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En toda campaña siempre hay un solo ganador. Es parte del juego democrático. Pero detrás de los titulares que celebran o lamentan, hay algo más profundo: una campaña ganadora no es solo la que consigue el primer puesto, sino la que logra un resultado significativamente superior al que hubiera obtenido sin estrategia alguna. Lo que diferencia al estratega del improvisado no es la victoria a secas, sino el modo en que convierte incluso una derrota en un punto de partida. Porque también se puede perder ganando… o ganar perdiendo. Una campaña ganadora, bien entendida, es aquella que, sabiendo que no tiene chances reales de ganar, redefine su objetivo con inteligencia: posicionarse, expandir su base, desplazar a un competidor, instalarse como alternativa creíble. En política, no siempre se trata de vencer. A veces, basta con saber cómo caer para quedar de pie.
El encandilamiento mata
Eso nos lleva a preguntarnos qué pasó realmente en las elecciones legislativas del 7 de septiembre de 2025, donde Fuerza Patria (kirchnerismo) se impuso en Provincia de Buenos Aires con un claro 47,18% frente al 33,77% de La Libertad Avanza (LLA). La lectura dominante fue simple: el kirchnerismo ganó, Milei perdió. Pero esa narrativa es, cuando menos, superficial. O directamente errada.
Ya lo habíamos visto antes en CABA. En mayo, con una participación baja (53,38%), LLA obtuvo un triunfo inédito: 30,7% frente al 27,89% del kirchnerismo, relegando al PRO al tercer lugar (16,22%). Milei lo celebró como una victoria frente al kirchnerismo, pero el dato verdaderamente disruptivo fue otro, LLA rompió la hegemonía de 18 años del PRO en la Ciudad. El kirchnerismo, que venía segundo desde hace casi dos décadas, siguió igual. El que perdió fue el macrismo. Ahí estaba la clave. El kirchnerismo en CABA no ganó ni perdió, se mantuvo. El verdadero hito fue que LLA le arrebató el lugar histórico al PRO. Ese dato estratégico debió haber sido el eje de la narrativa nacional, no que le ganaron al kirchnerismo, sino que ocuparon su lugar como nueva fuerza de oposición. Y, sin embargo, eligieron el relato equivocado.
¿El destino o los errores?
En la Provincia de Buenos Aires, los números históricos lo anticipaban todo. En los últimos 38 años, solo 6 no fueron gobernados por el peronismo.
La hegemonía del kirchnerismo, especialmente desde el ascenso de Kicillof y el control de distritos clave como La Matanza, hacía que el escenario fuera cuesta arriba para cualquier fuerza opositora. A esto se suma un dato inapelable: el kirchnerismo ha consolidado un piso de votos sorprendentemente estable en las últimas legislativas. En 2017, Unidad Ciudadana alcanzó 3.428.735 votos; en 2021, el Frente de Todos obtuvo 3.565.149. En 2025, Fuerza Patria superó ambas marcas con 3.820.119 votos. No hay "milagro electoral" aquí: hay estructura, territorialidad y una maquinaria aceitada que sigue respondiendo. Más aún, luego de que en 2023 el kirchnerismo ganara en la Provincia de Buenos Aires durante las presidenciales, con un margen ajustado, pero sosteniendo el aparato territorial, lo lógico era esperar una repetición del esquema. Y, sin embargo, Milei optó por nacionalizar la elección, prometer una victoria improbable y, peor aún, generar una expectativa que su equipo sabía irreal. Lo admitió el mismo presidente antes de la veda: "estamos en empate técnico". En el lenguaje electoral, eso es una forma elegante de anticipar la derrota. Pero lo más grave no fue perder, sino desperdiciar la oportunidad de transformar una derrota prevista en un triunfo simbólico, haber desplazado al PRO como fuerza opositora, haber crecido en secciones importantes, haber ampliado la base propia. Si se hubiese contado así la historia, los medios estarían hablando hoy de cómo LLA avanza, incluso en territorio hostil.
