda entre $300 y $900. Los $340 por hijo de la Asignación Universal y el ingreso del trabajo esporádico o precario de algún integrante de la familia apenas es suficiente para comer. Calzados alternativos se consiguen a $30, como las chinelas. Aunque las mamás dicen que duran “poquito”.

Para celebrar

En una casa del asentamiento Bicentenario, un calzado nuevo para “los changos y chinitas” llega gracias una celebración: cumpleaños, Día del Niño o Navidad.

Rosa tiene tres hijos, de 5, 4 y 2 años. Todos andan con unas sandalias coloridas, con dibujos de la televisión. Está fresco y nublado. Por eso, se cubren con medias. “El más grande tiene un para de zapatillas para que vaya al jardín. Y así tiramos. Nunca tuvimos cosas de calidad”.

 

 Mamá, el ultimo orejón del tarro

 

Saca la tierra de la lona que tiene como casa. No tiene más que unos “curados” zapatos de hombre. María dice que las madres son el último orejón del tarro. “A nosotras no nos importa andar así con tal del bienestar de nuestros hijos”, afirmó orgullosa.

Aunque ya están despegadas en el área del talón, una señora lava las botitas de tela de su hija como si fueran nuevas. Pasa el jabón sin esfuerzo para que no se abran más.

“Si se tratan de mis pies, yo no miro si combinan con la ropa que tengo. Cuando salgo a comprar zapatos, miro bien los precios. Cargo lo que puedo. Aquí no tenemos para elegir un zapato de fiesta y otro para la casa. Una se pone lo que encuentra o te prestan”, confesó Yesica a El Tribuno.

 

Se cuentan más  indigentes que en 2011

Este año no muestra avances en la inclusión social. Semanas atrás, el Indec determinó que en Salta, durante el primer semestre, hubo más personas indigentes que en el mismo período del año pasado. Del 0,8% se elevó al 1,3%.

Para algunos especialistas, la diferencia puede ser mínima, lo cierto es que hay cientos de familias que no pueden salir de esta brecha. Al cerrar el 2011, la tasa era igual: 1,3%.

Para el organismo nacional, una persona que come con $6 ya no es considerada indigente. Otros estudios privados duplican y hasta triplican la cifra. Con un trazo más fino, el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner pone bajo la alfombra a miles de personas que no pueden alimentarse con los nutrientes mínimos. De todas formas, están a la vista a pocas cuadras de la plaza 9 de Julio y en las localidades del interior.

Con $13 por jornada e integrante, los padres y madres tienen que poner los alimentos sobre la mesa y guardar para un jeans, el pasaje de colectivo, las zapatillas, el mantenimiento de la casa y otros gastos básicos. Para el organismo oficial, en Salta solo el 6% de la población está atrapada en la pobreza. En esta categoría hubo un avance, ya que un año atrás representaban el 9,2%. Pero crece la pobreza de los más humildes.

 

 

Presumir con lo que hay

 

Con ojotas desgastadas y calzados agujerados, los nenes patean una pelota de fútbol. No entienden de necesidades. Sin embargo, la realidad golpea un poco más tarde, en la adolescencia.

“Mi nena tiene 17 años atraviesa la "edad del pavo'. No te entiende que no le puedo comprar zapatillas cada vez que quiere. Ella me decía que ya está en el secundario y que queda mal ir siempre con el mismo par. Pobre, no tiene la culpa. Entonces decidí meterme en créditos personales para que tenga otras. Vos viste que una señorita cuida mucho su aspecto”, recordó Yesica.

Antes, relató que les compró a los paisanos de la feria, pero “se les abrieron y despegaron. No duraron nada”.

Claudia tiene cuatro hijos. El más grande ya cumplió 14, pero solo cuenta con una chinela y unos zapatos para salir. “A esa edad ya se dan cuenta y les tenés que negar las cosas que piden. En mi familia no podemos comprar para todos, así que de vez en cuando nos turnamos”, agregó la mujer.

 

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