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El segundo paro general organizado por la CGT, apoyado por los dirigentes de las llamadas "organizaciones sociales" y alentado por un peronismo que deambula sin liderazgo ni horizontes, es otra manifestación de la realidad más profunda de la Argentina. La sucesión de fracasos políticos a lo largo de décadas tiene consecuencias estructurales.
Javier Milei llegó a la presidencia porque en el camino se fueron cayendo Cristina, Alberto Fernández, Macri, Patricia Bullrich y porque, finalmente, en el último escrutinio, derrotó a Sergio Massa. Le ganó al ministro de Economía que dilapidó US$ 2.000 millones del Estado en un par de meses, con medidas de consecuencias previsibles que hacían evidente la certeza de la derrota.
El país debe superar no solo la ausencia de un acuerdo básico para salir de décadas de estancamiento; también es corrosiva la cultura de la ambición política, que parece ser la única fuerza inspiradora de un elenco repetido y absolutamente desprestigiado.
Rodolfo Daer, Pablo Moyano, José Mayans, Cristina y Máximo Kirchner, Axel Kicillof, al ponerse al frente de un paro general sin reivindicaciones y destinado solo a presionar al Senado, deberían entender que a Milei lo consagró el hartazgo general con lo que el ahora presidente denominó "casta". Es decir, con ellos.
Un símbolo de esta coyuntura: el sindicalista aeronáutico Edgardo Llano amenazando a los senadores que voten a favor de la Ley Bases con escraches por parte del personal de Aerolíneas Argentinas cuando suban a un avión. ¿Sabrá el personaje lo que la gente opina de los sindicatos que él representa y que interrumpen el tráfico aéreo por cualquier capricho y sin la menor consideración por los pasajeros?
Un paro, necesariamente, erosiona a los gobiernos; pero en momentos críticos como el que atraviesa el país, los convocantes solo evocan un pasado de privilegios y su descrédito termina fortaleciendo a Milei, quien los coloca como "el enemigo"; ellos entran en el juego de la polarización, y pierden.
En una sociedad democráticamente ordenada, a nadie se le ocurriría hacer un paro extorsivo contra un proyecto de ley. Esa es tarea de los legisladores y no de los gremialistas, que ya no representan ni a los "trabajadores", simplemente, porque uno de los rasgos más dramáticos de las últimas décadas es la destrucción del empleo genuino. Menos legítimos, aún, los cortes de calles y la ocupación de espacios públicos impulsados por organizaciones de desocupados.
Las llamadas "organizaciones sociales" también son fruto de la demolición del empleo, con la que estamos casi familiarizados.
El problema es de difícil solución para Milei, para el Congreso, y para todos los actores políticos. Las tres centrales obreras y los movimientos sociales son nuevos y no tan nuevos actores políticos, sin duda, pero que carecen de las prácticas democráticas de renovación de dirigentes por elecciones transparentes y su representatividad, hoy por hoy, es dudosa.
Este paro general, metodológicamente, es un anacronismo. No obstante, muestra el desencaje en que se encuentran el Estado, la economía y la vida cotidiana de los argentinos.
Milei deberá tener presente que su propuesta libertaria, ajena a las tradiciones ideológicas del país, aún no tiene ningún logro efectivo que le garantice una paciencia duradera de la sociedad ante el ajuste brutal que viene poniendo en práctica. Y debe recordar, también, que el desprestigio de sus adversarios, por ahora juega a su favor. Solo por ahora. La legitimidad que obtuvo en el balotaje tiene que ser revalidada en la gestión y, para eso, los plazos son muy cortos. La crisis no le va a dar tregua.