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Cuando escribí el artículo denominado "Dos décadas de política argentina, un presente incierto y el futuro en disputa", analizaba qué tipo de democracia tenemos, señalando que no basta con votar, porque la verdadera medida está en la confianza en el voto, en las instituciones y en quienes las representan. No podemos culpar a la democracia por nuestras desavenencias políticas porque en realidad, lo que vivimos es una democracia incompleta, frágil, donde los partidos se diluyen, las instituciones se debilitan y los liderazgos personalistas ganan terreno. Este es el punto de partida para entender por qué estamos atravesando un cambio de época.
A raíz de esa publicación, mi amigo y compañero de secundaria Jorge Reston me llamó para hablar sobre el rol de los partidos políticos, hoy tan denostados y con una credibilidad en caída libre. Esa conversación me inspiró a escribir este artículo, en plena etapa electoral, sobre cómo los partidos, y la democracia misma, atraviesan un cambio de época.
Ahora bien, ¿qué son realmente los partidos políticos? Por definición, son organizaciones creadas para disputar el poder, representar intereses y mediar entre la sociedad y el Estado. Pero la realidad indica que deberían ser mucho más, deberían ser guardianes de ideas, principios y políticas que sobrevivan a los líderes circunstanciales. Cuando los partidos olvidan ese rol y se diluyen en el cortoplacismo, la democracia pierde su ancla y queda a la deriva
De las estructuras sólidas a los liderazgos líquidos. En Argentina, el sistema de partidos vivió durante décadas bajo el protagonismo casi excluyente de dos gigantes, el peronismo y la Unión Cívica Radical (UCR). Ambos sobrevivieron a dictaduras militares, crisis institucionales y transformaciones sociales profundas. El peronismo, en particular, consolidó una identidad política basada en la fuerte imagen de Juan Domingo Perón y en un impacto cultural residual que aún hoy se percibe, generaciones enteras fueron instruidas en escuelas con lecturas obligatorias, políticas sociales masivas y avances significativos en derechos humanos. Sin embargo, la desaparición del líder abrió la puerta a una nueva etapa. Los herederos del peronismo, en nombre de su fundador, implementaron políticas contradictorias, con un fuerte deterioro económico y crecientes denuncias de corrupción. Ese desgaste estructural, sumado a la fragmentación interna, debilitó el vínculo con la ciudadanía.
La UCR, por su parte, mantuvo su estructura ideológica y presencia territorial, pero sin lograr adaptarse al cambio de paradigma, las nuevas generaciones la perciben como un partido testimonial, con menos capacidad de liderar agendas transformadoras.
El resultado, un sistema cansado y erosionado, que perdió capacidad de representar los intereses colectivos. Este vacío fue aprovechado por nuevos liderazgos personalistas, como La Libertad Avanza en Argentina, fenómeno comparable al surgimiento del partido MORENA en México, que nació tras el desgaste del PRI y del PAN. En ambos casos, el debilitamiento de los partidos tradicionales abrió espacio a partidos sin historia, construidos alrededor de figuras disruptivas y que se comportan más como "sellos" que como partidos.
Motosierra y democracia
En este contexto, el Dr. Ezequiel Jiménez, en un artículo publicado en El Tribuno, advierte que la debilidad de los partidos tradicionales no solo genera un vacío de representación, sino que facilita el ascenso de liderazgos que gobiernan desde la excepcionalidad. Jiménez analiza la llamada "política de la motosierra", una estrategia basada en recortes masivos, eliminación de ministerios, despidos indiscriminados y vaciamiento de áreas esenciales del Estado. En la práctica, explica Jiménez, esto desmantela capacidades institucionales básicas, afectando educación, salud, ciencia e infraestructura, con datos alarmantes como la paralización del 96% de la obra pública y hospitales inconclusos.
Pero lo más grave no es solo económico, esta dinámica erosiona la democracia institucional. Cuando un líder califica al Estado como "asociación ilícita", reduce su legitimidad como garante del bien común y destruye la confianza ciudadana en las instituciones. En otras palabras, la crisis de los partidos tradicionales y la emergencia de liderazgos personalistas están poniendo en riesgo la arquitectura misma de nuestra democracia.