¿Qué quedó del terremoto electoral?
Con el 60,98% de participación, la más alta en años, el peronismo ganó 6 de las 8 secciones electorales de la provincia, incluso en bastiones históricamente antiperonistas como Pergamino o Bragado. LLA solo triunfó en dos, la Quinta (Mar del Plata) y la Sexta (Bahía Blanca). El conurbano, como siempre, fue decisivo: allí, Fuerza Patria superó el 54%, una ventaja abrumadora frente al 28,43% de Milei. ¿Fue una sorpresa? No. Fue una realidad previsible. Pero lo que sí sorprendió fue la ceguera estratégica del oficialismo nacional, con una campaña más lúcida, LLA podría haberse consolidado como nuevo eje de la oposición en el principal bastión del kirchnerismo, ocupando el lugar del viejo Cambiemos. Tenían los números, tenían la oportunidad, pero eligieron el relato equivocado.
En Salta
Cuando la política nacional no ordena lo local, el escenario se modifica. En Salta, la disputa no es ideológica, es territorial.
La polarización en la elección bonaerense era no sólo previsible, sino funcional a los intereses de ambos polos.
La Libertad Avanza necesita confrontar con el kirchnerismo para mantener vivo su relato de "la casta", mientras que al kirchnerismo no le queda más alternativa que sostener su lugar en la cancha oponiéndose frontalmente a Milei, con un discurso social como ancla identitaria. A eso se suma que en Buenos Aires gobierna Axel Kicillof, un dirigente vigente que no solo encarna el modelo K, sino que también pone en movimiento un aparato electoral aceitado. Sin embargo, esa lógica no se replica en todo el país.
En las provincias, el escenario se desdobla y las elecciones se discuten desde las particularidades locales. Lo vimos en Corrientes, donde el peronismo no kirchnerista ganó la elección, el kirchnerismo quedó segundo, el radicalismo tercero, y LLA —en tierra ajena— cayó al cuarto lugar con apenas el 8%.
En Salta, la polarización más natural no es con el kirchnerismo, sino entre La Libertad Avanza y quienes respaldan la gestión del gobernador Gustavo Sáenz. Una gestión que no se posiciona como opositora al gobierno nacional por reflejo ideológico, pero que sí reclama con firmeza lo que a Salta le corresponde. Esa moderación con mirada federal contrasta con un kirchnerismo salteño que quedó en la trinchera del "no a todo", lejos del sentir de una provincia que no está dispuesta a resignar ni soberanía ni desarrollo.
Epílogo para estrategas
Toda elección es una narrativa. Se gana en las urnas, sí, pero también en el modo en que se cuenta lo que se perdió. En CABA, La Libertad Avanza entendió el juego: ocupó el vacío que dejó el PRO y salió fortalecido. En Provincia, no. Eligieron dar una batalla imposible y narrarla como si fuera probable. Esa ilusión mal gestionada no solo desorientó a sus votantes, también desdibujó el mérito real de haber quedado segundos, superando al PRO y ampliando su base. Así se transforma una victoria simbólica en una derrota innecesaria.
Queda la lección: en la era de la política emocional y las estrategias líquidas, no alcanza con tener razón. Hay que saber dónde pararse, cómo decirlo, y cuándo convertir una caída táctica en el primer paso de una conquista mayor. Porque en política, como en la historia, no importa solo lo que sucede, sino quién logra contarlo mejor. Y a veces, perder con dignidad vale más que ganar sin sentido. El domingo no fue la política la que perdió. Fue el relato. La verdadera pregunta no es quién ganó la elección, sino quién entendió mejor lo que está en juego para el país. En la era de las emociones digitales y la ansiedad colectiva, no alcanza con tener seguidores en redes. Hay que saber en qué barrio están los votos y cómo contarlo el lunes.
* Héctor Iván Rodríguez es ingeniero industrial, Máster en comunicaciones sociales y Doctor en Estadística.
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