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La escuela y la universidad son el motor que desarrolla a los países

Sabado, 08 de marzo de 2025 02:01
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En su primer discurso ante la Asamblea Legislativa, el presidente Javier Milei delineó los ejes de su gestión con un fuerte énfasis en la desregulación económica, la reducción del Estado y la apertura comercial. Sin embargo, en sus 72 minutos de discurso, la educación no fue mencionada, una omisión llamativa si se considera su papel estratégico en el desarrollo económico y social de cualquier país. Mientras el presidente Milei traza un plan de gobierno con ciertos paralelismos con la agenda de su par estadounidense Donald Trump, las diferencias entre el contexto argentino y el de los países desarrollados plantean interrogantes tales como la manera en que se abordará el futuro del sistema universitario y cuál será su rol en este nuevo escenario.

La economía aparece como eje central de las demandas sociales, pero tiene un vínculo vigoroso con la educación.

Si algo ha quedado claro en las últimas décadas en América Latina, e incluso en Estados Unidos, es que la economía es el eje rector de las demandas sociales hacia cualquier gestión de gobierno. La diferencia entre países no radica en qué demandan sus ciudadanos, sino en cómo se expresa esa demanda. En los países más desarrollados, la preocupación económica se centra en la macroeconomía: crecimiento del PBI, estabilidad fiscal, inversión y competitividad internacional. En cambio, en los países en desarrollo o con economías más frágiles, la preocupación económica se traduce en términos de supervivencia cotidiana: la inflación, el costo de los alimentos, el poder adquisitivo y el acceso a servicios básicos.

El deterioro de la seguridad, otro de los pilares discursivos de muchos gobiernos, también está fuertemente ligado a la economía. La pobreza genera condiciones más propicias para el narcotráfico, la delincuencia y la inestabilidad social. En un país donde el salario no alcanza para vivir dignamente, el crimen organizado se convierte en un camino alternativo para la subsistencia de muchos.

Las áreas relegadas

Sin embargo, hay dos áreas importantes que suelen quedar relegadas en las prioridades de la sociedad: la salud y la educación. Paradójicamente, ambas solo se convierten en reclamos masivos cuando se sienten sus efectos. La salud no aparece como una prioridad hasta que alguien se enferma y se enfrenta a un sistema colapsado. La educación, de manera similar, solo se visibiliza como una demanda cuando su falta se convierte en un obstáculo concreto para conseguir empleo. Es decir, aunque la educación es un motor esencial del desarrollo, su valoración social está mediada por su impacto inmediato en la economía individual.

La evidencia científica respalda que los países más desarrollados son aquellos que priorizan y fortalecen sus sistemas educativos. Autores como Eric Hanushek y Ludger Woessmann han demostrado en sus estudios que la calidad de la educación es un factor determinante en el crecimiento económico a largo plazo, ya que una fuerza laboral educada impulsa la innovación y la productividad (Hanushek & Woessmann, 2008). Además, Robert Barro ha destacado que la inversión en capital humano, particularmente en educación, es un predictor del crecimiento económico sostenido (Barro, 1991).

Amartya Sen argumenta que el desarrollo no se limita al crecimiento económico, sino que incluye la expansión de las capacidades humanas, donde la educación juega un papel central (Sen, 1999).

Este punto es crucial, porque establece una relación directa entre la educación y el bienestar económico. En su obra "Cómo mueren las democracias", Oppenheimer menciona que los países con mayor PBI per cápita son aquellos que han invertido en educación, innovación y desarrollo tecnológico. Las naciones que lograron escapar del subdesarrollo no lo hicieron solo mediante políticas económicas agresivas, sino principalmente a través de sistemas educativos sólidos que garantizaron la formación de capital humano altamente calificado. Un país puede tener recursos naturales en abundancia, pero sin educación de calidad, carece del conocimiento necesario para explotarlos de manera eficiente y sostenible.

La evidencia empírica es contundente: las economías más prósperas son aquellas donde la inversión en educación es una prioridad estratégica. No es casualidad que países como Finlandia, Corea del Sur o Singapur, que carecen de vastos recursos naturales, hayan basado su desarrollo en la educación y la innovación. En contraste, muchas naciones latinoamericanas, ricas en minerales, petróleo o biodiversidad, siguen atrapadas en ciclos de pobreza debido a sistemas educativos deficientes que no logran formar profesionales capaces de liderar procesos de desarrollo sustentable.

