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El Frente Amplio Progresista (FAP) calificó al gobierno salteño como “incapaz, conservador y oligarca”, mientras el Partido Obrero lo imputaba de “complicidad con la empresa para quebrar toda forma de organización gremial”. Los huelguistas aparecieron en los medios mostrando las heridas provocadas por sus enfrentamientos con la policía. Y nada bueno dijeron del gobierno. Lo paradójico es que los directivos de la empresa, en estricta reserva, también estaban disgustados con Juan Manuel Urtubey, que los criticó por “estar ausentes de la provincia en momentos clave”.
Extraña unanimidad ¿Acaso es un mérito que la administración provincial se haya parado con neutralidad en el conflicto, repartiendo críticas a diestra y siniestra? ¿O por el contrario, el gobierno está pagando el precio de la ambigedad y la falta de gestión oportuna?
No se puede reprimir y decir que no se reprime. Ni aproximar a las partes apelando a operaciones de marketing político, como ocurrió ayer cuando el gobernador llegó a las 9 a Orán para reunirse con el obispo Colombo y con el intendente de Hipólito Yrigoyen, Carlos González, para abandonar antes del mediodía la ciudad ¿Para qué fue entonces? ¿Acaso sólo para crear en la opinión pública la idea de que “puso la cara”?
La pretensión de quedar bien con Dios y con el Diablo apareció como una aventura con final incierto. Y más cuando miles de focos iluminan la escena.