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Con la asunción de Lula a su tercera presidencia, el escenario sudamericano enfrenta el desafío de un profundo replanteo cuyo resultado determinará la configuración política de América Latina y su inserción en el nuevo escenario mundial. El análisis de los hechos exige entonces una mirada estratégica que descarte las visiones cortoplacistas y atienda a la dimensión de lo que está en juego.
Brasil es hoy la décima potencia económica mundial. Por su superficie, población y producto bruto interno representa más de la mitad de América del Sur. Por esa razón, más allá de las apreciaciones ideológicas y los avatares de la política doméstica, lo que allí ocurre tiene que interpretarse en función de esa clave regional y global.
La decisión de Lula de que su primer viaje presidencial al exterior tuviera por destino la Argentina, su manifiesta voluntad de promover la recreación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), fundada en 2003 durante su primer mandato, y la reincorporación de Brasil a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), creada durante su segundo mandato, y de la que se retiró en 2020 por impulso del ex presidente Jair Bolsonaro, son la verificación práctica de su anuncio en su mensaje de asunción del 1º de enero: "Brasil está de vuelta".
El regreso de Lula vuelve a colocar en la agenda regional la cuestión de la proyección política de la identidad cultural latinoamericana, lúcidamente planteada décadas atrás por Alberto Methol Ferré, un intelectual uruguayo que influyó sensiblemente en la visión política del Papa Francisco. Methol señalaba que América Latina es Iberoamérica, una amalgama de España y Portugal, y que su configuración responde a la evolución histórica de esas dos vertientes: la portuguesa, encarnada por Brasil, que conservó su unidad, y la hispánica, víctima de un proceso de balcanización que culminó en la creación de una veintena de repúblicas independientes.
Según Methol, América Latina está configurada por dos realidades distintas. Por un lado, América del Sur, cuyo epicentro es el vínculo entre Brasil y la Argentina. Por el otro, México y Centroamérica, con una economía cada vez más integrada con Estados Unidos. Pero el "macizo continental" y punto de partida para la integración latinoamericana, está en América del Sur, lugar de encuentro de la América portuguesa con la América hispana: "América del Sur es la zona más decisiva de América Latina. Sin Brasil no habría América Latina, solo Hispanoamérica".
Methol exaltaba la visión estratégica de Perón cuando a principios de la década del '50 lanzó la iniciativa del ABC (Argentina, Brasil, Chile). Por ese motivo, resaltaba también el significado de la creación del MERCOSUR, que califica como "la vía necesaria para el estado continental nuclear de América Latina" en una era signada por la aparición de grandes espacios continentales (o "países continentes"), básicamente Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia e India, una lista a la que pretende sumar a América Latina.
Guzmán Carriquiry, compatriota y principal discípulo de Methol, ex secretario de la Comisión Pontificia en América Latina y actual embajador uruguayo en el Vaticano, avanzó en una actualización de la perspectiva de su maestro a partir de los cambios operados en el mapa continental en los últimos años: "Lamentablemente, el Mercosur, proyecto histórico fundamental desde una alianza brasileña, argentina y chilena, único eje de conjugación, atracción y propulsión a nivel sudamericano, se ha ido empantanando". Advierte que el bloque regional "tendrá que saber conjugar bien con la Alianza del Pacífico, que ha emprendido un camino de integración que habrá que seguir con atención".
En efecto, la Alianza del Pacífico, motorizada en 2012 con el incentivo de la explosión de crecimiento de China y el mundo asiático, nuclea a las economías más abiertas y dinámicas de la región. Sus socios fundadores, México, Colombia, Perú y Chile, tienen, por separado, acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Chile y Perú tienen tratados bilaterales con China. Chile suscribió, asimismo, un convenio de libre comercio con la Unión Europea.
Existe un abrumador contraste entre la Alianza del Pacífico y el MERCOSUR, mucho más cerrado comercialmente. Dicha cuestión motiva una insistente demanda de apertura por parte de Uruguay, que amenaza con cerrar acuerdos bilaterales de libre comercio con terceros países. Para modificar esa situación, Lula plantea la ratificación del tratado de libre comercio suscripto entre el MERCOSUR y la Unión Europea, trabada, entre otras razones, por la política ambientalista de Bolsonaro. Pero el eje de ese replanteo aperturista pasa por una estrategia orientada a transformar al bloque en el principal proveedor mundial de proteínas, un objetivo que, en el plano interno de Brasil, requiere un acuerdo político entre Lula y el complejo agroindustrial.
Lo cierto es que la convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico constituye el camino posible para la unidad latinoamericana. Juntos, reúnen más del 90% de la población, el producto bruto interno y la inversión extranjera directa de toda la región. Esa confluencia permitiría que México, sin afectar sus vínculos estructurales con Estados Unidos, asuma un mayor protagonismo en la construcción política de la región para transformarla en un centro autónomo de decisión en el escenario global.
En el nuevo contexto mundial, la inserción de cada país y cada región estará determinada por la naturaleza de los vínculos que sea capaz de establecer, pragmática y simultáneamente, con Estados Unidos y con China.
La realidad de América del Sur exige articular una sólida asociación comercial con China con una intensa cooperación con Estados Unidos en materia de seguridad hemisférica, de inversiones y de relación con la comunidad financiera internacional. México y América Central necesitan compatibilizar su creciente intercambio comercial con China con su integración en la economía norteamericana.
Brasil forma parte del Brics, la asociación integrada por China, Rusia, India y Sudáfrica, a la que se pretende incorporar la Argentina.
Pero ser "Extremo Occidente" supone el reconocimiento de ser parte de Occidente. América Latina es parte inseparable del sistema político y jurídico interamericano, que lo asocia con Estados Unidos y está articulado alrededor de un sistema de instituciones multilaterales, como la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como a tratados internacionales que incluyen la Carta Democrática de la OEA, inspirada en la "cláusula democrática" del Mercosur, introducida también en el estatuto de la Alianza del Pacífico.
En este terreno, Lula afrontará las presiones del ala izquierda del Partido de los Trabajadores, que preconiza un acercamiento con Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En la década del '60, en el momento de la creación del Movimiento de Países No Alineados solía decirse que el "tercerismo confrontativo" de la China de Mao Zedong consistía en estar igualmente lejos de Estados Unidos y de la Unión Soviética mientras que el "tercerismo convergente" de la Yugoslavia del mariscal Tito buscaba situarse igualmente cerca de ambas superpotencias.
Frente a la nueva bipolaridad entre Estados Unidos y China, y desde una perspectiva latinoamericana, Lula tiende a recrear aquella estrategia de Tito.
La reincorporación de Brasil a la Celac puede acelerar esa confluencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico, necesaria para que América Latina pueda participar con voz propia en la estructura de poder de esta nueva sociedad mundial.
Importa señalar que Brasil, México y la Argentina forman parte del G - 20, que constituye hoy la principal plataforma de gobernabilidad mundial.