Universidades en la encrucijada

En este marco, resulta relevante analizar el contexto universitario en Argentina y su relación con las políticas del actual gobierno.

Hasta el momento, el presidente Javier Milei no ha hecho de la educación un eje central en su discurso inaugural en el Congreso, lo que abre interrogantes sobre las futuras decisiones en este ámbito. Su enfoque económico, alineado con modelos de libre mercado, plantea un debate sobre el rol del Estado en sectores estratégicos como la educación superior. En este sentido, es necesario examinar las posibles implicancias para las universidades nacionales, los desafíos que podrían presentarse y las oportunidades que este nuevo escenario puede generar.

Las universidades públicas atraviesan un momento que exige visión, determinación y capacidad de adaptación. En este contexto donde los recursos son limitados y la eficiencia se ha convertido en un principio rector de las políticas públicas, las instituciones de educación superior enfrentan el desafío ineludible de ajustarse a un mundo en constante transformación, marcado por cambios políticos, sociales y tecnológicos. Sin embargo, cuentan con un valor incalculable: su historia, el compromiso de sus comunidades académicas y su papel esencial como motores del desarrollo y el conocimiento.

Más allá de sus aulas, las universidades deben estar comprometidas con la sociedad y el sector productivo. En este nuevo contexto, los desafíos van más allá de la formación de profesionales, las instituciones de educación superior deben consolidarse como espacios de generación de soluciones, actuar como puentes entre la investigación y las necesidades del entorno, garantizar estándares de calidad y sostenibilidad que contribuyan al bienestar social. Deben ser ejemplos de transparencia y hacer de la innovación, la excelencia académica, la vinculación con la comunidad y la extensión universitaria deben ser los pilares de consolidación como referentes indiscutibles en la producción y aplicación del conocimiento.

Además, el escenario educativo está evolucionando a un ritmo acelerado, y la competencia en la formación superior es cada vez más intensa. Fenómenos como la Inteligencia Artificial exigen una redefinición de los paradigmas tradicionales y obligan a las universidades a asumir un papel protagónico en la formación de profesionales preparados para los desafíos del siglo XXI. En este contexto, quedarse atrás no es una opción.

Pero lejos de representar una amenaza, estos cambios deben ser vistos por las universidades como una oportunidad para innovar, fortalecer la identidad institucional y potenciar el impacto de la educación pública. La historia reciente ha demostrado que las universidades han superado desafíos de gran magnitud con creatividad y compromiso, desde la crisis económica hasta la pandemia de COVID-19.

Hoy, las universidades enfrentan una nueva prueba, y tienen el deber de responder con la misma determinación, garantizando que el acceso al conocimiento y la formación de calidad sigan siendo pilares de la construcción de un futuro mejor. Si en la pandemia la educación superior fue clave para la ciencia y la salud, en la actualidad su protagonismo es igual de necesario para el desarrollo económico, la innovación tecnológica y la competitividad global.

El futuro se escribe en las aulas

Argentina cuenta con un sólido sistema universitario compuesto por instituciones públicas y privadas, y tiene el privilegio de contar con universidades públicas no aranceladas. Sin embargo, es fundamental recordar que "no arancelado" no significa "gratis". Estas universidades son financiadas por la sociedad en su conjunto, lo que impone una responsabilidad compartida: la comunidad debe ser consciente de su valor y los docentes tienen el deber de transmitir que el acceso sin costo directo para el estudiante es un derecho que debe cuidarse, protegerse y fortalecerse. Perder un bien tan preciado significaría un retroceso difícil de revertir.

Las universidades han sido, son y seguirán siendo el motor del progreso de cualquier sociedad que aspire a la grandeza.

Si la educación quedó fuera del discurso inaugural, no significa que su importancia haya desaparecido. Al contrario, impone un desafío aún mayor: hacerla visible, demostrar con hechos su valor irremplazable y reivindicar su lugar como pilar fundamental del crecimiento.

Las universidades no pueden esperar a que las convoquen, deben demostrar su impacto y asumir su papel histórico. Porque como bien dice la conocida frase en tiempos difíciles, "Dame las herramientas y terminaré el trabajo".

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