El caso de Salta
Salta es, hoy, un verdadero laboratorio político, donde las lógicas nacionales se entrecruzan con dinámicas locales profundamente arraigadas. Aquí, el peso de los liderazgos territoriales y las redes comunitarias resulta tan determinante como la bandera partidaria. El electorado salteño tiene una identidad compleja, suele ser conservador en valores, pragmático en economía y, a la vez, audaz en sus apuestas políticas. No es casualidad que Javier Milei haya obtenido en Salta uno de los porcentajes más altos del país en las elecciones presidenciales de 2023.
En el camino hacia las elecciones legislativas nacionales del próximo 26 de octubre, el escenario político de Salta adquiere un matiz particular. Mientras que en el resto del país la disputa parece reducirse a una polarización entre La Libertad Avanza y el Kirchnerismo, en esta provincia se consolida un actor con peso propio, el espacio alineado con el gobernador Gustavo Sáenz, hoy transitando su segundo mandato.
Este panorama proyecta un tablero político tripartito, LLA, Kirchnerismo y Saencismo. El votante salteño combina pragmatismo y audacia; puede optar por un candidato de Milei o respaldar a un legislador cercano a Sáenz, pero casi siempre rechaza al kirchnerismo, como lo confirmaron los resultados electorales recientes. La verdadera tensión en Salta no se define entre Milei y Cristina, sino entre candidatos que obedecen ciegamente la agenda nacional de Milei y candidatos que respaldan al gobernador Gustavo Sáenz, quien proyecta en sus declaraciones la imagen de un navegante entre dos mareas, que busca sostener la estabilidad provincial mientras enfrenta las corrientes cambiantes de la política nacional. Se muestra asegurando acompañar las políticas nacionales que benefician al país, pero marcando distancia y reclamando cuando percibe que alguna medida podría afectar los intereses de Salta.
Esta postura introduce una polarización distinta, no entre líderes, sino entre modelos de representación. De un lado, quienes priorizan seguir sin cuestionamientos la agenda nacional; del otro, quienes buscan defender los intereses locales dentro de la discusión nacional. En este escenario, el Saencismo se presenta como la opción de equilibrio para quienes rechazan un regreso del kirchnerismo, pero también desconfían de apoyar todas las políticas nacionales sin reservas. Así, el voto salteño no responde a lógicas simples, cruzas fronteras partidarias, prioriza acuerdos más que banderas y refleja una combinación única de audacia, cálculo y defensa de los intereses locales.
La fragilidad actual de los partidos políticos no es solo un fenómeno argentino; es parte de una transición más amplia en toda Latinoamérica. Las viejas estructuras, que durante décadas garantizaron identidades, representación y continuidad de políticas de Estado, hoy ceden terreno frente a liderazgos personalistas, narrativas disruptivas y electorados cada vez más volátiles. En este escenario, Salta se convierte en un espejo interesante de este cambio, un territorio donde los votantes ya no se limitan a elegir entre siglas, sino que buscan proyectos que defiendan sus intereses concretos.
Lo que está en juego no es solo quién gana una banca, sino cómo se redefine la representación política. Si los partidos no logran reconstruir la confianza y adaptarse a un electorado que exige transparencia, cercanía y resultados tangibles, la democracia se enfrenta al riesgo de fragmentarse aún más.
El desafío es doble, reconstruir partidos capaces de ofrecer proyectos colectivos sólidos y, al mismo tiempo, evitar que la política se reduzca a la improvisación de liderazgos individuales. Salta nos recuerda que, en tiempos de transición, el voto deja de ser obediencia y se convierte en un acto de negociación consciente: apoyar, cuestionar, condicionar y elegir con autonomía. Porque, si los partidos son débiles, la democracia también lo será.
*Ingeniero industrial; Máster en comunicaciones sociales; Doctor en Estadística