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Enigma para astrólogos: ¿será 2022 el año de India? Mientras en Londres asumía como primer ministro Rishi Sunak, un político conservador de origen indio, casado con Akshata Murthy, una empresaria millonaria de esa nacionalidad, dueña de una fortuna mayor que la atribuída a la Corona británica e hija de Narayana Murthy, un multimillonario aún mucho más acaudalado nacido en Bombay, India desplazaba a su antigua metrópoli como quinta potencia económica global, en tanto ambas naciones suscribían un acuerdo de cooperación en materia de defensa y seguridad. Todo esto sucede cuando la población mundial supera la cifra de 8.000 millones de personas y la India alcanza ya los 1.400 millones y en poco tiempo superará a China. Uno de cada seis habitantes de la Tierra vive en India, cuyo índice de natalidad y su tasa de crecimiento económico son también ostensiblemente mayores a los de China.
Esta conjunción de acontecimientos es festejada jubilosamente por los partidarios del primer ministro Narendra Modi, líder del Partido Janata, una expresión del nacionalismo hinduista que ejerce el poder desde 2014, cuando terminó con la hegemonía ejercida desde la independencia, lograda en 1947, por el nacionalismo laico representado por el Partido Nacional del Congreso, fundado por Mahatma Ghandi y su lugarteniente Jawaharlal Nehru, quien fue el primer jefe de gobierno. Modi tiene una larga y controvertida trayectoria política, iniciada desde muy joven en Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), una organización de la extrema derecha religiosa, uno de cuyos miembros asesinó a Ghandi.
India es la cuarta potencia militar del mundo. Integra el selecto club de potencias económicas internacionalmente reconocidas. Dispone de 160 ojivas nucleares y de misiles balísticos intercontinentales con capacidad para atacar cualquier punto de su vecino Pakistán y la mayor parte del territorio chino. Posee el tercer presupuesto militar global, que le permite tener un ejército de más de tres millones de soldados, también el tercero del mundo por número de efectivos.
Semejante poderío bélico está legitimado por su histórico conflicto con Pakistán, un estado islámico creado en 1947 por el imperio británico para trasladar a la minoría musulmana que habitaba en su antigua colonia. En 1971 ambos países libraron una sangrienta guerra que culminó con la independencia de Bangladesh, hasta entonces bajo mandato pakistaní, pero dejó pendiente el litigio por el control de la región de Cachemira, convertida en la zona potencialmente más explosiva del planeta por su condición de escenario de una disputa de soberanía entre dos naciones poseedoras de armas nucleares. Esa controversia, exacerbada por su clara dimensión religiosa, está agravada porque, a pesar del traslado masivo de musulmanes a Pakistán en 1947, el 15% de la actual población de la India es islámica y el 85% practica el hinduismo, una religión de características politeístas.
Poderío tecnológico
Pero India se destaca también por su poderío tecnológico. Bangalore, una ciudad ultramoderna, considerada como un Silicon Valley asiático, alberga una potente industria de software. Es también el país que posee la mayor cantidad de ingenieros del mundo y sus universidades encabezan año tras año la matrícula de egresados de esa especialidad. Una reciente encuesta internacional reveló que más del 70% de los adolescentes indios quieren ser ingenieros, lo que significa el porcentaje más alto a nivel mundial. En Silicon Valley, la mayor parte de los ingenieros extranjeros son indios. Existe una directa correlación entre esa potencialidad tecnológica y la velocidad del avance económico. Las estimaciones indican que, después de desplazar a Gran Bretaña como quinta potencia económica global, India se encamina a dejar atrás a Alemania y Japón para ocupar el tercer lugar alrededor del 2060. Ese posicionamiento tiende a erigirla en un gigantesco mercado de consumo que motiva un creciente interés de las empresas multinacionales.
Pero ese desarrollo económico no está acompañado por un aumento similar en el nivel de vida de la población. El ingreso por habitante es de 1.900 dólares anuales, por lo que ocupa el puesto 146 en un ranking de 196 países. La estructura social es abismalmente desigual. Todavía sobrevive el sistema de castas. A pesar de sus grandes ciudades, India conserva una fisonomía eminentemente rural. La gran mayoría del campesinado trabaja en pequeños minifundios, explotaciones familiares de bajo nivel de productividad que apenas garantizan a sus propietarios una difícil supervivencia.
En abierto contraste con esa extrema pobreza, en las últimas décadas ascendió una gigantesca clase media, con un elevado nivel de ingresos, una cultura cosmopolita y una tendencia a un consumo cada vez más sofisticado. Dentro de esa elite sobresale el fenómeno de los nuevos multimillonarios indios, cuya suntuosidad suele acaparar la atención de la prensa internacional.
Política mundial
Hace veinte años un informe reservado de la CIA definía a India como "el Estado oscilante más importante del mundo". Desde su independencia India desarrolló una política exterior pragmática, basada en la neutralidad en la guerra fría, aunque los recelos derivados de su extensa frontera con China generaran una mayor cercanía con la Unión Soviética, pero sin gestos de hostilidad con Estados Unidos. En 1956, en la conferencia de Bandung, Indonesia, nació el Movimiento de Países no Alineados, donde convivían dos visiones: mientras la China de Mao Zedong practicaba un "tercerismo confrontativo", situado igualmente lejos de Estados Unidos y la Unión Soviética, Yugoslavia con Tito e India con Nehru optaban por un "tercerismo convergente", orientado a estar igualmente cerca de ambas superpotencias. Con Modi en el gobierno, ante la desaparición de la Unión Soviética como contrapeso regional, pero sin descuidar tampoco sus lazos amistosos con la Rusia de Vladimir Putin, India realizó un giro político hacia Washington para encontrar un nuevo paraguas de contención ante el expansionismo de Beijing. En ese contexto aparece la Quad, una alianza de seguridad cuadrilateral integrada por Estados Unidos, Australia, Japón e India, a la que China denunció como "una versión asiática de la OTAN".
Simultáneamente, el Brexit marcó un punto de inflexión en el histórico vínculo entre India y Gran Bretaña. La separación de la Unión Europea reflotó en Londres el interés por el fortalecimiento de la Commonwealth, la comunidad de naciones británicas. El primer ministro Boris Johnson viajó a Nueva Delhi y firmó con Modi un acuerdo de defensa y seguridad, con una proyección convergente con el Quad. Durante su visita, Johnson habrá comprobado que en el palacio gubernamental, junto a todos los jefes de Estado de la India, figuran los virreyes británicos. Cuando le preguntaron por esa decisión, Nehru explicó que "también forman parte de la historia de la India".
India, donde la constitución estableció el inglés como segundo idioma oficial después del hindi, en medio de un archipiélago de dialectos locales, es el país de habla inglesa más grande del mundo. Esa condición constituyó una ventaja competitiva que le facilitó a su gigantesca población el acceso masivo al mundo de Internet. Con un primer ministro como Sunak, que además de su origen étnico profesa la religión hinduista, irrumpe la perspectiva de una entente indio-británica, respaldada por Washington y recelada por Beijing. En la visión estratégica de Londres emerge una comunidad política angloparlante cuya población, territorio y poderío económico y militar sería ampliamente superior a China. Para legitimar ese posible bloque disruptivo, India cuenta a su favor con su reputación como la democracia más grande del mundo. Sunak no llegó por casualidad al legendario edificio de Downing Street 10.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico